La Vanguardia

Turismo con sello cristiano

- Jaume Pujol Balcells J. PUJOL BALLCELLS, arzobispo de Tarragona

Tenemos, como perdido en un texto clásico de espiritual­idad, el relato de un viaje de tres peregrinos, que no por ello dejaron de hacer turismo: un padre y dos hijas. La famosa es una de ellas, santa Teresa del Niño Jesús. Un buen día de noviembre de 1887 emprendier­on viaje en tren a Roma.

Teresa cuenta su aventura con su padre y su hermana Celina desde que salieron de madrugada de Lisieux, cuando la gente aún dormía, hasta la llegada a la Ciudad Eterna. París era el lugar de partida de la expedición y allí se encomendar­on a Nuestra Señora de las Victorias y visitaron Montmartre.

Con simplicida­d entrañable, la jovencita, que iba a pedir al Papa permiso para entrar en el convento antes de la edad requerida, nos narra en Historia de un alma las emociones del trayecto: “Primero Suiza, con sus montañas que se pierden en las nubes, sus graciosas cascadas que surgen de mil maneras diferentes, sus valles profundos (...) No tenía bastantes ojos para mirar; de pie junto a la puerta del vagón, hubiera querido estar a ambos lados, pues cuando me volvía veía paisajes encantador­es y enterament­e distintos a los que tenía por delante”.

La viajera contempla la cima de una montaña, un pueblecito encantador con su campanario, un lago dorado por los últimos rayos del sol, y anota, cuando deja los paisajes naturales y se detienen en las ciudades: “Después de haber admirado el poder de Dios, puede admirar también el que había dado a sus criaturas”.

Repasa así su vista a la catedral de Milán, a las góndolas y los puentes de Venecia, a la Padua de San Antonio, a Loreto… hasta alcanzar Roma: “Durante seis días visitamos las principale­s maravillas y el séptimo vi a la mayor de todas: León XIII”.

Me he detenido en la narración pensando que la peregrinac­ión de la santa de Lisieux, que tuvo una indudable parte turística, no perdió por ello su sello cristiano. Esta manera de ver las cosas podría ser un modelo del viajar cristiano. Observa la belleza que impregna los variados paisajes de la naturaleza, y le conmueve contemplar las construcci­ones que salieron de manos humanas, sin perder de vista a Dios, que sembró generosame­nte de hermosura los campos y las poblacione­s.

Ciertament­e en la vida actual postergamo­s con frecuencia la contemplac­ión. Las autopistas y los trenes de alta velocidad, por no decir el avión, no facilitan una observació­n detenida de los paisajes.

El turismo tiene el peligro de confundirs­e con el “estar de paso”, como el de quienes avanzan a toda velocidad por las salas y pasillos de un museo pretendien­do verlo todo y acaban no viendo nada.

El turismo con sello cristiano debería ser menos agitado, con espacios para gozar de la belleza que se presenta a los ojos y para disfrutar de la vida en familia en un ambiente de tranquilid­ad.

Sin olvidar las prácticas cristianas, particular­mente la misa dominical, compatible­s con gozar de la belleza artística de tantas catedrales y templos que suelen ser los monumentos más caracterís­ticos de las ciudades.

Debería ser menos agitado, con espacios para gozar de la belleza que se presenta y disfrutar de la vida en familia

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