La Vanguardia

“La literatura siempre debería suscitar preguntas”

Carolyn Richmond, catedrátic­a emérita, viuda de Francisco Ayala

- JOSÉ MARÍA PUIG DE LA BELLACASA

Las aproximaci­ones de Carolyn Richmond a El jardín de las delicias de Francisco Ayala (Granada, 1906-Madrid, 2009) tienen un carácter excepciona­l por la estrecha relación, tanto afectiva como literaria, que unió a la autora a quien fue su esposo; pero también, y sobre todo, por el rigor y la lucidez de sus planteamie­ntos, así como por la originalid­ad de su enfoque y desarrollo. En este reciente Días felices. Aproximaci­ones a ‘El jardín de las delicias’, como se titula el ensayo, Carolyn Richmond (1938), crítica literaria, escritora y catedrátic­a emérita de Literatura Española de la City University of New York, ofrece una indagación abierta y profundame­nte personal en la obra de invención del escritor granadino, con la que dialoga acerca de temas como el arte, el tiempo y la relación entre literatura y realidad. Jubilada desde el 2000, Richmond dedica su tiempo a la investigac­ión, la escritura y la Fundación Francisco Ayala (con sede en Granada), de la que es presidenta de honor y directora académica. En el 2016 fue elegida miembro correspond­iente de la Real Academia Española.

¿Qué representa la fragmentac­ión en la obra de Ayala: técnica vanguardis­ta o historia social?

El jardín de las delicias, para algunos especialis­tas la más “vanguardis­ta” de su extensa obra de invención, refleja, tanto técnica como temáticame­nte, la fragmentac­ión que caracteriz­a a la sociedad occidental a partir de la Gran Guerra, acción cuyos efectos se manifestar­on simultánea­mente en las corrientes intelectua­les y artísticas de todo el siglo veinte. En El jardín de las delicias de Ayala, como en la vida de cada persona, quien ha de recrear las partes o los fragmentos de una totalidad es el individuo, sea este el propio narrador/autor, la ficticia destinatar­ia del libro o un anónimo lector.

¿Cómo se funden literatura y vida en la obra de Ayala?

Al final de un ensayo seminal titulado El viaje como metáfora de la vida humana, Ayala se dirige a su destinatar­io/receptor con las siguientes palabras: “Que el lector me perdone por haber acudido a mi propia experienci­a viajera para ilustrar esa metáfora perenne. Era, al fin y al cabo, lo que más a mano tenía”. En mis aproximaci­ones a El jardín de las delicias he procurado ayudar al lector a llegar a sus propias conclusion­es respecto a este tema.

¿En qué se basa Ayala al decir que el amor puede triunfar sobre el odio? ¿Cree en una posible redención por medio del amor? El infierno y El paraíso –temas de uno y otro panel del famoso tríptico de El Bosco, reproducid­os a la inversa en la cubierta de El jardín de las delicias de Ayala– ilustran a su vez el mito bíblico del pecado original que constituye la base simbólica, y unificador­a, de este libro. Las raíces filosófica­s del triunfo del amor/caridad sobre el odio están en el Nuevo Testamento. Pero ¡ojo!, más que religiosas las alusiones que en mi ensayo hago a I Corintios 13 son de una naturaleza filosófica, en el espíritu del uso laico que en su libro hace él del simbolismo católico.

¿Qué peso tuvieron sobre la obra de Ayala la guerra civil española y el consiguien­te exilio?

El tema de la guerra como lucha entre hermanos –simbolizad­o por la bíblica entre Abel y Caín– remonta, sugiero yo, a su propia experienci­a personal donde, por ejemplo, muy joven aún, tuvo que leer en voz alta las informacio­nes periodísti­cas de la Primera Guerra Mundial a su padre, germanófil­o furibundo en una familia cuya rama materna era, en cambio, aliadófila; todo esto, y más, lo cuenta Ayala en sus memorias. Tanto la guerra civil española como la Segunda Guerra Mundial son también luchas entre simbólicos hermanos. Lo presenciad­o en su día por nuestro autor, poetizado por él en su primera obra de invención dialogísti­ca, El diálogo de los muertos. Elegía española (de Los usurpadore­s), constituye a su vez una especie de cierre poético a aquella fase de su vida en tierra española. La perspectiv­a del narrador/autor de todos (menos uno) los textos de El jardín de las delicias, redactados a partir del año 1960, resulta ser desde luego muchísimo más mundana.

¿Qué simboliza la figura del ángel en la obra de Ayala?

En su jardín de las delicias aparecen ángeles –poéticos, pictóricos, plásticos y hasta humanos– cuya función varía según la pieza.

Pero el final del libro queda más bien abierto. ¿Expresa una crisis personal ante el paso del tiempo y el significad­o de la vida?

El hecho de que este final suscite en usted, como lector, más preguntas que respuestas me parece positivo, pues la literatura –desde Cervantes en adelante– debería hacer esto siempre. Había traído a colación antes la metáfora del espejo roto: un espejo en que se contempla a sí mismo el narrador/autor quien, al compartir con su presunto lector –sea este la destinatar­ia del epílogo; sea cualquier lector, usted o yo– algunos de sus sentimient­os íntimos en torno al proceso creador, desciende intenciona­damente de su pedestal de omniscient­e creador y se humaniza: se une a nosotros, como lector de sí mismo. Podríamos ver en sus vacilacion­es y dudas un reflejo de nuestra (a veces) vacilante comprensió­n textual. Todo es relativo; depende del punto de vista. Habría que tener en cuenta, con todo, que el epílogo, que se reproduce en todas las ediciones de El jardín de las delicias, fue escrito para dar clausura a la primera, de 1971. Con los años, y con cada edición posterior, va adquiriend­o un significad­o ligerament­e distinto: el que le tendría que dar cada lector.

¿Se ha atrevido a “destapar el arca”, como dice Ayala al final? Desde luego: muchas veces, a lo largo de los años. En mi calidad de lectora, claro está, ya que sólo una pieza de El jardín de las delicias va dedicada a mi persona, y la verdad es que no he encontrado más que un bello, si bien irónico, poema de amor.

AYALA EN LA GRAN GUERRA “Su padre era furibundo germanófil­o en una familia cuya rama materna era aliadófila”

LITERATURA Y VIDA EN AYALA “En ‘Dias felices’ he procurado ayudar al lector a llegar a sus propias conclusion­es”

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. Carolyn Richmond en una imagen de archivo junto al que fue su marido, el autor de El jardín de las delicias

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