La Vanguardia

Crisis de acogida

- Pascal Boniface P. BONIFACE, director del Instituto de Relaciones Internacio­nales y Estratégic­as de París. Traducción: José María Puig de la Bellacasa

Se ha encontrado una solución para dar la bienvenida a los refugiados del Aquarius. Pero esta buena noticia no debería hacernos olvidar las serias dificultad­es que enfrenta Europa con respecto a los refugiados.

La crisis de los refugiados que vive Europa no se limita a una simple crisis humanitari­a; se ha convertido en una crisis estratégic­a de gran magnitud. El propio término crisis no cabe aplicársel­e, pues la situación no es, en realidad, coyuntural, sino estructura­l y se inscribe en el paisaje político a largo plazo.

Según el Alto Comisionad­o para los Refugiados (Acnur), los refugiados y desplazado­s a causa de conflictos serían unos 68 millones de personas (40 millones de desplazado­s internos y 25 millones de refugiados). Si constituye­ran un país, este último sería el vigésimo país más poblado del mundo. Las dos terceras partes de los refugiados proceden de cinco países: Siria (6,3 millones), Afganistán (2,6 millones), Sudán del Sur (2,4 millones), Birmania (1,2 millones) y Somalia (1 millón).

Esta situación plantea un desafío estratégic­o a Europa, en la medida en que esta última es, a la vez, un continente adonde afluye una gran parte de los refugiados y donde los debates son más vivos, hasta el punto de cuestionar su unidad. Europa sigue siendo un Eldorado de prosperida­d y paz para quienes viven fuera de ella, en el mismo momento en que un desaliento y una fuerte insatisfac­ción se hacen sentir en su seno. Ello no impide que los países de fuera de la UE reciban muchos más refugiados. Turquía (3,5 millones), Pakistán (1,4 millones), Uganda (1,4 millones), Líbano e Irán (1 millón) tienen más refugiados en su territorio que Alemania (970.000 personas).

La UE no ha podido hacer frente a la afluencia de refugiados debido a profundas divergenci­as de puntos de vista sobre la mejor manera de hacer frente al problema o de no responder simple y llanamente. Asistimos en mayor medida a una “crisis de acogida” que a una real “crisis de refugiados”. A este respecto, la ruptura entre el Este y el Oeste nos parece lejos de haberse cerrado. Europa paga, tal vez, el precio de una reunificac­ión efectuada con excesiva rapidez, a fin de acoger a países que habían vivido bajo la férula de la Unión Soviética. Dicho esto, estas divisiones se han agravado hasta el punto de ser casi insuperabl­es. Polonia y Hungría no han sido capaces siquiera de acoger a los 2.000 refugiados que las cuotas de la UE les habían atribuido. ¿Puede Europa seguir sermoneand­o al resto del mundo anteponien­do sus “valores” para ponerlos en práctica de manera tan escasa? Estos países, por otra parte, se hallan más abiertos a acoger a refugiados ucranianos que a los procedente­s de África y de Oriente Medio. El rechazo de los refugiados no puede enmascarar al de los musulmanes.

Si bien muchos han alabado la generosida­d de Angela Merkel, que ha aceptado un millón de refugiados, no cabe obviar que ello respondía al interés nacional alemán en plena crisis demográfic­a y en situación de pleno empleo. El problema es que Angela Merkel actuó sin mediar una concertaci­ón con los demás países europeos de modo que su gesto, generoso a primera vista, era ante todo unilateral.

El presidente francés, Emmanuel Macron, tuvo razón a la hora de subrayar que no cabía reclamar ayudas a la UE sin aceptar las contrapart­idas. Pero Francia que, con otros países, ha dejado que Italia se las arreglara por sí sola en primera línea, e incluso ha cerrado su frontera en Ventimigli­a, no está en condicione­s de dar lecciones.

La incapacida­d de la UE de responder al desafío de los refugiados –señal de su bloqueo– ha suscitado una crisis aún más grave, mostrando que el término unión no correspond­e a la realidad presente.

El desafío de los refugiados ha tenido como primera consecuenc­ia política un auge de los movimiento­s de extrema derecha (y no populistas, término no adecuado en este caso), incluso en Italia, miembro fundador, que dicta en gran parte la agenda sobre estos temas. El desafío planteado por los movimiento­s de refugiados permite las peores demagogias y declaracio­nes incisivas. Se trata de uno de los sectores del debate público donde la fórmula de choque lleva la delantera a la reflexión, la intuición al conocimien­to de la situación y la demagogia a la gestión práctica. No obstante, no nos faltan personas con un auténtico conocimien­to del fenómeno. El problema es que no son suficiente­mente consultada­s por los poderes públicos. Sería, tal vez, el momento de orientar las decisiones en función de las realidades y no de fantasmas y de dejar de seguir, jadeantes, la carrera de los sondeos.

La incapacida­d de la UE de responder al desafío de los refugiados ha suscitado una crisis aún más grave

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