La Vanguardia

El túnel de la evasión

- Oriol Pi de Cabanyes

Ahora se sabe ya que el arte contemporá­neo fue un ariete, durante la guerra fría, contra la supuesta representa­ción “objetiva” de “la realidad”, tal como preconizab­a el “realismo socialista”. Según aquel materialis­mo castrador, el arte y la literatura debían ponerse al servicio de la revolución de manera escolar y comprensib­le para las masas. Y todo idealismo era “escapista”.

En la obra de Miró hay mucha “escalera de la evasión”, como él mismo decía. La escalera como símbolo de superación, elevación y trascenden­cia. Cuando crea, Miró se encuentra a sí mismo en el Nirvana, armonizado con la inocencia primera (como el niño acurrucado en el huerto de La masia que sigue siendo él en su paraíso secreto).

Miró quizás anhela desaparece­r en su propio cuadro como el pintor chino del cuento taoísta. O como Hermann Hesse, que de niño quería ser mago. Y que cuando ya tenía más de setenta años y dos universida­des le habían nombrado doctor honoris causa, fue acusado de “seducir a una joven por medio de la magia”.

Condenado a prisión, pintó en la pared de la celda un pequeño paisaje. “Contenía casi todas las cosas que me habían alegrado la vida: ríos, montañas, mar, nubes, campesinos en la siega [...] En medio del cuadro avanzaba un tren muy pequeño. Iba hacia una montaña y tenía ya la cabeza metida como el gusano en la manzana; la locomotora había entrado en un pequeño túnel de cuya bocana salía un humo algodonoso.

”[...] Una vez me encontraba delante de mi cuadro en mi prisión cuando vinieron, apresurado­s, los carceleros con sus aburridas citaciones para sacarme de mi trabajo feliz. Sentí fatiga y como asco ante todo el montaje y esta realidad brutal y sin espíritu. Pensé que ya era hora de poner fin a la tortura. Si no me permitían dedicarme a mis inocentes juegos de artista sin molestarme debería servirme de aquellas artes más serias a que había dedicado tantos años de mi vida. Sin magia este mundo era inaguantab­le”.

En este escrito autobiográ­fico, el futuro premio Nobel dice que durante un minuto contuvo la respiració­n “y me liberé de la ilusión de la realidad” no sin antes haber pedido a sus guardianes que tuvieran “un momento de paciencia, ya que debía subir al tren para revisar algo. Como de costumbre –escribe– se rieron, tomándome por loco.

”Entonces me hice pequeño y entré en mi cuadro, subí al trenecito y me metí con él en el pequeño túnel negro. Durante un rato se vio todavía el humo algodonoso saliendo del agujero circular, después el humo se disipó y con él todo el cuadro, y yo con él”.

También Miró, como todo buen místico, venía a ser un mago que quería fundirse con el universo. O, experiment­ando la vía unitiva, evadirse hacia allí donde se armonizan consciente y subconscie­nte. De La masia a la serie de Telas quemadas, su obra evoluciona a partir del deseo de romper el velo de las apariencia­s y de liberarse de “la ilusión de la realidad”.

Miró quizás anhela desaparece­r en su propio cuadro como el pintor chino del cuento taoísta. O como Hesse, que de niño quería ser mago

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