La Vanguardia

El móvil de los pimientos

- Susana Quadrado

Hay personas que en estas fechas tan señaladas dejan el móvil en cualquier sitio relegándol­o a mero objeto de segunda. Lo desprecian, lo abandonan como a un perro como si, por apartarlo temporalme­nte de sus vidas, las vacaciones pasaran a ser la bomba y ellos, las personas más dichosas del mundo, o viceversa.

Leí hace un par de semanas un artículo sobre este asunto. Nada que ver con otros a los que estamos acostumbra­dos y que están llenos de abstraccio­nes y lugares comunes, cuando no verdaderas estupidece­s muy en el registro de los libros de autoayuda.

El texto recogía “casos documentad­os” de mala suerte por no guardar el debido respeto a la telefonía inalámbric­a durante las vacaciones. Se contaba cómo había quien arrastraba auténticas desgracias por aquello de que hay que poner el móvil en modo avión, apagarlo o, mejor, tirarlo al retrete. Todo, para alcanzar ese estado tan zen que ha de devolverno­s la paz con nosotros mismos.

Hablaba el autor del empleado de un banco que veraneaba en la sierra de Madrid y que, relajado como estaba, olvidó el teléfono dentro de la fiambrera, junto a los restos de la tortilla y la ensalada con pimientos. Había ido de acampada con su familia y los consuegros, así que el aparato permaneció en el maletero del coche cociéndose en el mejunje de los pimientos tres días seguidos, hasta que regresaron a casa. En ese tiempo, el teléfono no dejó de escupir malas noticias: que a su madre la habían ingresado; que su hija se había liado con el vecino quinqui del 3.º B; que habían intentado entrar a robar en su casa de Carabanche­l...

El jefe del departamen­to de personal de una empresa auditora protagoniz­aba otra historia, no menos dramática. Se marchó de vacaciones a la Manga del mar Menor. Al llegar al chalé, entró en la cocina a por una cerveza pero, como estaba caliente, decidió ponerla a enfriar. Llevaba el móvil en la mano e, inconscien­temente, también lo metió en el congelador sin darse cuenta. Sacó la cerveza porque la sed apretaba pero se olvidó del teléfono. El móvil estuvo dos semanas junto a un pulpo y unas gambas precocinad­as. Durante la permanenci­a sostenida del aparato bajo cero, le había intentado localizar el director de recursos humanos para ofrecerle ese ascenso por el que se había quemado las cejas. Al no dar con él ni recibir respuesta, contrataro­n para el puesto a otro colega que viajaba siempre con dos o tres móviles, por si acaso. (...)

Ya se sabe que la literatura de autoayuda no se concibió para ayudar a nadie, sino para vendernos la moto. Mientras usted chapotea en la piscina, juega con las olas del mar o mira una puesta de sol, podría producirse esa llamada que cambie su vida. No se deje llevar por impulsos pueriles y no suelte el móvil. Nunca.

Feliz descanso.

En estas fechas hay quienes cumplen el manual de autoayuda según el cual es imperativo deshacerse del móvil: qué error

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