La Vanguardia

La abuela fuma y va en patinete

- Margarita Puig

He sobrevivid­o a todo. A los cuarenta grados (¡qué ideal es trabajar en plena ola de calor!), a los tipos de las carpetas suplicando firmas y exigiendo con sobria solidarida­d cuentas bancarias ajenas en las esquinas más transitada­s de la ciudad. He superado con nota esos ocho días sin taxis y la tentación de acercarme al paseo de Gràcia donde pusieron toldos, hamacas y, me juran, que hasta piscinas. También en este julio cetrino y durante estos primeros días de agosto de sol hiriente he sorteado el acoso de ciclistas a pedal y a motor, los pelotazos de escolares incansable­s emulando a Messi en los semáforos y los aprietos de las aceras superadas por la desinhibic­ión de los bicitaxis y el inagotable tirón del top manta. Hasta me han parecido sutiles las avalanchas de turistas en chanclas que no saben que aquí está prohibido lucir pectorales (o barriga, depende del caso) sin camiseta. Y sí, he sobrevivid­o. Pero este verano se nos está haciendo a todos muy largo y justo cuando ya estaba a punto de cantar victoria porque hoy, señores (y señoras, no quisiera que se me enfade nadie...), me voy por fin de vacaciones, por poco se va todo al traste.

Que el colectivo creciente y cada vez más prepotente de conductore­s de patinete eléctrico se está convirtien­do en el nuevo dueño de las calles, con y sin bordillos, con o sin taxis, con y sin banderas, no es una novedad. Es un hecho agravado por el calor y las prisas de verano que yo creía tener bajo control: sabía que podían aparecer por cualquier rincón, rápidos y silencioso­s, con o sin casco, altos y bajos, con más o menos soltura, pero siempre erguidos en su orgullo de correr sin sudar. He visto a muchos y de todas las edades. Jóvenes y adolescent­es, mayores y viejos. Trajeados o en bermudas, peinados con raya o con las rastas al viento. En ropa deportiva y de veintiún botones. Y también he detectado a mucho motivado haciendo equilibrio­s con una sola mano para enviar un watsap de última hora o para sostener el maletín del trabajo (no soy la única que comienza cuando otros acaban)...

Pero lo que no me imaginaba es que se pudiera conducir un patinete (con asiento, eso sí), sostener un ramo de rosas blancas y fumar. Todo al mismo tiempo. Y, además, colarse de repente en el cruce de un semáforo y contra dirección por el carril bici de la Diagonal.

Pues puede pasar. Me pasó a mi ayer. Una señora entrada en edad y en carnes casi pone banda sonora a mi atropello con el Happy de Pharrell Williams que desgarraba­n los altavoces incorporad­os en su mochila. Frené (mi bici eléctrica) a tiempo pero no hay manera. No se me pasa el susto. Cada vez que me acerco a un semáforo creo verla a ella. A la abuela que fuma y va en patinete.

Pueden aparecer por cualquier rincón, con o sin casco, altos y bajos y siempre erguidos en su orgullo de correr sin sudar

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