Estambul huele a Oriente
Los perfumes turcos incorporan ahora fragancias más orientales e islámicas
Los que se acercan a Estambul para husmear dónde empieza Oriente están de enhorabuena. Es cierto que desde hace décadas el exotismo está bajo mínimos. Ni siquiera un gobierno cuyo ambientador preferido es el islam –junto al cemento fresco– ha podido recalificar el aire de los tiempos. Y, sin embargo, hay partes de Turquía en las que rebrota todo aquello que el agua de colonia un día desbancó.
El cambio se huele en el recién restaurado bazar Egipcio, quizás por pura adaptación a los gustos de los turistas árabes o iraníes, que ya superan a los occidentales. Pero el pertinaz aroma oriental se extiende mucho más allá. Hasán es uno de los comerciantes que el año pasado optó por enrollar las alfombras de su tienda y sustituirlas “por especias, perfumes y aceites esenciales”.
Entre los mismos turcos, una minoría muy religiosa empieza a armonizar sus preferencias olfativas con las que la tradición atribuye a Mahoma, plenamente en vigor en Arabia. En paralelo, laicistas habituados a mirar en dirección contraria a La Meca, buscan anclajes en el baúl otomano para no ser barridos por la globalización.
Algunos de estos “turcos blancos” intentan reconstruir a qué olía el harén o con qué se perfumaban el sultán y sus concubinas. Y terminan preguntándose por qué aquel refinamiento cultural fue arrojado íntegramente al
Bósforo por la república turca. “Fue algo insensato –opina la perfumista Bihter Türkan Ergül– teniendo en cuenta que todo lo que Europa sabía de perfumes lo había aprendido de Oriente y de Egipto”. Ergül, que organiza congresos con el objeto de que “Estambul vuelva a ser una capital del perfume”, recrea y vende el producto de sus investigaciones en su propia tienda, en el occidentalizado barrio de Besiktas. Por ejemplo, el perfume favorito de los sultanes Solimán el Magnífico –a base de almizcle– y Selim II –a base de ámbar–, así como de Roxelana, la más célebre de sus esposas.
“Sabemos que el serrallo se perfumaba con palo de áloe, sándalo, ámbar y almizcle”, explica Ergül. Mientras que en la ceremonia de la circuncisión flotaban en el aire “canela, clavo y agua de rosas”. El hammam, por su parte, “olía a jengibre y clavo en invierno –buenos para el sistema inmunológico– y a menta, laurel y tomillo en verano”.
El palo de áloe –favorito de Mahoma– sigue siendo símbolo de autoridad, explica la perfumista y psicóloga. Quien lo entiende a la perfección es el imán al que sorprendemos atusándose la barba con aceite de áloe en una tienda de Çarsamba, el barrio más islamizado de Estambul, donde los turbantes y el velo integral están a la orden del día. Para los musulmanes estrictos como él, la ausencia de alcohol en los aceites esenciales es un valor añadido. Pero para la mayoría de los turcos y turcas de hoy, el aceite de áloe es insoportablemente masculino.
Sin embargo, la madre del sultán, por su autoridad política, también usaba áloe, aunque “mezclado con rosa, ámbar y vainilla”. De hecho, subraya Ergül, “toda la sociedad otomana se perfumaba. Aunque la gente de la calle en lugar de ingredientes tan caros empleaba ungüentos de jazmín, jacinto o clavel”. La perfumista asegura que también eran muy populares “la violeta y la madreselva”, mientras que el mayor arquitecto otomano, Sinán, “encontraba la inspiración aplicándose esencia de mandarina en las narices”.
Muchos de los logros arquitectónicos de la cultura otomana siguen en pie, pero sus conquistas culturales más sutiles vagan como pompas de jabón. Con la caída de la Casa de Osmán desapareció también una larga tradición que ahora yace enterrada en los archivos. Hace un par de años, uno de los nietos del depuesto sultán, Abdülhamid II, recogió de manos de Ergül una recreación del perfume favorito de su abuelo, que no está a la venta.
La occidentalización, en resumen, embotó uno de los cinco sentidos de los turcos, que antaño no sólo degustaban las bebidas, sino que también las olían. “Desde los sorbetes hasta al café, donde se ponía cardamomo”, explica Ergül mientras ofrece unas delicias turcas con pétalos de rosa de Esparta. El agua de colonia está bien, “pero esto es profundo”, dice mientras aspira. “Esto sabe a hogar”.
El hammam olía a jengibre y clavo en invierno, y a menta, laurel y tomillo en verano