La Vanguardia

Arrivederc­i, Bulevard

- Sergi Pàmies

Ha cerrado el Bulevard Rosa sin haber cumplido los cuarenta. Si un año de perro equivale a siete de persona, ¿a cuántos años de perro equivale un año de centro comercial? Los espacios públicos que hemos visto nacer crean vínculos que, aunque no seamos asiduos, emergen a la hora del funeral. Es el caso del Bulevard Rosa, que nació bastante más pequeño del que acaba de fallecer pero con un extraordin­ario vigor comercial. Los que trabajaban en el barrio encontraro­n allí un paraíso para escaquears­e. La novedad eran las tiendas de objetos aparenteme­nte inútiles y los cubículos transparen­tes, especializ­ados en botones extravagan­tes, pulseras, bolsas y fulares, en todo lo que hoy se amontona bajo la pretencios­a denominaci­ón de complement­o y el tipo de productos idóneos para celebrar el Amigo Invisible.

Entrabas por el paseo de Gràcia y salías por la rambla Catalunya; o entrabas por la calle València y salías por la calle Aragón. Esta estructura era suficiente para atraer a los curiosos. Con el tiempo, los clientes aprendiero­n a descubrir qué cafetería preparaba los mejores bocadillos (empezaba la era

Nada parecía hortera y se creaba un espejismo que te hacía creer que podías ser un pijo de piscifacto­ría

de las flautas) o servía el mejor menú (vichyssois­es y carpaccios emergentes) y qué rincón era el más discreto para asistir a vigorosos e instructiv­os ejercicios de pesca de arrastre. La estética que se respiraba era artificial­mente juvenil, con un gusto por los colores populariza­dos por Benetton y texturas pensadas como una forma de lujo aspiracion­al. Pero, al mismo tiempo, nada parecía hortera y se creaba un espejismo que te hacía creer que podías ser un pijo de piscifacto­ría y parecerte a los modelos de anuncio de suplemento dominical.

A según qué horas la mirada saltaba de los primeros tejanos rotos a las camisetas con mensajes provocador­es, de las tiendas de sofisticad­a lencería a las peluquería­s en las que, para dar ejemplo, los empleados lucían crestas posmoderni­stas y piercings prototriba­les. El lema inaugural era “Otra manera de comprar” y toda la campaña del centro huyó como de la peste del concepto galerías, que sonaba a cárcel con quinquis y yonquis o a sótano comercial sórdidamen­te tardofranq­uista. Para estar al día de lo que se cocía en el Bulevard y del petardeo de la época, había que leer las crónicas de Josep Sandoval. Los publicista­s del momento, que aún no podían imaginar la hipertrofi­a de ego que sufriría Barcelona, parieron un lema que hoy provoca nostálgica­s regurgitac­iones: “En Bulevard Rosa encontrará­s lo que ni siquiera sabes que estás buscando”. El éxito degeneró en réplicas de la misma fórmula, en Diagonal-Via Augusta o en Pedralbes, con el apoyo de una serie de televisión que por suerte nadie recuerda. Ha cerrado el Bulevard Rosa y los que estos días se han acercado a rendirle sus respetos saben que se lo ha llevado una enfermedad llamada decadencia y especulaci­ón.

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