El enemigo del pueblo

DESDE que el dramaturgo Henrik Ibsen publicó Un enemigo del pueblo, su obra ha sido objeto de numerosas interpretaciones. El doctor Stockmann denuncia que las aguas del balneario, la fuente de ingresos vital del pueblo, están contaminadas y son un riesgo para la salud. Toda la población intenta ocultarlo, convirtiéndole en el enemigo número uno por revelar una verdad incómoda. Trump ha señalado a los periodistas como “los enemigos del pueblo”. Las imágenes del presidente azuzando al público de un mitin contra los reporteros allí presentes son una de las vergüenzas de este mandato presidencial en EE.UU. En un hecho histórico, 350 diarios del país, de diferentes ideologías, han decidido levantar la voz y reclamar a sus lectores que apoyen uno de los pilares fundacionales de la democracia: la libertad de prensa. “Prefiero una prensa sin gobierno que un gobierno sin prensa”, decía Thomas Jefferson. Y que lo hagan de la manera más efectiva: leyéndolos.

El político populista suele reclamarse como defensor del pueblo. Primero dibuja un panorama apocalíptico en el que unas élites inoperantes engañan a los que están abajo y, finalmente, se presentan como la solución proverbial para devolver al pueblo su bienestar. Su mera llegada al poder debería resolver todos los problemas, pero como no suele ocurrir, una vez gobierna el populista necesita un enemigo al que culpar de sus fracasos. Todos los presidentes han tenido roces con los periodistas, pero que Trump señale a los periódicos como enemigos del pueblo es un signo revelador de estos tiempos en los que mucha gente cree que puede informarse de forma más directa a través de las redes sociales.

Quizá Trump teme seguir los pasos de Nixon. Pero la reacción de los diarios estadounidenses es un signo de vitalidad de la democracia de ese país, más allá de un resultado electoral.

Hay motivos para ser optimista.

O al menos, como diría Benedetti, un optimista bien informado.