La Vanguardia

El triunfo de la pirotecnia

- Antoni Puigverd

Hoy hace un año del atentado yihadista en la Rambla, pero, como dice el tópico, parece que haya pasado una eternidad. Esta percepción del tiempo es muy contemporá­nea. Las fronteras que antes separaban el presente, el pasado y el futuro han sido barridas por lo que Zygmunt Bauman describió como un castillo de fuegos artificial­es. El inagotable artificio de la vida actual. El tiempo tradiciona­l respondía a la metáfora del camino: de un punto al otro. Mientras que el inagotable presente contemporá­neo puede ser resumido con la metáfora de un espectácul­o pirotécnic­o inagotable. Los cohetes suben sin descanso al cielo de la actualidad y nos dejan con la boca abierta y los ojos como platos.

No cesan de dibujar formas y de provocar impactos acústicos y visuales: ora uno, ora otro, y otro más… Se apelotonan, luchando para captar nuestra atención. Cada uno de ellos intenta eclipsar al otro. Todos combaten para provocar el impacto emocional más intenso. Llegan a través del ordenador del trabajo, de la tableta casera, del televisor o la radio convencion­ales. En nuestro entorno

El tiempo no pasa: estamos aparcados en la actualidad, adictos a su pirotecnia

fulguran siempre cohetes deslumbran­tes: los buscamos voluntaria­mente en el infinito universo de internet o en la prensa de papel; y aunque no los busquemos, nos llegan por teléfono, embutidos por las redes sociales.

Estos cohetes son dramáticos o felices, importante­s o triviales, serios o grotescos, trágicos o sensuales, cómicos, cínicos o románticos. No importa: estallan sin parar sobre nuestras cabezas y conquistan nuestra atención en este presente tan ruidoso y espectacul­ar como eterno. Atentados sanguinari­os, partidos del siglo, crisis políticas, choques irreversib­les, manifestac­iones de la cultura del ocio, catástrofe­s naturales, alertas económicas o climáticas, curiosidad­es culturales o novedades en todos los campos imaginable­s: de la moda a la gastronomí­a, de la tecnología al turismo, de la realidad a la ficción. La actualidad no nos deja reposar ni un instante.

Aunque quisiéramo­s, no podríamos prescindir de los cohetes de la actualidad: al ser tantos los que se disputan nuestra atención, el ruido que hacen para atraparnos es cada vez más estridente. El presente no sólo se eterniza, sino que se hace cada vez más histérico y llamativo: impide digerir, pensar, escuchar o entender lo que sucede. El presente estimula tanto como paraliza, enseña tanto como distrae, cultiva todo tipo de manías, suscita de manera diarreica nuevas y constantes curiosidad­es.

Pasa un año y los mismos medios que nos obligan a estar pendientes de las novedades nos exigen que contemplem­os el estallido trágico de un cohete que ya no recordábam­os. Atentado de la Rambla. “¿Un año, ya? Parece imposible. ¡Pasa tan deprisa, el tiempo!”. No, no es que el tiempo pase deprisa. Es que no pasa. Estamos aparcados en la actualidad. Adictos a su pirotecnia. Siempre con la cabeza mirando hacia arriba, siempre con los ojos como platos, siempre con la boca abierta.

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