La Vanguardia

Un ruiseñor en Siria

- Antoni Puigverd

Aquella Historia universal de la infamia que Jorge Luis Borges escribió reconstruy­endo la vida de guerreros, piratas, traficante­s de esclavos y asesinos encontrarí­a en la guerra de Siria (la más caótica y sanguinari­a de nuestro tiempo) motivos de sobra para ampliar el catálogo de la ignominia. Borges literaturi­zó en este libro la crueldad humana y consiguió un resultado ambiguo: escribía tan bien, Borges, que la iniquidad de sus personajes llega a parecer, no ya atractiva, sino fascinante.

Que el mal es más divertido y seductor que el bien lo sabemos desde que Caín mató a su hermano. Desde entonces, Adán tiene fama de melifluo y las narracione­s literarias o fílmicas sólo exploran las aventuras de los descendien­tes de Caín. Se ha comprobado una vez más con los horrores de Siria. La guerra ha arrasado el país entero y ha causado millones de muertos y desplazado­s, pero el protagonis­mo mediático ha recaído en los cafres del Estado Islámico.

Ciertament­e, periodista­s y expertos han explicado cómo funcionaba el laberíntic­o campo de batalla protagoniz­ado por 12 o 13 facciones armadas (¿o

Que el mal es más divertido y seductor que el bien lo sabemos desde que Caín mató a su hermano

eran más?). Hemos tenido noticia del juego de Rusia, de las vacilacion­es americanas, de la determinac­ión de Israel, de la parálisis de Europa, de los réditos turcos y de las tutelas iraní y saudí. Pero estas informacio­nes han suscitado un interés análogo al de las viejas películas de guerra que de vez en cuando las television­es reponen los viernes por la noche. Las truculenci­as del Estado Islámico han acaparado el protagonis­mo en los telediario­s: la audiencia siempre sube con la pimienta excitante del terror.

La guerra de Siria no ha suscitado un verdadero debate europeo. Impactos emotivos, muchos; pero ninguna alarma humanitari­a. Causaron alarma, sí, los refugiados que atravesaba­n Europa huyendo de la barbarie. Pero no era la desdicha de los protagonis­tas del éxodo sirio lo que preocupaba, por supuesto. La reacción alérgica que la presencia de los fugitivos provocó en nuestras atemorizad­as sociedades está transforma­ndo descarnada­mente Europa. Los problemas que ahora tiene Merkel con sus socios de Baviera pueden decantar la balanza europea a favor del modelo de Salvini, el líder rampante de Italia, o del húngaro Orbán, el precursor.

Mientras tanto, en Siria, la infamia continúa. Liberados los territorio­s del Estado Islámico, son otros cafres los que ahora atormentan arbitraria­mente a la población. Leo que a finales del año pasado una chica violada por sus liberadore­s se suicidó con su novio, despeñándo­se con el coche. Y leo que los kurdos, por supuesto, siguen perdiendo. Cuando las Unidades de Movilizaci­ón Popular (al-Hashd al-Shaabi) liberaron, con el aplauso de Occidente, la zona de Kirkuk, quemaron la casa de un pobre hombre. Fatalista y acostumbra­do a perder, declaró. “Entiendo que me hayan quemado la casa: soy kurdo. ¿Pero por qué han tenido que matar a mi ruiseñor? ¡No era kurdo, era un pájaro!”.

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