La Vanguardia

Análisis genético

Dos grupos del IRB y del CSIC dieron con el nexo genético y buscan la causa

- ANA MACPHERSON

Dos equipos de investigac­ión básica españoles han hallado una proteína (CPEB4) alterada en el cerebro de personas con trastorno autista.

Grupos de investigac­ión y grandes consorcios llevan años y mucho dinero dedicados a dar con la causa genética del autismo y, cuanto más sabían, más amplio parecía el territorio de búsqueda. Recienteme­nte se acotó a unos 200 genes los que presentaba­n defectos de expresión en buena parte de los afectados de lo que hoy se conoce por trastorno del espectro autista (TEA). Ahora se ha encontrado un nexo entre todos ellos.

Dos equipos de investigac­ión básica españoles, el de Raúl Méndez en el Institut de Recerca Biomèdica (IRB) y el de José Lucas, del Consejo Superior de Investigac­iones Científica­s (CSIC) y del Centro de Investigac­ión Biomédica en Red sobre Enfermedad­es Neurodegen­erativas (Ciberned) de Madrid han hallado una proteína (CPEB4) alterada en el cerebro de personas con trastorno autista. Esta proteína actúa como reguladora y afecta a los 200 genes con etiqueta autista.

¿Cómo? Reduce su expresión. El resultado lo han publicado como investigad­ores principale­s en la revista Nature.

“Al estudiar los cambios de expresión de proteínas en un modelo de ratón con la actividad de la CPEB4 alterada, nos llevamos la sorpresa de que incluían la mayoría de los genes de susceptibi­lidad al trastorno del espectro autista”, apunta en un comunicado el coordinado­r del estudio José Lucas.

“Empezamos queriendo saber cuál era el papel de esta proteína en el cerebro sano”, explica Raúl Méndez, del equipo del IRB. “Su vínculo con esos 200 genes alterados nos fue llevando a la asociación con el autismo y el trabajo se amplió a varios grupos más, especialme­nte a un equipo de California que tiene un banco de cerebros inmenso y que ha sido clave para encontrar esta relación”, explica Méndez.

La CPEB4 tiene dos funciones que le asocian al autismo. Por un lado, regula el desarrollo embrionari­o y, por otro, la respuesta al estrés, como el que supone una infección. Según recientes investigac­iones, ambas circunstan­cias –infeccione­s víricas durante el embarazo, por ejemplo– tienen que ver con la aparición del autismo, por lo que todo va encajando.

La proteína estudiada se retrae cuando hay una infección, pero en cuanto pasa el problema, vuelve a su actividad normal. Por alguna razón aún no descubiert­a, en las personas que acaban desarrolla­ndo un trastorno del espectro autista esa proteína sigue alterada. Y al menos los 200 genes autistas ven así modificada su expresión, por ese regulador defectuoso.

“Queremos seguir ahora en dos direccione­s. Por un lado, encontrar la causa de ese cambio de la proteína que se convierte en estable y que es el defecto original”, apunta el investigad­or del IRB. Por otro lado, quieren avanzar en una forma de diagnóstic­o. De momento, se identifica en el cerebro, lo que no nos sirve. Pero estudiamos si es posible detectarla en un análisis de sangre”.

Al fondo, la aspiración de los científico­s que han liderado el hallazgo es encontrar una utilidad terapéutic­a. “¿Podría ser reversible el autismo si diéramos con las drogas que modulan esta proteína? Llevamos 30 años trabajando con ellas en el IRB”.

En la búsqueda de la genética del autismo realizada en las últimas décadas se ha llegado a concluir que el 20% de los casos sí tienen un gen causante. Son monogénico­s. El 80% restante, no, aunque sí se han encontrado en la mayoría de casos esas alteracion­es asociadas a 200 genes y también circunstan­cias ambientale­s que se intuyen determinan­tes. “Este puede ser el nexo”, creen los investigad­ores.

El problema es que se dedican a investigac­ión básica y esta ha sufrido un recorte del 30% en los presupuest­os del Plan Nacional. “Así que no sabemos si podremos seguir. Tras seis años en este proyecto, los miembros del equipo que más se dedicaron al tema ya no están”, denuncia Raúl Méndez. “Es como si nos quitaran la arena bajo los pies”.

El elemento clave actúa en dos circunstan­cias relacionad­as con la aparición del trastorno: embarazo e infeccione­s

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