Un ruiseñor en Siria
Aquella Historia universal de la infamia que Jorge Luis Borges escribió reconstruyendo la vida de guerreros, piratas, traficantes de esclavos y asesinos encontraría en la guerra de Siria (la más caótica y sanguinaria de nuestro tiempo) motivos de sobra para ampliar el catálogo de la ignominia. Borges literaturizó en este libro la crueldad humana y consiguió un resultado ambiguo: escribía tan bien, Borges, que la iniquidad de sus personajes llega a parecer, no ya atractiva, sino fascinante.
Que el mal es más divertido y seductor que el bien lo sabemos desde que Caín mató a su hermano. Desde entonces, Adán tiene fama de melifluo y las narraciones literarias o fílmicas sólo exploran las aventuras de los descendientes de Caín. Se ha comprobado una vez más con los horrores de Siria. La guerra ha arrasado el país entero y ha causado millones de muertos y desplazados, pero el protagonismo mediático ha recaído en los cafres del Estado Islámico.
Ciertamente, periodistas y expertos han explicado cómo funcionaba el laberíntico campo de batalla protagonizado por 12 o 13 facciones armadas (¿o
Que el mal es más divertido y seductor que el bien lo sabemos desde que Caín mató a su hermano
eran más?). Hemos tenido noticia del juego de Rusia, de las vacilaciones americanas, de la determinación de Israel, de la parálisis de Europa, de los réditos turcos y de las tutelas iraní y saudí. Pero estas informaciones han suscitado un interés análogo al de las viejas películas de guerra que de vez en cuando las televisiones reponen los viernes por la noche. Las truculencias del Estado Islámico han acaparado el protagonismo en los telediarios: la audiencia siempre sube con la pimienta excitante del terror.
La guerra de Siria no ha suscitado un verdadero debate europeo. Impactos emotivos, muchos; pero ninguna alarma humanitaria. Causaron alarma, sí, los refugiados que atravesaban Europa huyendo de la barbarie. Pero no era la desdicha de los protagonistas del éxodo sirio lo que preocupaba, por supuesto. La reacción alérgica que la presencia de los fugitivos provocó en nuestras atemorizadas sociedades está transformando descarnadamente Europa. Los problemas que ahora tiene Merkel con sus socios de Baviera pueden decantar la balanza europea a favor del modelo de Salvini, el líder rampante de Italia, o del húngaro Orbán, el precursor.
Mientras tanto, en Siria, la infamia continúa. Liberados los territorios del Estado Islámico, son otros cafres los que ahora atormentan arbitrariamente a la población. Leo que a finales del año pasado una chica violada por sus liberadores se suicidó con su novio, despeñándose con el coche. Y leo que los kurdos, por supuesto, siguen perdiendo. Cuando las Unidades de Movilización Popular (al-Hashd al-Shaabi) liberaron, con el aplauso de Occidente, la zona de Kirkuk, quemaron la casa de un pobre hombre. Fatalista y acostumbrado a perder, declaró. “Entiendo que me hayan quemado la casa: soy kurdo. ¿Pero por qué han tenido que matar a mi ruiseñor? ¡No era kurdo, era un pájaro!”.