Turismo de Irlanda
Durante años recibí, siempre por correo electrónico, anuncios de sistemas y prótesis para alargar el pene. Fingí no darme por aludido y me refugié en el cliché machista de: “El físico no es importante y a las mujeres les gusta que las hagan reír”. A escondidas, sin embargo, seguía leyendo los correos, admirado por los progresos de la tecnología. Reducido a diversión antropológica, el alargamiento se sumó a las promesas de sorteos millonarios y otras estafas habituales en el internet más vintage. Pasaron los años. Los softwares permitieron filtrar la correspondencia y este tipo de material quedó limitado a la categoría de spam . Es un concepto por el cual tengo cierta simpatía, quizás porque al principio fui lo bastante incompetente para convertirlo en contraseña sólo porque parecía la abreviatura de mi nombre. Paralelamente, la pedagogía internáutica nos avisó de los peligros del spam, que podía inocular virus en el ordenador y arruinarnos la vida con un venéreo fulgor de origen postsoviético.
Como en tantas otras cosas, en eso también fui disciplinado, pero cuando llegaban los spams, celebraba que, pese a no poder abrirlos bajo ningún concepto, en la casilla de asunto constara la referencia a lo que podríamos denominar ensanchamiento de la base. El caso es que llevo unos años sin recibir este tipo de correo no deseado. De entrada pensé que era una medida general, la evolución natural de una moda que, como casi todas, vive un momento de esplendor hasta caer en una rápida decadencia previa a la desaparición. Sin embargo, según lo que se comentó en una reciente sobremesa de cuñados en la cual participé (todos hemos sido, somos o seremos cuñados), lo que pasa es que los algoritmos actuales deben de haberme eliminado de la lista de posibles candidatos a causa de mi edad y de la falta de potencial de mi target digital.
Podría decirles que la teoría no me afectó (aparte de descubrir no sólo que tenía target sino que era un target impotente) pero mentiría. Aunque nunca me atreví a cruzar la línea roja, el interés de las empresas de alargadores me reconfortaba, aunque fuera desde la inaccesibilidad de la carpeta del spam. Resultado: de unos años a esta parte consulto el correo electrónico con el ansia analógica de Joan Salvat-Papasseit cuando esperaba al cartero. Y me encantaría encontrar el prometedor asunto, pariente de los charlatanes que vendían lociones contra la alopecia, pero no. En vez del furor de inventos de succión hidráulica y de gimnasias genitales creativas, ahora el deseado correo no deseado es un flácido conglomerado de coches de gama media, seguros, créditos al consumo y, de un modo obsesivo (cada día desde hace tres años), anuncios de “Turismo de Irlanda”. De manera que llevo días imaginándome Irlanda como un lugar lleno de hombres fatídicamente envejecidos, cargados de digitales enfermedades venéreas, que, de pub en pub, se preguntan cómo demonios han llegado hasta aquí.
Hace unos años que ya no recibo correo no deseado sobre el alargamiento del pene