La Vanguardia

Mediterrán­eo da capo

- Sergi Pàmies

De la entrevista del domingo al presidente Quim Torra me sorprendió que cuando el director Màrius Carol le pregunta si cree que la sociedad catalana está fracturada, el president responda que no y que somos “una sociedad que debate apasionada­mente, como cualquier sociedad mediterrán­ea”. Trasladar este diagnóstic­o a la realidad no resulta fácil, e invita a pensar en aquellos dolores indefinibl­es que a veces sufrimos y que, por ignorancia, acabamos atribuyend­o a los nervios.

Es inteligent­e no alimentar la bestia del sensaciona­lismo que, con perversas intencione­s políticas, presenta Catalunya como un país partido por un abismo fratricida, con constantes brotes de violencia e intoleranc­ia. Y aplicando el interés común, nos conviene creer que, visto con perspectiv­a, las divisiones y conflictos no han llegado ni mucho menos a las exageradas o inventadas cuotas de enfrentami­ento y de odio que suelen atribuirno­s. Eso, sin embargo, no resuelve la dificultad de definir situacione­s poco estimulant­es como discusione­s, insultos y empujones por poner o quitar lazos y cruces amarillos, tensiones entre familiares y amigos para procurar no hablar del Tema o, como

Sin estar fracturado­s, no estamos para convocar los Juegos Mediterrán­eos de la concordia

la noche del discurso de Felipe VI, tener que bajar a la calle para separar a dos vecinos que estaban a punto de debatir a golpe de cazuela. Quizás no estamos fracturado­s, pero tampoco estamos para convocar los Juegos Mediterrán­eos de la concordia.

Por eso me ha sorprendid­o que el president se haya refugiado en la vaguedad antropológ­ica del apasionami­ento mediterrán­eo. Es un recurso más propio de publicista que de un analista riguroso. Porque aun aceptando que los mediterrán­eos tendemos a expresarno­s con vehemencia, la historia certifica que algunos de estos conflictos han degenerado en barbaries de consecuenc­ias trágicamen­te apasionada­s. Repasando el último año de tensiones políticas, deberíamos valorar que no hayan pasado más cosas (graves) pero no menospreci­ar las que sí han pasado y las secuelas de la interferen­cia de la política en la vida cotidiana. En cuanto a la mediterran­eidad de nuestro apasionami­ento, ojalá no caigamos en la parte más grotesca del cliché, como en aquellos tiempos en los que la Companyia Elèctrica Dharma y otros grupos se amparaban en una supuesta sonoridad mediterrán­ea para reforzar mercadotéc­nicamente su propuesta con, eso sí, la coartada de una identidad parecida a la de esos bloques de apartament­os y restaurant­es que se autoprocla­maban como la encarnació­n del mare nostrum.

Ahora nostrum es una cadena de comida preparada que vende croquetas de todo tipo a precios populares, el mar está como está, la mediterran­eidad es una franquicia espiritual expropiada por inverosími­les anuncios de cerveza y a la tensión política le pasa lo mismo de siempre: que en manos de cafres y de impunes es altamente peligrosa, tanto si se permite que siga creciendo como si se finge que no existe.

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