Respeto y determinación
Por desgracia tenemos suficiente experiencia con el terrorismo para hacernos una idea de cómo reaccionar al impacto del horror y cuál es la jerarquía del luto. Los atentados del 11-S de Nueva York y los del 13 de noviembre en París, por poner dos ejemplos, han propiciado la emergencia de muchos testimonios audiovisuales o editoriales que ayudan a crear una conciencia que ha sabido superar la amenaza del sensacionalismo y el aspaviento empático. En uno de los muchos libros editados tras los atentados de París, el psiquiatra Patrick Clervoy habla de “la herida invisible”, la resiliencia, la solidaridad y, sobre todo, la determinación. No son eructos de autoayuda sino elementos didácticos que transmiten valores que no son de supervivencia ni venganza sino de cohesión democrática contra el totalitarismo yihadista. En otro libro, Georges Salines, padre de una joven asesinada en Le Bataclan, confiesa que no soporta la pregunta que todo el mundo le hace: “¿Cómo estás?”.
Lo mismo dice Javier Martínez, padre de un niño de 3 años, Xavi, asesinado en la Rambla. Es de los pocos testimonios que en los últimos meses han compartido públicamente (recuerdo dos entrevistas en Preguntes freqüents, de TV3)
Por suerte, hace unas semanas que el tabú del silencio y del olvido se está rompiendo
sus dudas y su latente decepción. Pero, en general, entre la gravedad del terror que hemos vivido (desde Hipercor a Vic) y la emergencia de testimonios de cohesión hay un abismo sintomático. ¿Qué recordamos del 11-M? Los pocos nombres propios que nos vienen a la mente tienen que ver con asociaciones de víctimas enfrentadas al gobierno o instrumentalizadas por intereses políticos. Tanto en el 11-M como en el 17-A, la voracidad con que la política interfirió en la asunción del impacto impidió un luto reactivo democrático lo bastante capilar para centrarse en lo que Clervoy denomina “determinación”. En Madrid, Barcelona y Cambrils, la disputa política no dejó de interferir –por razones diferentes pero simétricamente abyectas– no sólo en la ancestral tendencia al silencio sino en la deliberada huida hacia el olvido.
Hace unas semanas que este tabú se está rompiendo y, por suerte, emergen más historias, más verdades, más preguntas que a través del periodismo ponen en evidencia la incompetencia, el pánico y el desamparo y que obligan las diferentes administraciones y la sensibilidad colectiva a interiorizar una visión adulta de los hechos, que no se ampare en el secreto del sumario. La instrumentalización continúa, es cierto, y en Catalunya estos equilibrios han llegado a sugerir que el 17-A y las indignas reacciones del ministerio de Zoido convirtie-ron el atentado en la primera fecha de una secuencia que culmina con la declaración de la República. Por eso es tan importante que podamos ver las caras y escuchar los sentimientos de las víctimas y los servicios de emergencia. Y entonces, con una visión precisa y compleja del contexto, podremos interpretar con más criterio la grandeza y la miseria de la actuación de cada político en función de lo que es y no de lo que la propaganda (de la adhesión o del odio) pretende que sea.