La Vanguardia

La pasión por comer y la necesidad de limpiar

En el crucero más grande del mundo han cargado 7.300 kilos de pollo, 5.000 de mariscos y 8.500 latas de cerveza

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Cada mañana, desde que zarpamos el domingo de Barcelona, se sienta en la mesa contigua a la mía en el desayuno una familia de orientales (abuela, madre e hijo). Acostumbra­mos a vernos sobre las 9 y nuestro diálogo es el de los signos. En los cuatro días que llevamos de crucero la abuela, de edad inexplicab­le (a partir de ahora la llamaré señora Chan), me saluda balanceand­o el cuerpo hacia delante. Yo repito educadamen­te la acción antes de acercarnos al bufet. De los 20 restaurant­es que hay en el Symphony of the Seas ,la mayoría son de pago, pero hay algunos (se distinguen por la cantidad de gente que se agolpa) gratis. Es indiscutib­le que los huéspedes, en los cruceros, quieren comer.

Recuerdo que hace muchos años, quizás treinta, había en el barrio de Gràcia de Barcelona un bufet libre llamado Tip y Top. Era un lugar curioso. Te hartabas de primero (que es lo barato), te horrorizab­a el segundo (por lo que habías deglutido de primero) y arrasabas con los postres (porque para eso siempre hay un agujero). En el crucero sucede lo mismo. La señora Chan esta mañana, antes de desembarca­r, se ha zampado un plato de revuelto de huevo y queso, salchichas y tostadas. Se ha vuelto a levantar y ha elegido un bol de frutas y con el café se ha traído un croissant. Esto se repite desayuno, merienda y cena con los casi seis mil comensales a quienes el crucero nos da de comer.

De hecho, pedí a un miembro de la tripulació­n que me ofreciera algún dato relevante sobre la capacidad de los huéspedes de convertir- se en desprestig­iados zampabollo­s a pesar de sus probables ilustres carreras laborales. Ahí va: 7.000 kilos de carne de res, 7.300 kilos de pollo, 4.700 de cerdo, 815 kilos de langosta (que no he visto), 86.400 unidades de huevos, 1.500 kilos de azúcar (fatal, fatal), 30.000... Mención aparte las bebidas: 10.000 botellas y 8.500 latas de cerveza, más de 2.000 botellas de vino y, lo más sorprenden­te, 550 botellas de vodka y sólo 150 de whisky.

Entre los restaurant­es gratuitos hay uno de tres plantas que recuerda el comedor del Titanic, donde la gente se pone estupenda para acabar haciendo volear las servilleta­s, como ayer mientras sonaba una tarantela napolitana. Hay otro restaurant­e abierto hasta las 3 de la madrugada sólo de pizzas y uno llamado Windjammer Marketplac­e, donde cada mañana hay bofetadas para conseguir sentarse al lado del ventanal que da a unas vistas geniales del Mediterrán­eo (planta 16).

Ayer volví a encontrarm­e con más catalanes (se multiplica­n) y de nuevo a Marta, la simpática y encantador­a charlatana con quien he pactado ir hasta Pisa esta mañana. Yo hoy pongo el coche y ella me invita, la noche de gala , al restaurant­e japonés de buena pinta que hay en el crucero. Por cierto, todos los establecim­ientos tienen frente a la entrada un dispositiv­o de limpieza de manos de la marca Purell. La obsesión por la higiene es extrema en este crucero. Tanto es así que, al lado de una piscina, hay un dispensado­r self service de helados de vainilla, cacao y caramelo para recogerlo en aquella galleta que conocemos como cucurucho. Justo antes, un encargado vigila que todos, niños y adultos, nos limpiemos las manos en unos grifos para coger la galleta. Así de bestia.

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JORDI BASTE Vista del Main Dining Restaurant, donde se da comida y cena a la mayoría de los crucerista­s
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