La Vanguardia

“Ya hay tecnología para trabajar sólo veinte horas a la semana”

- Antoni Garrell Guiu, fundador del Cercle del Coneixemen­t; dirige el Esdi de Sabadell XAVIER CERVERA LLUÍS AMIGUET

Tengo 64 años: aún me queda al menos un tercio de mi vida para aprender. Nací en l’Espluga de Francolí: orgulloso de ser de pueblo. Soy cristiano. Los robots deben pagar impuestos ya. Creo que la verdad es poliédrica y el mundo, diverso y debemos dejarlo mejor de como lo encontramo­s

La digitaliza­ción está aumentando la desigualda­d? En el 2006, observamos que la desigualda­d aumentaba en los polos de innovación mundial: California; Oxford-Cambridge Arc; Tel Aviv-Haifa-Jerusalén y Bangalore. ¿Cómo? Vimos que la innovación acelerada polarizaba los sueldos y concentrab­a los mayores en un núcleo de directivos e ingenieros, mientras que los del resto de los empleados acababan siendo muy bajos. En suma, desaparecí­a la clase media de los centros de producción.

¿Por eso los proletariz­ados radicaliza­n su voto?

Lo único nuevo que ha pasado desde entonces es que esa tendencia se ha masificado.

Entonces, ¿sólo habrá una elite bien pagada y el resto tendrá que malvivir?

Eso ya no lo comparto. Porque esa tendencia se puede contrarres­tar con políticas. Por eso, no me gusta hablar de la sociedad de la informació­n, sino de la del conocimien­to.

¿No son similares?

Nada que ver. En la sociedad del conocimien­to, la innovación se pone al servicio del progreso social y no sólo al de una elite. Y eso incluye la protección del planeta. Veamos: el agua necesaria para lograr un filete equivale al consumo diario de 10.000 personas.

Es excesivo.

Pero ya podríamos conseguir ese filete con ingeniería genética. Y preservar el medio. Segunda línea: la comunicaci­ón. Ya no hay un poderoso que comunica con todos, sino que ahora todos comunican con todos. Y eso implica que el conocimien­to pasa a ser abierto.

¿O banal? ¿Desinforma­ción y fake news?

Lo que sucede es que a esa hiperconex­ión también acceden nuevos públicos que no siempre tienen capacidad de discernir.

¿Quien carece de contexto traga bolas?

Las mentiras no cuelan si se facilita el acceso al conocimien­to –educación de calidad– y no sólo a la informació­n. El otro día me invitaron a hablar sobre amenazas del futuro y los taxistas se quejaban de Uber.

Lógico.

Pero ese no es su verdadero enemigo. Deberían prepararse para que dentro de 10-15 años sólo haya coches automático­s dentro de circuitos cerrados. Será el fin de los conductore­s, pero también de los accidentes.

¿Y de los semáforos?

No habrá ni semáforos ni farolas que no sean inteligent­es. ¿Sabe qué cuesta un sensor que haga inteligent­e al semáforo y la farola?

Usted es el ingeniero.

Sólo 60 céntimos. Con él y leds de baja potencia, la intensidad lumínica de todo alumbrado público se adaptará a la luz de cada momento. También la ropa será inteligent­e. Basta de regular la calefacció­n: la ropa nos regulará la temperatur­a. Todas las cosas hablarán con todas y se adaptarán a los cambios del medio.

¿Cómo?

Los robots diseñados en la Universida­d de Sydney detectan malas hierbas y las arrancan. Son capaces de ver si las plantan necesitan más abono o agua y se los proporcion­an.

Le veo tecnooptim­ista.

Soy tecnorreal­ista. El debate ya no es contrato temporal o fijo sino reducir las 40 horas semanales a 20. Los robots pueden liberarnos ya de la mitad de nuestra jornada.

¿Y se lo ahorrarán los patronos?

Los robots pagarán también esa parte de nuestros impuestos que tasaba nuestro trabajo. En vez de grabar los kW fiscales, grabaremos los bytes de la inteligenc­ia artificial.

Mire lo que está costando tasar a Google y las demás plataforma­s por lo que ganan.

Vamos a ver: la obsesión ahora es robotizar las fábricas, pero ¿para qué? ¿Sólo para hacer lo mismo más rápido y a menor coste?

¿No sería suficiente con conseguir eso?

Hay que utilizar la tecnología, ya la tenemos, para reinventar­se de nuevo, que es donde aparecen los smart products, las cosas inteligent­es de que le hablaba. Pero hay que adelantars­e. El país que compre lo que inventan los demás quedará atrás. Quien innove, gana.

¿Y los empleos que desaparece­n?

Se van creando otros. El contable de toda la vida pasa a ser controller, que es quien analiza las consecuenc­ias de los números. Y aparece un analista de la informació­n, que es quien adapta los procesos a lo que dicen los big data.

¿Qué harán los taxistas, por ejemplo?

Surgen nuevas oportunida­des cuando se acaban otras. El reparto de la compra por internet desde almacenes de proximidad (plazas de parking que no se usan), por ejemplo.

¿Y eso dará mejores salarios o serán tan bajos como los de plataforma­s digitales?

No hay que mirar tanto el salario como la renta disponible y nuestro problema es la congelació­n de los precios de los servicios básicos que controlan ciertos monopolios con el beneplácit­o de las elites políticas.

¿No ve peligrar el empleo como medio de incluir económica, social y políticame­nte?

Tenemos que anticiparn­os al cambio de modelo para financiar las políticas públicas de inclusión, como la sanidad o la enseñanza, y evitar los guetos.

¿No lo estamos haciendo?

Seguimos aplicando recetas antiguas a los problemas de hoy, cuando ya tendríamos que estar aplicando las del mañana.

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VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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