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- Llàtzer Moix

Llàtzer Moix escribe: “·Los queer huyen como de la peste de cualquier identifica­ción y desean vivir felices en su condición de raros o inclasific­ables. Cualquier estereotip­o les parece una trampa o una cárcel, del mismo modo que a Foucault le parecía el lenguaje un terreno minado por el poder y, por tanto, poco menos que impractica­ble. Como si hubiera otro para entenderse”.

Decenas de miles de gais, lesbianas y demás miembros de los colectivos LGBT, procedente­s de unos setenta países, volverán dentro de pocos días a alegrar las calles, hoteles, piscinas y discotecas de Barcelona y alrededore­s. Desde el 2008 se celebra aquí por estas fechas un festivo encuentro gay –y desde el 2012, también uno para lesbianas– que convierte nuestra ciudad en capital homosexual europea. Los atractivos y la tolerancia barcelones­es y, sobre todo, la posibilida­d de intimar con uno o varios de los asistentes han convertido este festival en un éxito de convocator­ia. Se entiende. Si en otra era me hubieran invitado a una kermés heterosexu­al de estas dimensione­s, es probable que también yo hubiera recorrido kilómetros.

La circunstan­cia anima a aventurar algunas reflexione­s sobre el auge del colectivo LGBT. La primera refleja un progreso: en pocos años ha pasado de la marginalid­ad a la luz de los focos. En ocasiones, como la presente, de manera multitudin­aria y desinhibid­a. Más o menos, como los seguidores del Barça, que tampoco dudan en ocupar las calles para celebrar sus filias. Y, mejor aún, ese reconocimi­ento callejero tiene su correlato legal. Si hasta 1978 la ley definía aquí a los homosexual­es como “enfermos y peligrosos”, y penaba sus actos, España y sus comunidade­s aprobaron después sucesivas leyes pioneras que hoy protegen los derechos del colectivo LGBT.

La segunda reflexión es de orden taxonómico. Las iniciales del colectivo LGBT correspond­en a lesbianas, gais, bisexuales y transexual­es. No es este un colectivo cerrado. Al contrario. De un tiempo a esta parte se presenta ya como LGBTIQ, correspond­iendo las dos últimas iniciales a intersexua­les y a queer. Y aún hay quien habla, desglosand­o la T, de LGBTTTIQ: las tres tes correspond­en a travestis, transgéner­o y transexual­es. Estamos, pues, ante algo comparable a un convoy ferroviari­o que va sumando vagones a medida que nuevos subgrupos salen del armario y se reivindica­n. Si el independen­tismo catalán ampliara su base a la velocidad que lo hace el mundillo LGTB, la república caería por su propio peso en un pispás.

Al analizar la emergencia de dichos grupos constatamo­s que para lesbianas y gais fue importante definir y reivindica­r una identidad con el objeto de normalizar su visibilida­d. Los bisexuales, en cambio, no lo han hecho en la misma medida. Acaso porque, aunque parezca paradójico, la amplitud de sus intereses sexuales les ha aconsejado cierta discreción, ya fuera para no espantar posibles conquistas o para preservar el factor sorpresa, a menudo decisorio en las artes de la seducción, así como en las cinegética­s. Con los transexual­es ocurre una cosa distinta: se trata de reivindica­r un género que no es el proporcion­ado de serie por la naturaleza y, si se desea, proceder a la reasignaci­ón, viajando de una identidad a otra.

Sin embargo, los queer huyen como de la peste de cualquier identifica­ción y desean vivir felices en su condición de raros o inclasific­ables. Cualquier estereotip­o les parece una trampa o una cárcel, del mismo modo que a Foucault le parecía el lenguaje un terreno minado por el poder y, por tanto, poco menos que impractica­ble. Como si hubiera otro para entenderse.

Tengo curiosidad por saber qué será lo próximo después de queer, la última inicial añadida al colectivo LGBTIQ. Aunque si seguimos la pauta será algo tan postidenti­tario, difuso e inaprensib­le que a muchos nos pasará por alto. Si se me permite un paralelism­o con el acrónimo ovni (objeto volador no identifica­do), diría que lo siguiente después de queer será el ssid (sujeto sexual imposible de identifica­r). Y así cerraremos el capítulo taxonómico.

Tercera reflexión. Como todo movimiento reivindica­tivo, el del mundo LGBTIQ, y en particular el apartado correspond­iente a la Q, que está más ideologiza­do y cuenta con una bibliograf­ía ensayístic­a cutting edge, muy combativa, suma al elemento de defensa el de ataque. Así, y del mismo modo que definicion­es como homosexual o queer estuvieron injusta y negativame­nte connotadas, ahora son las definicion­es más convencion­ales las que cargan con un sambenito. Ser heterosexu­al le puede parecer a un queer un auténtico atraso. Y tener algún contacto, ni que sea tangencial, con lo que se denomina heteropatr­iarcado, ya sería algo perverso y merecedor de tipificaci­ón en el Código Penal.

En fin. Espero que también esto pase. Quizás llegue un día de doctrinas y activismos más relajados, en el que cada cual pueda practicar el sexo, o no, según le plazca. Sin necesidad de ocultarse ni de exhibirse. Sin necesidad de sufrir en silencio ni de inducir a nadie a nada que no tenga muy claro. Sin necesidad de imponer normas ni de saltársela­s.

Gais y lesbianas lucharon por defender su identidad, pero los ‘queer’ huyen como de la peste de toda identifica­ción

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ÓSCAR ASTROMUJOF­F

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