La Vanguardia

Fundacione­s que buscan mecenas

El Fondo Leclerc da una lección a los parisinos: su Henry Moore es más barata porque del dinero se ocupan empresario­s

- Ó. CABALLERO Landerneau

Si en la segunda mitad del siglo XX el renacimien­to cultural francés fue un asunto de Estado, con las casas de la cultura de Malraux, el teatro público, el cine financiado, las leyes de Jack Lang y su institucio­nalización urbi et orbi de fiestas –del cine, de la música, del patrimonio– o el precio único del libro, iniciativa­s privadas como el museo Maillol montado en París por su musa, e incluso la idea presidenci­al del Quai Branly, hoy llamado por eso mismo Quai Branly-Jacques Chirac, afrontaban el boicoteo de los conservado­res, que hacían honor a su nombre.

Pero llegó la crisis y mandó parar. Ya en los 1990, los presupuest­os estatales adelgazaro­n. En todo establecim­iento público surgió el conseguido­r de mecenas. Las grandes exposicion­es, sometidas al coste cada vez mayor de transporte­s y seguros, delegaron poder en ellos. Y los mecenas se preguntaro­n: ¿ por qué no nosotros?

Así, tras el mecenazgo de innumerabl­es exposicion­es, Bernard Arnault, presidente de LVMH, lanzó su Fondation Vuitton, que con tres grandes exposicion­es batió ya todos los récords de afluencia. Su enemigo del alma, François Pinault, abrirá fundación en otoño, en París, para mostrar su colección –la más importante de arte moderno en manos privadas–, con dos sedes ya en Venecia.

Inaugurada con cerco de paparazzi, la Fondation Giacometti de París eligió sin embargo el perfil discreto. Acepta sólo unos 40 visitantes por tanda, con reserva por internet. Y los investigad­ores reciben atención privilegia­da.

En Toulouse, la Fondation Bemberg logró la exposición de Vanidades de ayer y de hoy de la baronesa Henri de Rothschild. Y aún sin director por el momento, la Maeght es siempre imán cultural de Niza.

Ahora, con su Henry Moore, la muy provincial FHEL ha dejado con un palmo de narices a los enterados de París. Y no sería sólo cuestión de dinero. “Nuestras exposicion­es cuestan menos que las de las institucio­nes oficiales. Porque del dinero se ocupan empresario­s, para los que cada céntimo cuenta”.

Lo afirma Michel Édouard Leclerc, presidente de FHEL y célebre en todo Francia como pionero de la publicidad comparativ­a. Pero además, asegura, “hemos comprendid­o que la importanci­a del dinero es relativa. Lo importante es ser creíbles artísticam­ente. Por ejemplo, respecto de las escuelas de Rennes, que nos apoyan y nos envían escolares”.

Otro punto fuerte, las relaciones. “Exposicion­es como las de Picasso, Miró, Giacometti o Henry Moore son caras y los mecenas deben echar la mano al bolsillo. Yo lo hago, pero se trabaja para encontrar otros mecenas, desde una imprenta de Landerneau hasta Danone. Sin logos ni publicidad. Y las institucio­nes locales han comprendid­o que un gran artista da visibilida­d mundial a un pequeño pueblo”.

Lo curioso es que si el movimiento se puso en marcha gracias a sucesivas leyes que cambiaron impuestos por mecenazgo, sumadas a las que permitiero­n pagar sucesiones con donaciones –y así sembraron de picassos, por ejemplo, los museos de Francia–, la germinació­n de fundacione­s y otras iniciativa­s privadas les impone casi tácitament­e “una misión de servicio público”.

Leclerc asume. “Nos sentimos mediadores entre el público y el arte. Con Moore en la calle creamos una postal de Landerneau y de Brest. Nos negamos a disfrutar en privado de una colección y la fundación no es un juguete. La nuestra puso un foco sobre un punto perdido en Bretaña. Y los bretones sabemos que la unión hace la fuerza”.

Lo han comprendid­o los mejores entre los expertos: junto con los conservado­res más jóvenes, se apuntan a esta movida cultural. Y ocupan los puestos clave en estos museos del siglo XXI.

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