Descontrol e impunidad
La venta ilegal, que se extiende por toda la ciudad, se ha hecho fuerte en el litoral, donde grupos organizados imponen sus normas
Las once y media de la mañana. Los últimos en llegar, los pakistaníes, comienzan a cubrir los pocos trozos que quedan libres del paseo Joan de Borbó –los que quedan en medio de la acera– con los pareos, cuyos extremos pegan con cinta adhesiva a la acera, pegajosa debido a la presencia de tiras anteriores. “Parece el corpus”, dice una turista que saca el móvil para hacer una foto a las telas extendidas, un gesto que observan con desconfianza dos subsaharianos con camiseta de baloncesto que, como otros tantos repartidos por el paseo, son los vigilantes: los que organizan el territorio top manta, que va desde el Palau de Mar hasta la playa de la Barceloneta.
“Aquí no estamos hablando de personas que vienen con una manta a vender algo que han comprado en otro sitio. Esto es un negocio .... Y son muchos”, apunta un camarero de la zona, que como otros trabajadores, y certifican los vecinos, explica que hay grupos que comercian con los espacios: con los pedazos de acera. También hay reponedores: durante todo el día, de tanto en tanto, aparecen más subsaharianos cargados con grandes maletas que van suministrando a los centenares de vendedores que ocupan el paseo. Así no abandonan su “puesto”: pueden estar allí todo el día. De hecho, algunos, sobre todo ahora en época estival y los fines de semana, están acompañados de sus mujeres e hijos.
“Esto está descontrolado. Y hay tensión, con nosotros, con los turistas y entre ellos”, añade otro catesanos marero. En los últimos meses no han parado de llegar nuevos manteros, de fuera de Barcelona. Y los más veteranos se reivindican. El espacio es enorme, pero ellos son centenares y ya escasea. De ahí su expansión por otras zonas de la ciudad. Aunque no todas son tan rentables ni es tan amplia la impunidad.
“Hoy en día sólo vale lo que está grabado, como la agresión del otro día, pero eso no quiere decir que no haya más. La cosa está muy tensa”, insiste otro camarero en la plaza del Mar, inicio del mercado de productos falsificados, donde las terrazas de los establecimientos parece que se refugien parapetadas tras mamparas frente a los más de un centenar de vendedores ilegales del otro extremo, cuyas falsificaciones –bolsos, camisetas, relojes, gafas de sol, pantalones...–, extendidas en el suelo, llegan a entorpecer, incluso, el paso de los peatones. La densidad es extrema. “Diez euros, diez euros”. Los vendedores se refugian bajo parasoles cuando no están regateando. De tanto en tanto, algunos pakistaníes aparecen con botellas de agua heladas para vendérselas. Cuando han vaciado sus carros, van a buscar más, perdiéndose tras los puestos legales de los vendedores de Palau de Mar, donde los ar- advierten con pancartas sobre la venta ilegal. Curiosamente, los carteles quedan justo delante de dos coches patrulla que la policía portuaria tiene estacionados de forma casi constante en la zona.
Los pakistaníes forman parte de este enorme mercado ilegal, aunque con su propia línea de negocio: principalmente pareos, por lo que respecta al top manta. En su caso sí que han abierto el mercado a algunos latinos y a ciudadanos de otras nacionalidades. Y aunque el paseo Joan de Borbó es sobre todo subsahariano –están limitados principalmente a la franja central–, la playa es suya.
La playa. Un ciudadano pakistaní avanza gritando y haciendo gestos por el paseo Marítim, por el tramo que queda al lado de la playa de Sant Miquel, la más cercana a la plaza del Mar. Decenas de vendedores ilegales de pareos se internan con las telas unos cinco metros en la arena.
Pasan dos agentes de la Guardia Urbana en bicicleta que observan a los vendedores ambulantes, que a su vez los siguen con la mirada hasta que desaparecen en dirección al Port Olímpic.
Los vendedores regresan al paseo Marítim con sus pareos. Pero otra persona grita a los pocos minutos: un coche de los Mossos d’Esquadra sigue la estela de las bicis a marcha lenta. El conductor frena el vehículo. Una turista le pregunta algo. Los vendedores de pareos se han vuelto a internar en la arena, aunque ahora tan sólo un par de metros.
Cinco minutos más tarde, emprende el mismo camino –que los ciclistas de la Guardia Urbana y el coche de Mossos de seguridad ciudadana– una furgoneta de área de recursos operativos de la policía autonómica. Los vendedores ya no se internan en la arena, donde otros pakistaníes caminan entre quienes toman el sol, con más pareos, unos, y con bandejas de mojitos, otros. También los hay con cervezas que comparten espacio en las bolsas con palos selfies e imanes de recuerdo de Barcelona a un euro. Aunque hay algunos que se pueden sacar todavía más baratos. Parece que el precio va a la baja.
Los camareros y los vecinos hablan de cómo se comercializa también con los espacios para la manta
La presencia de la policía puede ser continua, pero no afecta al trapicheo de falsificaciones