Country hispánico
Los Hermanos Cubero varían su rumbo con ‘Quique dibuja la tristeza’
Los Hermanos Cubero, un insólito dúo de folk completamente acústico (guitarra y mandolina) que mezcla con arte canciones tradicionales de la Alcarria con sonoridades del bluegrass norteamericano, presenta su nuevo trabajo discográfico, Quique dibuja la tristeza.
Tras escuchar un disco en el fondo tan desgarrador como Quique dibuja la tristeza aparece uno de aquellos dilemas típicos de la creatividad artística: ¿puede ser la tristeza algo bello? Y es que el nuevo álbum de Los Hermanos Cubero, ese insólito dúo de folk completamente acústico (guitarra y mandolina) que emergieron mezclando con arte cantares tradicionales de su Alcarria natal con sonoridades de la Norteamérica más profunda –sobre todo el bluegrass–, va por allí.
Cuando aparecieron en la escena con el autoeditado Cordaineros de la Alcarria, la música y el planteamiento de los hermanos Quique y Roberto Cubero –que participaron hace unos días en la presentación del último disco de Enric Montefusco en el Grec– fueron muy bien acogidos en los círculos indies. Con su siguiente, Arte y orgullo, llegaron a tocar en el Primavera Sound, afianzando una propuesta basada en tonadas populares, sobre el terruño, con unas letras más o menos críticas con las que explicaban el presente con su punto de humor.
Con Quique dibuja la tristeza (El Segell) todo cambió. De entrada porque es una obra que no nació para ser disco. Nació a raíz de la muerte, por cáncer, de la mujer de Quique Cubero, Olga. Y también nació de un dibujo, convertido al final en la portada del álbum, dibujado por su hija cuando en el colegio le pidieron que dibujara la tristeza. “Desde un principio yo no tenía nada claro de la viabilidad del proyecto, ni tampoco cuando mi hermano Roberto, al ver el dibujo, me dijo que tenía que ser la portada”, cuenta el Quique del título. “De hecho, estas canciones no nacieron para ser publicadas. No; eran composiciones que escribí porque necesitaba hacerlo, plasmar lo que sentía”. Y no fue fácil: “Cantar canciones de otros discos que había dedicado a ella cuando aún vivía y meses más tarde cantarlas cuando ya había muerto... es todo un trago. Pero tengo claro que la vida debe seguir”.
Fue un proceso largo. “Cuando iba a casa de mi hermano a ensayar se las enseñaba y cuando escuchó tres o cuatro o cuatro me dijo que molaba y que tenía que ser el próximo disco. Yo no lo veía, porque además había un cambio de estilo porque las había escrito sin pensar que iban a ser grabadas. No lo veía claro, pero seguí escribiendo porque era una manera de ordenarme la cabeza. Y además porque son canciones tristes y nuestros conciertos suelen ser lúdicos, o al menos la gente que viene lo hace con esa actitud”. Y cuando al final se decidieron a convertirlo en disco, “vimos que seguí sin ser fácil porque todo aquello tenía una carga emocional tremenda. Pero cuando ya hicimos la selección y le puse orden cronológico, entonces vi que no era tan triste, no era dramático. Es más, en cierta manera creo que mucha gente se puede identificar con el álbum”.
Y el último y necesario toque fue adecuar el vestido sonoro. “Sí, nos interesó vestir un poco más de lo habitual estas canciones, más folk americano, con arreglos más modernos de lo habitual en nosotros, por lo que añadimos un contrabajo y un violín. Y al final el disco ha quedado muy emotivo, pero no dramático”.
La muerte de la mujer de uno de ellos les hace abandonar la Alcarria como referencia y abrirse al folk