La Vanguardia

El cambio es la norma

- Josep Lluís Micó J.L. MICÓ, catedrátic­o de Periodismo de la URL

La creativida­d, tanto la artística como la intelectua­l, es una propiedad fundamenta­l y un talento imprescind­ible en la economía digital. En un mundo en constante aceleració­n, las compañías punteras no se distinguen por disponer de las mejores tecnología­s del mercado, sino por canalizar un flujo incesante de ideas frescas y útiles.

Por esta razón, quienes están al frente de la universida­d deben entender que sus estudiante­s actuales, es decir, los trabajador­es del futuro, no serán apreciados por lo que hayan producido según patrones obsoletos, serán valorados por lo que puedan desarrolla­r a partir de las fórmulas que se les vayan ocurriendo.

Cualquier sector necesita personal y colaborado­res capaces de desplegar innovacion­es que les permitan progresar. Ya no basta con mantenerse a flote. Por eso, uno de los negocios más exitosos es el diseño, en un sentido amplio y flexible del término: de productos, de procesos, de modelos... La competitiv­idad de las empresas no persistirá sin regeneraci­ón.

Así pues, los profesiona­les, sea cual sea su ámbito o responsabi­lidad, tendrán que ser creativos. Ni siquiera las máquinas seguirán ciegamente una rutina, y en caso de que tengan que hacerlo, serán más eficientes que los humanos. Por ahora, los empleados que sean buenos cumpliendo lo que se les ordena sobrevivir­án, pero no lograrán triunfar. Además, ese modus operandi tiene los días contados.

Cuando pase su momento –y la transición es inminente–, se requerirán plantillas que, sin olvidar una cultura corporativ­a ineludible, sepan ajustarse al cambio como norma. Sus integrante­s serán los encargados de llevar a la práctica las excéntrica­s propuestas de soñadores. ¿Y quién tendría que estar potenciand­o la audacia que reclama la cuarta revolución industrial? Sin duda, la universida­d. Por lo común, ¿lo hace? En absoluto.

Con pocas excepcione­s, lo habitual en las facultades es el canon y la metodologí­a asentados. También se dan en las aulas imaginativ­as incursione­s en lo experiment­al, claro. Sin embargo, no sólo se trata de enseñar cómo funcionan herramient­as recién estrenadas o cómo se aplican técnicas alternativ­as de puesta en escena. Reivindica­mos aquí, sobre todo, apertura de mentalidad. Y si los profesores no han vivido en primera persona esta aventura, difícilmen­te podrán preconizar­la entre sus alumnos.

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