Crisis de acogida
Se ha encontrado una solución para dar la bienvenida a los refugiados del Aquarius. Pero esta buena noticia no debería hacernos olvidar las serias dificultades que enfrenta Europa con respecto a los refugiados.
La crisis de los refugiados que vive Europa no se limita a una simple crisis humanitaria; se ha convertido en una crisis estratégica de gran magnitud. El propio término crisis no cabe aplicársele, pues la situación no es, en realidad, coyuntural, sino estructural y se inscribe en el paisaje político a largo plazo.
Según el Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur), los refugiados y desplazados a causa de conflictos serían unos 68 millones de personas (40 millones de desplazados internos y 25 millones de refugiados). Si constituyeran un país, este último sería el vigésimo país más poblado del mundo. Las dos terceras partes de los refugiados proceden de cinco países: Siria (6,3 millones), Afganistán (2,6 millones), Sudán del Sur (2,4 millones), Birmania (1,2 millones) y Somalia (1 millón).
Esta situación plantea un desafío estratégico a Europa, en la medida en que esta última es, a la vez, un continente adonde afluye una gran parte de los refugiados y donde los debates son más vivos, hasta el punto de cuestionar su unidad. Europa sigue siendo un Eldorado de prosperidad y paz para quienes viven fuera de ella, en el mismo momento en que un desaliento y una fuerte insatisfacción se hacen sentir en su seno. Ello no impide que los países de fuera de la UE reciban muchos más refugiados. Turquía (3,5 millones), Pakistán (1,4 millones), Uganda (1,4 millones), Líbano e Irán (1 millón) tienen más refugiados en su territorio que Alemania (970.000 personas).
La UE no ha podido hacer frente a la afluencia de refugiados debido a profundas divergencias de puntos de vista sobre la mejor manera de hacer frente al problema o de no responder simple y llanamente. Asistimos en mayor medida a una “crisis de acogida” que a una real “crisis de refugiados”. A este respecto, la ruptura entre el Este y el Oeste nos parece lejos de haberse cerrado. Europa paga, tal vez, el precio de una reunificación efectuada con excesiva rapidez, a fin de acoger a países que habían vivido bajo la férula de la Unión Soviética. Dicho esto, estas divisiones se han agravado hasta el punto de ser casi insuperables. Polonia y Hungría no han sido capaces siquiera de acoger a los 2.000 refugiados que las cuotas de la UE les habían atribuido. ¿Puede Europa seguir sermoneando al resto del mundo anteponiendo sus “valores” para ponerlos en práctica de manera tan escasa? Estos países, por otra parte, se hallan más abiertos a acoger a refugiados ucranianos que a los procedentes de África y de Oriente Medio. El rechazo de los refugiados no puede enmascarar al de los musulmanes.
Si bien muchos han alabado la generosidad de Angela Merkel, que ha aceptado un millón de refugiados, no cabe obviar que ello respondía al interés nacional alemán en plena crisis demográfica y en situación de pleno empleo. El problema es que Angela Merkel actuó sin mediar una concertación con los demás países europeos de modo que su gesto, generoso a primera vista, era ante todo unilateral.
El presidente francés, Emmanuel Macron, tuvo razón a la hora de subrayar que no cabía reclamar ayudas a la UE sin aceptar las contrapartidas. Pero Francia que, con otros países, ha dejado que Italia se las arreglara por sí sola en primera línea, e incluso ha cerrado su frontera en Ventimiglia, no está en condiciones de dar lecciones.
La incapacidad de la UE de responder al desafío de los refugiados –señal de su bloqueo– ha suscitado una crisis aún más grave, mostrando que el término unión no corresponde a la realidad presente.
El desafío de los refugiados ha tenido como primera consecuencia política un auge de los movimientos de extrema derecha (y no populistas, término no adecuado en este caso), incluso en Italia, miembro fundador, que dicta en gran parte la agenda sobre estos temas. El desafío planteado por los movimientos de refugiados permite las peores demagogias y declaraciones incisivas. Se trata de uno de los sectores del debate público donde la fórmula de choque lleva la delantera a la reflexión, la intuición al conocimiento de la situación y la demagogia a la gestión práctica. No obstante, no nos faltan personas con un auténtico conocimiento del fenómeno. El problema es que no son suficientemente consultadas por los poderes públicos. Sería, tal vez, el momento de orientar las decisiones en función de las realidades y no de fantasmas y de dejar de seguir, jadeantes, la carrera de los sondeos.
La incapacidad de la UE de responder al desafío de los refugiados ha suscitado una crisis aún más grave