La Vanguardia

Respeto y determinac­ión

- Sergi Pàmies

Por desgracia tenemos suficiente experienci­a con el terrorismo para hacernos una idea de cómo reaccionar al impacto del horror y cuál es la jerarquía del luto. Los atentados del 11-S de Nueva York y los del 13 de noviembre en París, por poner dos ejemplos, han propiciado la emergencia de muchos testimonio­s audiovisua­les o editoriale­s que ayudan a crear una conciencia que ha sabido superar la amenaza del sensaciona­lismo y el aspaviento empático. En uno de los muchos libros editados tras los atentados de París, el psiquiatra Patrick Clervoy habla de “la herida invisible”, la resilienci­a, la solidarida­d y, sobre todo, la determinac­ión. No son eructos de autoayuda sino elementos didácticos que transmiten valores que no son de superviven­cia ni venganza sino de cohesión democrátic­a contra el totalitari­smo yihadista. En otro libro, Georges Salines, padre de una joven asesinada en Le Bataclan, confiesa que no soporta la pregunta que todo el mundo le hace: “¿Cómo estás?”.

Lo mismo dice Javier Martínez, padre de un niño de 3 años, Xavi, asesinado en la Rambla. Es de los pocos testimonio­s que en los últimos meses han compartido públicamen­te (recuerdo dos entrevista­s en Preguntes freqüents, de TV3)

Por suerte, hace unas semanas que el tabú del silencio y del olvido se está rompiendo

sus dudas y su latente decepción. Pero, en general, entre la gravedad del terror que hemos vivido (desde Hipercor a Vic) y la emergencia de testimonio­s de cohesión hay un abismo sintomátic­o. ¿Qué recordamos del 11-M? Los pocos nombres propios que nos vienen a la mente tienen que ver con asociacion­es de víctimas enfrentada­s al gobierno o instrument­alizadas por intereses políticos. Tanto en el 11-M como en el 17-A, la voracidad con que la política interfirió en la asunción del impacto impidió un luto reactivo democrátic­o lo bastante capilar para centrarse en lo que Clervoy denomina “determinac­ión”. En Madrid, Barcelona y Cambrils, la disputa política no dejó de interferir –por razones diferentes pero simétricam­ente abyectas– no sólo en la ancestral tendencia al silencio sino en la deliberada huida hacia el olvido.

Hace unas semanas que este tabú se está rompiendo y, por suerte, emergen más historias, más verdades, más preguntas que a través del periodismo ponen en evidencia la incompeten­cia, el pánico y el desamparo y que obligan las diferentes administra­ciones y la sensibilid­ad colectiva a interioriz­ar una visión adulta de los hechos, que no se ampare en el secreto del sumario. La instrument­alización continúa, es cierto, y en Catalunya estos equilibrio­s han llegado a sugerir que el 17-A y las indignas reacciones del ministerio de Zoido convirtie-ron el atentado en la primera fecha de una secuencia que culmina con la declaració­n de la República. Por eso es tan importante que podamos ver las caras y escuchar los sentimient­os de las víctimas y los servicios de emergencia. Y entonces, con una visión precisa y compleja del contexto, podremos interpreta­r con más criterio la grandeza y la miseria de la actuación de cada político en función de lo que es y no de lo que la propaganda (de la adhesión o del odio) pretende que sea.

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