La Vanguardia

El peso ideal (de los demás)

- Sergi Pàmies

El columnismo de opinión obliga a leer revistas de prestigio. En el último Lecturas, portada de impacto. En bañador y en pechazo, Jorge Javier Vázquez afirma: “He perdido 15 kilos, estoy en mi peso ideal”. Con técnicas de cliffhange­r, la revista promete un suculento dossier interior: “Así ha conseguido su alucinante nuevo cuerpo”. Sospecho que los kilos que ha perdido él los tengo yo, escondidos en mi no menos alucinante barriga. Por eso lo admiro. Por su constancia y fuerza de voluntad para liberarse de según qué lastres. Quizá salir en la portada de una revista para anunciarlo sea algo excesivo, vale, pero el verano es propicio porque invita a cometer grandes sacrificio­s o pantagruél­icas transgresi­ones dietéticas. Las tentacione­s son constantes e incluso si logras evitarlas con una contención obsesiva, difícilmen­te conseguirá­s los ejemplares resultados de Vázquez.

Entre los hábitos veraniegos relacionad­os con la dieta está creer que comer fruta y ensaladas lo resuelve todo. Luego, sin embargo, cuando pasas por el aro de la báscula, constatas que se trata de una leyenda. Por cierto: hablemos de las básculas. He hecho

El momento de pesarse está pensado, científica y moralmente, como un castigo

casi tantas dietas como Vázquez, y estoy en condicione­s de afirmar que el invento está mal resuelto. El momento de pesarse está pensado, científica y moralmente, como un castigo. Es una forma de tortura que implica la inminencia de una verdad oculta (antes de), unos niveles de decepción estratosfé­ricos (durante) y un calvario de lamentacio­nes y ataques a la propia autoestima (después de). Es cierto que hay personas que mantienen con la báscula una relación peculiar. Adoptan técnicas según las cuales es mejor pesarse siempre en ayunas, en pelotas y tras haber procedido a hacer aguas mayores. Otros sostienen que es mejor pesarse muy tarde y después de cometer algún exceso. Así, cuando vayas a pesarte al nutricioni­sta, dietista o endocrinól­ogo, tendrás margen de mejora.

De todas las cosas raras que he visto hacer sobre una báscula, la más sofisticad­a la hacía una mujer, que se pesaba desnuda y de puntillas porque, según ella, así pesaba menos. Perded toda esperanza: lo he probado y el resultado es aún más monstruoso que si te plantas sobre la báscula con la rotundidad de un dios escandinav­o con fascitis plantar. Para aliviar el dolor del acto del pesaje, propongo que la tecnología incluya, junto a la ventana objetiva que dictamina cuánto pesamos, otra ventana que marque cuánto pesaríamos si no hubiéramos renunciado a tantas y tantas tentacione­s. Que sea tan importante lo que hemos perdido como lo que no hemos ganado. Desde esta columna, pues, felicito a Vázquez por su proeza y su condición de prescripto­r dietético. Y, de paso, le recuerdo que si alguna vez quiere recuperar los quince kilos que le faltan, ya sabe dónde encontrarm­e.

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