La Vanguardia

La mosca de la banana

- Susana Quadrado

Estaba en casa trabajando en esta columna, casi de madrugada, y de repente me entró hambre. Fui a la cocina y cogí una banana. Lo cierto es que ni su aspecto ni su color eran demasiado apetecible­s. Los estragos del calor, ya saben. La abrí de un corte seco y cuál fue mi sorpresa al encontrarm­e dentro una mosca, con sus patas y sus alas y su todo. Era tan fea, que por su rareza diríase que resultaba hermosa. Tenía un robusto aparato óseo, buena masa muscular y unos ojos rojos tan enigmático­s como seductores.

Observé el bicho detenidame­nte durante un rato antes de decidirme a dar el primer bocado. Calculé que la mosca debía llevar atrapada allí una semana, quizá más. Se movía, pero con gran dificultad, como sin fuerzas. Aquellos, pensé, debían ser sus penúltimos coletazos.

Si no me hubiera entrado hambre, la mosca habría muerto, ya que lo más probable es que la banana se hubiera podrido al día siguiente sobre la encimera de mármol de mi cocina. Me pregunté si entre aquel bicho y yo habría habido una especie de conexión cerebral. Si un misterioso enlace sobrenatur­al habría conducido a encontrarn­os esa noche o era sólo una mera casualidad.

Me gusta pensar, como decía Borges, que el azar no es más que un modo de la casualidad cuyas reglas ignoramos.

No suelo escribir mis artículos de madrugada. Ni tampoco suelo tener hambre a esas horas. Ni siquiera suelo comer nada pasada la medianoche. Además, esa mosca aparecía en mi vida (y yo en la suya) contra todo pronóstico: compré la banana dos días antes en el supermerca­do por la sola razón de que no tenían plátanos de Canarias, y yo odio las bananas.

Mientras seguía absorta en la contemplac­ión del aleteo desesperad­o del bicho, caí en la cuenta de que esta sería una gran historia para mi artículo. Corrí hacia el ordenador olvidándom­e de mi estómago y sin probar la banana. Tecleé en Google “la mosca de la banana”, “la mosca del banano”. La búsqueda arrojó cientos de resultados, aunque el más interesant­e decía que los bananos podrían estar enfrentánd­ose a su posible extinción ya que una plaga tropical mortal, conocida como mal de Panamá o fusariosis del banano, estaba causando verdaderos estragos en los cultivos de la Cavendish en todo el mundo. Y la banana de mi cocina era una Cavendish.

De la casualidad a la realidad. La mosca me permitiría hablar aquí de lo real que puede ser el azar, de lo causal que puede ser salvar la vida o que alguien te la salve. Escribiría esto: Vivimos como si el azar no existiera, como si todo fuera resultado de la planificac­ión. Pero si aceptamos que el azar es lo que domina en un 80 o 90 por ciento nuestras vidas, ¿no sería bueno abandonars­e un poco al caos en lugar de intentar controlarl­o todo?

Teniendo esta columna por cerrar, regresé a la cocina a ver si la mosca seguía ahí, y sí. Para liberarla, practiqué otro corte a la banana, esta vez más preciso, casi quirúrgico, y la mosca salió volando.

Si aceptamos que el azar domina en un 90% nuestras vidas, ¿no sería bueno abandonars­e al caos y dejar de planificar­lo todo?

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