Los sábados, subasta
Al fondo de la librería, toda ella un escenario de los sueños, una sala amplia con cortinajes ya muy poco lucidos. Escasamente iluminada. Amplia. Olor a polvo. Y a pintura al óleo. Los días lluviosos la ofensa de la humedad en los zapatos y en los bajos del pantalón. Algunos paraguas, siempre negros, escurriéndose en una esquina de los malos modos atmosféricos. En una tarima una pequeña mesa con su lámpara. Unos papeles con apellidos, títulos y medidas, y destacando una maza. Los sábados, subasta de cuadros. Con el público acomodado en sillas de tijera y expectante, irrumpía un hombre elegante a su modo, decidido, sacudido de carnes, modales escurridizos, ágil y de edad indefinida. Atemporal. Un bigotito, para entendernos, más de Hollywood que franquista. Tenía una voz de locutor de radio antigua. Potente y clara, de indisimulado acento catalán, con la que anunciaba los títulos y los autores de los cuadros y decía cosas como: “Se trata de un pintor valiente manejando la espátula”, “señores, el marco de este cuadro vale más que lo que ustedes están pujando” o “miren esta escena de la Rambla en que la lluvia parece que nos moja”. “Aprecien este decorativo motivo floral”.
Eran unas subastas modestas para gente modesta. Un espectáculo gratuito para los sábados monocolores. Algún padre llevaba a su hijo creyendo que lo introducía en un mundo cultural. Los pintores eran todos desconocidos, del círculo de la casa, unos profesionales del bodegón y otros del florero. Los más arriesgados se especializaban en amaneceres rurales. Un mismo pintor cambiaba de apellido y firma cuando se esforzaba más y pretendía vender más caro. Era un gitano simpático de pelo aceitoso y habilísimo con el pincel. Presentaba los cuadros con la pintura fresca, el cliente se los llevaba puestos y, ya en casa, los niños con el dedo y cuidado rectificaban los gruesos del óleo húmedo. Un descaro imperdonable que a más de uno le desveló su vocación. El cuadro en la pared y la envidia del barrio. O no: “El vecino es un chalado”. En la escalera tenían que escuchar los elogios de cómo estaba de bien resuelto aquel paisaje de Rupit del pintor Carbonell…
“Los sábados, subasta”. Material literario. Lo que a uno le han contado, ha escuchado o vivido de niño siempre acaba formando parte de su particular imaginario. Y de un botín lírico. Intransferible.