El cambio es la norma
La creatividad, tanto la artística como la intelectual, es una propiedad fundamental y un talento imprescindible en la economía digital. En un mundo en constante aceleración, las compañías punteras no se distinguen por disponer de las mejores tecnologías del mercado, sino por canalizar un flujo incesante de ideas frescas y útiles.
Por esta razón, quienes están al frente de la universidad deben entender que sus estudiantes actuales, es decir, los trabajadores del futuro, no serán apreciados por lo que hayan producido según patrones obsoletos, serán valorados por lo que puedan desarrollar a partir de las fórmulas que se les vayan ocurriendo.
Cualquier sector necesita personal y colaboradores capaces de desplegar innovaciones que les permitan progresar. Ya no basta con mantenerse a flote. Por eso, uno de los negocios más exitosos es el diseño, en un sentido amplio y flexible del término: de productos, de procesos, de modelos... La competitividad de las empresas no persistirá sin regeneración.
Así pues, los profesionales, sea cual sea su ámbito o responsabilidad, tendrán que ser creativos. Ni siquiera las máquinas seguirán ciegamente una rutina, y en caso de que tengan que hacerlo, serán más eficientes que los humanos. Por ahora, los empleados que sean buenos cumpliendo lo que se les ordena sobrevivirán, pero no lograrán triunfar. Además, ese modus operandi tiene los días contados.
Cuando pase su momento –y la transición es inminente–, se requerirán plantillas que, sin olvidar una cultura corporativa ineludible, sepan ajustarse al cambio como norma. Sus integrantes serán los encargados de llevar a la práctica las excéntricas propuestas de soñadores. ¿Y quién tendría que estar potenciando la audacia que reclama la cuarta revolución industrial? Sin duda, la universidad. Por lo común, ¿lo hace? En absoluto.
Con pocas excepciones, lo habitual en las facultades es el canon y la metodología asentados. También se dan en las aulas imaginativas incursiones en lo experimental, claro. Sin embargo, no sólo se trata de enseñar cómo funcionan herramientas recién estrenadas o cómo se aplican técnicas alternativas de puesta en escena. Reivindicamos aquí, sobre todo, apertura de mentalidad. Y si los profesores no han vivido en primera persona esta aventura, difícilmente podrán preconizarla entre sus alumnos.