Arrivederci, Bulevard
Ha cerrado el Bulevard Rosa sin haber cumplido los cuarenta. Si un año de perro equivale a siete de persona, ¿a cuántos años de perro equivale un año de centro comercial? Los espacios públicos que hemos visto nacer crean vínculos que, aunque no seamos asiduos, emergen a la hora del funeral. Es el caso del Bulevard Rosa, que nació bastante más pequeño del que acaba de fallecer pero con un extraordinario vigor comercial. Los que trabajaban en el barrio encontraron allí un paraíso para escaquearse. La novedad eran las tiendas de objetos aparentemente inútiles y los cubículos transparentes, especializados en botones extravagantes, pulseras, bolsas y fulares, en todo lo que hoy se amontona bajo la pretenciosa denominación de complemento y el tipo de productos idóneos para celebrar el Amigo Invisible.
Entrabas por el paseo de Gràcia y salías por la rambla Catalunya; o entrabas por la calle València y salías por la calle Aragón. Esta estructura era suficiente para atraer a los curiosos. Con el tiempo, los clientes aprendieron a descubrir qué cafetería preparaba los mejores bocadillos (empezaba la era
Nada parecía hortera y se creaba un espejismo que te hacía creer que podías ser un pijo de piscifactoría
de las flautas) o servía el mejor menú (vichyssoises y carpaccios emergentes) y qué rincón era el más discreto para asistir a vigorosos e instructivos ejercicios de pesca de arrastre. La estética que se respiraba era artificialmente juvenil, con un gusto por los colores popularizados por Benetton y texturas pensadas como una forma de lujo aspiracional. Pero, al mismo tiempo, nada parecía hortera y se creaba un espejismo que te hacía creer que podías ser un pijo de piscifactoría y parecerte a los modelos de anuncio de suplemento dominical.
A según qué horas la mirada saltaba de los primeros tejanos rotos a las camisetas con mensajes provocadores, de las tiendas de sofisticada lencería a las peluquerías en las que, para dar ejemplo, los empleados lucían crestas posmodernistas y piercings prototribales. El lema inaugural era “Otra manera de comprar” y toda la campaña del centro huyó como de la peste del concepto galerías, que sonaba a cárcel con quinquis y yonquis o a sótano comercial sórdidamente tardofranquista. Para estar al día de lo que se cocía en el Bulevard y del petardeo de la época, había que leer las crónicas de Josep Sandoval. Los publicistas del momento, que aún no podían imaginar la hipertrofia de ego que sufriría Barcelona, parieron un lema que hoy provoca nostálgicas regurgitaciones: “En Bulevard Rosa encontrarás lo que ni siquiera sabes que estás buscando”. El éxito degeneró en réplicas de la misma fórmula, en Diagonal-Via Augusta o en Pedralbes, con el apoyo de una serie de televisión que por suerte nadie recuerda. Ha cerrado el Bulevard Rosa y los que estos días se han acercado a rendirle sus respetos saben que se lo ha llevado una enfermedad llamada decadencia y especulación.