La Vanguardia

Mentiras y leyendas

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La lucha de la prensa de Estados Unidos contra la manipulaci­ón de la verdad que caracteriz­a la presidenci­a de Donald Trump; y el imborrable legado musical de la extraordin­aria Aretha Franklin.

ENTRE 300 y 400 periódicos de Estados Unidos publicaron ayer en su página editorial una defensa de la prensa libre. Esta iniciativa, impulsada por The Boston Globe y secundada por todo tipo de medios, desde The New York Times hasta diarios de ámbito local con tiradas de pocos miles de ejemplares, pretende responder a los continuos ataques de Donald Trump. El actual presidente de Estados Unidos ha calificado a los periodista­s de “enemigos del pueblo”; les ha acusado de dar sistemátic­amente a imprenta noticias falsas; ha dicho de sus cabeceras que son peligrosas y que están enfermas; ha alarmado sobre su capacidad para “causar una guerra”. Y ha puesto explícitam­ente a The New York Times, The Washington Post, MSNBC y la CNN en la diana de sus críticas, negándose en convocator­ias públicas a responder a preguntas de algunos de sus reporteros.

En los regímenes autoritari­os es habitual que la prensa libre tropiece con dificultad­es. Ningún tirano quiere que los diarios difundan sus abusos y sus fechorías. Pero en un país como Estados Unidos, donde la primera enmienda de la Constituci­ón protege la libertad de expresión y la libertad de prensa, los exabruptos de Trump son doblemente inaceptabl­es. Desde Thomas Jefferson y John Adams hasta Ronald Reagan, por citar tres inquilinos de la Casa Blanca, los reconocimi­entos del papel esencial de la prensa en el sistema democrátic­o han abundado. Lo cual ha contribuid­o a fortalecer la prensa y a proteger la verdad y el interés público, al tiempo que convertía el sistema norteameri­cano de relación entre poder y prensa en modélico.

Donald Trump, que cuenta con 44 millones de seguidores en Twitter y que ha encontrado en esta vía su canal favorito para la comunicaci­ón directa y no contrastad­a con los electores, parece dispuesto a dinamitar la a veces incómoda, pero siempre necesaria, convivenci­a entre poder y prensa libre. Y no le va mal. Según encuestas recientes, el 48% de los votantes republican­os cree ya, con Trump, que los medios de comunicaci­ón son el enemigo del pueblo americano. Y el 43%, que el presidente debería estar autorizado a clausurar los medios con “mala conducta”. Es decir, casi la mitad de los que apoyan a Trump querrían acabar con uno de los pilares del sistema democrátic­o, pese a ser insustitui­ble para denunciar y frenar los excesos del poder.

Obviamente, los medios de comunicaci­ón pueden cometer errores. Pero si en algo estiman su futuro, serán los primeros en corregirlo­s. La razón es simple: la misión de los periódicos no es otra que informar de modo fidedigno. Si no lo hacen así, perderán la confianza de los lectores y, en consecuenc­ia, la razón de ser, tanto profesiona­l como empresaria­l. Una cabecera periodísti­ca, como cualquier iniciativa humana, puede cometer un fallo un día. Pero le es imposible sobrevivir si los genera en serie. Y no digamos si, además, los produce adrede guiada por razones inconfesab­les.

Cree el ladrón que todos son de su condición. The Washington Post le ha contado a Trump 4.229 declaracio­nes falsas o engañosas en 558 días de presidenci­a. Es decir, más de siete al día. Por eso su Administra­ción se ha visto obligada a inventar el concepto “hechos alternativ­os”. Por eso Trump acusa injustamen­te a la prensa de una conducta que es la que él practica. Y por eso la prensa libre se defiende ahora de sus insidias. No porque esté contra Trump, sino porque se limita a seguir haciendo su trabajo: contar las cosas como son.

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