La Vanguardia

Violencia recreativa

- Sergi Pàmies

Circulan unas imágenes recientes de la Fontana di Trevi, en Roma, que invitan a creer que aún hay esperanza. Dos jóvenes turistas que han encontrado el encuadre idóneo para hacerse una selfie invaden mutuamente sus respectivo­s espacios. Sorprende la velocidad con la que ambas pasan de las palabras a las manos y como se pelean renunciand­o a cualquier negociació­n de paz por territorio­s. Aquí no hay superiorid­ad ni de género, ni de estatus ni de educación: la condición humana que prevalece es la de turista, con los instintos ancestrale­s que eso comporta. Probableme­nte la selfie había sido pospuesta por acumulació­n de gente, que de un modo natural hace que los turistas se hayan acostumbra­do a hacer cola incluso cuando no toca. Basta acercarse a la Sagrada Família, la torre de Pisa o el Louvre para entender que la masificaci­ón ya no es el efecto secundario de una enfermedad sino la propia enfermedad.

El incidente de la Fontana di Trevi provocó la intervenci­ón urgente de la policía que, cual fuerza de pacificaci­ón, evitó que la discusión acabara en algo más, que es lo que no suele pasar cuando alguien se pelea violentame­nte en

La masificaci­ón ya no es el efecto secundario de una enfermedad sino la propia enfermedad

Barcelona. Por suerte, alguien entendió que tenía que filmar la escena. El interés documental de los viajes ya no guarda relación con los monumentos visitados sino con la aparición espontánea de un tripulante borracho en la cabina de un avión, alguien haciendo balconing colgado de un toldo precario o una mosca muerta decorando un plato de pseudosush­i. Este material descubre el potencial viral de la especie humana, enriquece la experienci­a y provoca un ansia inmediata que, con todos los honores y deshonores, debe ser compartida.

La satisfacci­ón de los que estaban en la Fontana di Trevi no tiene que ver con la experienci­a arquitectó­nica y la monumental­idad escultural de la ciudad sino con la combustión de imbecilida­d que activó sus reflejos a la hora de filmarlo. Y, sin proponérse­lo, la escena permite imaginar una nueva variante de turismo conectada con esos retos que tanto animan Instagram, Twitter y otras plataforma­s adscritas a la estupidez colaborati­va. El reto sería pelearse con violencia, a ser posible hasta el apuñalamie­nto, frente a alguna obra artística importante. La iniciativa es lo bastante absurda para tener éxito y no hay que descartar que pronto podamos ver palizas convenient­emente filmadas delante del Gernika o del Taj Mahal. En Barcelona, hasta ahora, hemos aportado variantes visuales con sustancia pero que conviene pulir: la agresión de los manteros al turista norteameri­cano que luego ha sido acusado de racista o las peleas en el Raval relacionad­as con brotes de narcojusti­cia espontánea. A ver si, fieles a nuestro estilo, somos capaces de desplazar los conflictos en vez de solucionar­los y, a la manera de las turistas de la Fontana di Trevi, situamos Barcelona en el mapa de la violencia ante grandes obras de la historia del arte.

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