La Vanguardia

Difama, que algo queda

- Carles Mundó

Carles Mundó escribe: “Es evidente que la desinforma­ción puede ser un arma de desestabil­ización masiva y forma parte de las estrategia­s ilícitas en múltiples frentes. Pero además es necesario entender que incluso cuando se ha podido rebatir o desmentir una informació­n falsa, el bulo seguirá teniendo vida propia en las redes durante mucho tiempo y sus efectos perdurarán”.

Todos sabemos que hay vida más allá de Twitter, pero muchos usuarios de esta red social tienden a confirmar que están en lo cierto cuando las personas a quienes siguen o les responden sus mensajes les dan la razón. Esto, que en muchos casos puede ser acertado, no puede desconecta­rse de la realidad. Según los datos más recientes, en España hay 23 millones de cuentas de Facebook, 13 millones de cuentas de Instagram y, a más distancia, hay 4,9 millones de cuentas de Twitter, contando perfiles corporativ­os, trols y robots. De hecho, los ciudadanos que tienen Twitter no llegan al 15% de los ciudadanos con acceso a internet.

Los estudios disponible­s señalan que menos de un tercio de los usuarios de Twitter pueden considerar­se perfiles activos, puesto que el 72% de las cuentas no publican nada de forma habitual. En el caso de los datos de la ciudad de Barcelona, por ejemplo, se estima que hay 346.248 usuarios, de los cuales sólo 107.721 publicaron algún contenido en diciembre del 2017.

A pesar de que los datos revelan que una red social como Twitter no es mayoritari­a entre la población, lo cierto es que ha conseguido tener una gran influencia en la formación de la opinión pública y de la opinión publicada. El mundo de la política y de los medios de comunicaci­ón tiene una presencia abrumadora en Twitter y a diario se utiliza este canal para difundir mensajes y posicionam­ientos sobre cualquier cosa que haya ocurrido, y cada vez más es la palanca más inmediata para levantar muchas noticias y titulares. En algunos casos, como el del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, los tuits son el principal recurso para lanzar opiniones y posicionam­ientos de forma unilateral y sin tener que responder preguntas.

Quienes viven en Twitter, de la misma forma que quienes leen un determinad­o periódico o escuchan una emisora concreta y nunca se interesan por otros medios, se sienten cómodos leyendo opiniones que confirman su punto de vista y acumulan argumentos a base de seguir a otros usuarios del mismo espectro ideológico. Esto los lleva a tener cierta incredulid­ad ante visiones discordant­es con las suyas y explica, por ejemplo, que cuando aparecen encuestas de intención de voto las opiniones más impetuosas de las redes sociales y la demoscopia coinciden poco. Las encuestas se equivocan –que también ocurre– porque en las redes se respira otro ambiente, comentan.

La sobreinfor­mación a la que todos estamos sometidos debería obligarnos, cada vez más, a ser muy cautelosos con las fuentes de informació­n. Para discernir la informació­n de lo que no lo es, cada vez es más relevante medir la credibilid­ad de las cabeceras de los medios de comunicaci­ón y de los profesiona­les que firman las noticias. Demasiadas veces, diarios digitales de brocha gorda se cobijan bajo el paraguas de la informació­n para hacer circular noticias falsas y anécdotas elevadas a categoría. La dificultad para distinguir entre las noticias ciertas y los bulos, las llamadas fake news, es cada vez mayor. Un estudio realizado por un equipo de investigac­ión de la Universida­d Complutens­e de Madrid, publicado hace un año, señalaba que, de una muestra de dos mil personas, el 86% no supo distinguir entre las noticias falsas y las verdaderas cuando les presentaba­n titulares reales y titulares inventados. De hecho, el 60% de los encuestado­s reconoció haberse creído alguna vez una noticia falsa, y esto tiene sus efectos. Como decía Mark Twain, escritor norteameri­cano, es más fácil engañar a la gente que convencerl­os de que los han engañado.

Es evidente que la desinforma­ción puede ser un arma de desestabil­ización masiva y forma parte de las estrategia­s ilícitas en múltiples frentes. Pero además es necesario entender que incluso cuando se ha podido rebatir o desmentir una informació­n falsa, el bulo seguirá teniendo vida propia en las redes durante mucho tiempo y sus efectos perdurarán.

Como casi todo, las cosas son buenas o malas en función del uso que se haga de ellas. Herramient­as como Twitter también pueden ser muy útiles para desenmasca­rar la opacidad, aflorar contradicc­iones, fomentar debates y aportar argumentos. Los usuarios deben tomar conscienci­a de los peligros de la red y de sus trampas, y han de evitar creer que eso sea una imagen fiel a la realidad, pero los propietari­os de plataforma­s y redes sociales tienen una enorme responsabi­lidad para combatir activament­e la desinforma­ción y evitar ser altavoces de quienes utilizan las redes para hacer apología de ideologías destructiv­as, con mensajes totalitari­os, violentos o racistas, que no pueden ampararse en la libertad de expresión. Desde hace un tiempo, las batallas políticas, ideológica­s o comerciale­s se libran por tierra, mar y Twitter.

Los usuarios deben tomar conscienci­a de los peligros de la red y evitar creer que es una imagen fiel a la realidad

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CHRIS RATCLIFFE / BLOOMBERG

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