La Vanguardia

Llanto por Diyarbakir

Las obras de reconstruc­ción de Diyarbakir, la capital de los kurdos de Turquía, han arrasado parte del patrimonio histórico

- JORDI JOAN BAÑOS Diyarbakir. Correspons­al

Las murallas de Diyarbakir la han protegido de invasores durante milenios. De lo que no han podido preservar a esta ciudad de la Alta Mesopotami­a es del conflicto armado entre la insurgenci­a kurda y el Estado turco. Entre el 2015 y el 2016, el atrinchera­miento del Partido de los Trabajador­es del Kurdistán (PKK) y la respuesta sin contemplac­iones del ejército redujo a escombros más de una quinta parte de Sur, el barrio amurallado. Para más inri, tal destrucció­n se produjo a los pocos meses de que la Unesco declarara Sur patrimonio de la humanidad.

El confuso asesinato de Tahir Elçi, un abogado defensor de presos kurdos, y la respuesta armada del PKK enterraron las conversaci­ones de paz. La nominación de la Unesco no frenó a los acorazados y la organizaci­ón ni siquiera condenó los desmanes en su reunión de aquel año en Estambul. Solo en Sur murieron 279 guerriller­os kurdos, así como setenta y tantos militares y policías, que requisaron más de quinientas armas de fuego y tres toneladas de explosivos, además de retirar doscientas barricadas y trescienta­s bombas.

Diyarbakir es la capital oficiosa de los kurdos de Turquía. Ahora, quien visite la restaurada ciudadela –con espléndido­s museos y una conmovedor­a iglesia de San Jorge asomada al Tigris– se arriesga a ser el único extranjero. Sin embargo, al recién estrenado parque de la mezquita de Suleimán, en pendiente, le sobran lugareños regalándos­e una vista edénica. Las murallas de basalto, tan viejas como la historia de la humanidad, son, en su última encarnació­n, de la época romana. Muchos ignoran las vallas y las escalan para contemplar, con vértigo, cómo intramuros, docenas de hectáreas –de acceso vetado– han sido expropiada­s y demolidas. Extramuros, quien desconozca los recientes combates puede quedar deslumbrad­o por el diseño del parque. Quien los conozca, queda igualmente chocado por la rapidez de ejecución, que borra de una tacada el presente y la historia más remota.

“Es una versión alterada de nuestro proyecto”, explica a La Vanguardia Abdulah Demirbas, quien fuera elegido alcalde de Sur en el 2004 con un 66% de los votos. “Mi ayuntamien­to quería desenterra­r el patrimonio histórico, pero con la gente dentro”. La piqueta no sólo derribó chabolas, sino también “las ruinas de un anfiteatro y unas termas romanas”. El exalcalde lamenta “la irresponsa­bilidad de la Unesco”, que no ha evitado que “de los dieciséis barrios de la ciudad amurallada, seis hayan sido totalmente arrasados, con varias mansiones antiguas. De una sinagoga de la que quedaban ruinas ya no queda nada”.

Demirbas sigue lamentándo­se: “Quisimos recrear la memoria cultural armenia y asiria. Reabrimos una iglesia tras décadas y tresciento­s criptoarme­nios salieron de las catacumbas”. Pero tras los combates, vuelve a ser una ruina. El Gobierno admite graves desperfect­os en veintitrés mezquitas e iglesias, pero sostiene que “once ya han sido restaurada­s y el resto lo será a lo largo de 2018”.

El alcalde transforma­dor fue suspendido en el 2007 por haber introducid­o en la administra­ción el kurdo, lengua de la mayoría de los vecinos (desde que hace un siglo masacraron o expulsaron a asirios y armenios). Demirbas volvió a ganar y, esta vez, terminó acusado de “colaboraci­ón con organizaci­ón terrorista”. “Me pedían seis años y ocho meses de cárcel, más que si hubiera empuñado las armas”. Tras cinco meses entre rejas, durante los cuales estallaron los combates, salió “por motivos de salud”. Para entonces la prisión era Sur.

Hasan es uno de los habitantes de la ciudad vieja que durante los ciento tres días de operacione­s ni siquiera pudo acercarse a casa, alojándose con parientes en la parte nueva, cuajada de manzanas ocupadas por cuarteles de alta seguridad. Suspira porque, como otros 25.000 vecinos, no tuvo más remedio que aceptar la indemnizac­ión, previa a la demolición. Sobre el futuro tejido urbano y demográfic­o sólo hay especulaci­ones, aunque los callejones no volverán. No cabían los tanques.

“Los ánimos estaban caldeados desde Kobane”, recuerda Demirbas, por la inacción turca ante el Estado Islámico en Siria. Pero muchos kurdos –y no sólo el 40% que apoya a Erdogan– culpan al PKK por haber adoptado una estrategia de guerrilla urbana que resultó demoledora. Demirbas echa pelotas fuera: “No estamos seguros de que al principio fuera el PKK. Eran jóvenes de muy baja extracción. Y los edificios fueron derribados cuando los combates hacía tiempo que habían terminado”. Tras el golpe fallido, todos los alcaldes vinculados al pro kurdo HDP –menos uno– han sido inhabilita­dos, a menudo encarcelad­os, y reemplazad­os por funcionari­os de Ankara. Hasta hoy.

El enfrentami­ento entre el PKK y el ejército turco destruyó parte del barrio amurallado

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ANADOLU AGENCY / GETTY Riqueza de la humanidadV­ista parcial de la fortaleza de Diyarbakir, declarada patrimonio porla Unesco, en una imagen tomada en el2015
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ANADOLU AGENCY / GETTY Las murallas de Diyarbakir, convertida­s en lugar de reunión y ocio

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