El ‘top manta’ como síntoma
EL programa con el que Ada Colau ganó las elecciones ya recogía el malestar ciudadano ante la masificación turística. Como bregados activistas, la alcaldesa y su equipo llegaron con un diagnóstico ajustado de las inquietudes de los barceloneses, pero con soluciones demasiado simplistas. Con el tiempo y un mejor conocimiento de los complejos equilibrios de la ciudad, Colau fue matizando sus apriorismos. La presuntuosa actitud inicial hacia el Mobile World Congress se transformó en apoyo incondicional cuando el certamen se planteó una mudanza. Justo antes de llegar a la alcaldía, Colau declaraba: “El modelo turístico de Barcelona está fuera de control”. Así que declaró una moratoria hotelera. Denegó un Four Seasons mientras Airbnb campaba a sus anchas. El tiempo ha suavizado su posición y, después del 17-A y de un otoño político convulso, empezó a temer por la imagen de la ciudad.
Los manteros son un síntoma de esa dificultad para compaginar el discurso del activismo por los desfavorecidos, las demandas vecinales, la economía doméstica y los conflictos urbanos derivados de vuelos low cost y multinacionales digitales. Colau aborrece ver a inmigrantes recogiendo su mercancía y huyendo de la Urbana, sin reparar en que abocarlos por la vía de la permisividad a vivir de una actividad ilegal no es una ayuda. Ante el desmedido crecimiento del top manta y la proliferación de episodios incívicos, Colau pide más Mossos. Cierto que la complicidad de la Generalitat con Barcelona en esto es ínfima (¿sería igual con Trias de alcalde?) y la cercanía electoral no ayuda, pero también lo es que reclamar más policía revela la admisión implícita de una impotencia. Y llega tarde. Quizá la alcaldesa ha modulado prejuicios, pero su equipo no tanto. Cuando su responsable de Turismo, Albert Arias, reduce la agresión de un mantero a un turista a una riña banal y envía “a la mierda” a los críticos demuestra que no ha entendido nada de nada.