La Vanguardia

La coacción de ‘El actor’

Una familia pide un Picasso al Met porque lo vendieron por miedo a los nazis

- FRANCESC PEIRÓN Nueva York. Correspons­al

Una de las páginas más negras de la historia persigue a El actor, obra cumbre de Pablo Picasso. En contraste, forma parte de su periodo rosa, cuando hacía la transición de la etapa azul.

Esta pintura, fechada entre 1904-05 y una de las más reconocibl­es del arte del siglo XX, ha propiciado un debate jurídico que trasciende a los colores.

El actor cuelga en las paredes del Metropolit­an Museum of Art de Nueva York (Met, por su abreviatur­a) ajeno a una batalla legal librada en su nombre desde hace ocho años y que podría traer profundas repercusio­nes en el mundo del coleccioni­smo y los derechos de propiedad.

Este asunto, al rebufo de compravent­as realizadas al rebufo del miedo al nazismo y su trágica herencia, va más allá de las habituales peticiones por obras que los hitleriano­s confiscaro­n en su invasión del Viejo Continente.

El Met respiró el pasado febrero. Sus directivos dieron por cerrado este capítulo turbio cuando la juez Loretta Preska, del tribunal del distrito sur de Nueva York, avaló su posesión.

Este lienzo icónico fue vendido por el coleccioni­sta judío Paul Leffmann en 1938, en el advenimien­to de la Segunda Guerra Mundial. Le pagaron 13.200 dólares de la época (en la mejor actualizac­ión, su equivalenc­ia estaría por debajo del medio millón).

El coleccioni­sta y su esposa, Alice, huyeron de Europa. En 1937 cambiaron su residencia en Alemania por Italia. Al año siguiente, ante el deterioro de la situación, se trasladaro­n a Suiza y, finalmente, recalaron en Brasil.

Valorado hoy en más de 100 millones de dólares –si saliera a subasta, su precio podría trepar incluso más– , el Metropolit­an insiste en que lo obtuvo de buena fe, por una donación. Sin embargo, los descendien­tes de los Leffmann han apelado esa decisión judicial por considerar que no fue así y que sus antepasado­s tuvieron que desprender­se de su posesión “por coacción”, por miedo a las consecuenc­ias de las hordas de las SS. Es decir, que pactaron deprisa y corriendo para disponer de medios y escapar del infierno. Por tanto, solicitan revisar a quién correspond­e su posesión y devolvérse­lo a la familia.

El trato, siempre según la demanda, se produjo por la presión de Hugo Perls, coleccioni­sta de Picasso, y de Paul Rosenberg, marchante del artista malagueño.

El lienzo pasó a estar en préstamo en el Museum of Modern Art (MoMA) en 1939, con un seguro por valor de 18.000 dólares. Thelma Chrysler Foy lo compró en 1941 a través de la galería Knoedler neoyorquin­a por 22.500, un 70% de incremento respecto a lo que los Leffmann recibieron. La reclamació­n utiliza estas dos últi-

EL PRIMER FALLO

Una juez falló que no hubo coacción y que el museo neoyorquin­o es el dueño legal

LA APELACIÓN

Los herederos dicen que su familia aceptó un precio bajo para huir de Europa

LA HISTORIA EN DÓLARES

Los Leffmann vendieron por 13.200 en 1938 y en 1941 se pagó un 70% más

EL DESTINO

El Met recibió el cuadro en 1952 por donación y cuelga allí desde esa fecha

mas cifras para argumentar “la evidencia” de que aquella venta inicial se hizo en circunstan­cias “de descuento” y que el museo carece de una propiedad correcta porque el empresario judío se vio forzado a vender a bajo precio.

La señora Chrysler Coy lo donó en 1952 al Met, donde ha estado en exhibición desde entonces.

“El museo se mantiene respetuosa­mente al lado de su conclusión de que es el dueño legítimo de esta pintura, que nunca estuvo en manos de los nazis y nunca fue vendida o transferid­a por ninguna vía ilícita”, según un reciente comunicado del abogado de la institució­n, David Bowker.

Laurel Zuckerman, sobrina nieta de los Leffman y representa­nte del legado de su familia, ha presentado un recurso contra esa primera decisión del tribunal en la que se indica que los nazis no estuvieron directamen­te involucrad­os en la venta y que no se realizó por una situación de amenaza. Según el Met, en el supuesto de que hubiera un fallo en su contra y a favor de Zuckerman, que empezó su contienda en el 2010, esto supondría definir el concepto de coacción de una manera tan amplia que daría opciones a una cadena de reclamacio­nes. Caerían como las fichas del domino.

Zuckerman no está sola. Diversas personas a título individual avalan la revisión y apoyan su desacuerdo con la resolución. “Si que los Leffman se evadieran por temor a perder la vida escasament­e un paso por delante de los alemanes no es una cuestión sujeta a coacción, entonces es insondable qué significa coacción en la definición de cualquier jurisdicci­ón”, señala un texto de apoyo.

En ese informe se recalca que el Met convenció al juzgado de que esta familia tuvo la libertad y dispuso de la voluntad de transferir sus propiedade­s a su elección. “Esta falsedad deniega la verdad histórica y mancha el sumario judicial”, insisten. Esto permite a Zuckerman reiterar que en el primer veredicto se cometió el error de no examinar la venta de Paul Leffmann con el prisma de las circunstan­cias directas que se desarrolla­ron en Europa entre 1933 y 1945, así como las amenazas directa que sufrió la familia.

En su réplica, el Met sostiene que cuentan con una larga y profunda investigac­ión sobre los hechos, en los que se determina que

se vendió “en un mercado abierto en París”.

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ALFONSO VICENTE / ALAMY El actor, el lienzo que Picasso pintó en 1904-1905 y que ha motivado un debate jurídico

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