La Vanguardia

En el corazón de la Rambla

Sólo el dolor atempera el bullicio de un paseo que trasciende la ciudad, que todo lo diluye

- Luis Benvenuty Barcelona

Un hombre arrojó ayer por la mañana una lata de cerveza de las grandes desde el balcón de un piso turístico que da a la Rambla. El florista José González, más conocido por estas latitudes como Pitu, dio un respingo en su puesto, un exagerado y desmedido respingo.

“En realidad aún me sobresalto cada dos por tres –reconoce con una sonrisa un tanto amarga–, cada vez que a un turista se le cae un botellín de agua al suelo me llevo un susto, se me pone mal cuerpo, me... A mí el recuerdo de todo aquello aún me hace daño. Yo lo que quiero es que todo esto de ahora pase deprisa. Estos días están viniendo un montón de periodista­s de un montón de países, una gente muy amable... pero a todos les digo que no quiero rememorar lo ocurrido aquella tarde, que no me apetece explicar nada de lo que me pasó. Yo tardé tres días en regresar al trabajo, y lo hice porque soy autónomo y no tenía más remedio, pero...”.

Luego el florista Pitu responde que sí, que tras los atentados muchos barcelones­es hicieron de bajar a la Rambla un gesto de cariño, de militancia y de solidarida­d, pero que aquel gesto muy pronto se diluyó en el bullicio de siempre. La entrecomil­lada normalidad se impuso. Pitu continúa sacando adelante su negocio gracias principalm­ente a las pequeñas tacitas con cactus, flores secas, las letras de Barcelona escritas y un imán para que todo se quede pegado en la nevera. El bullicio de la Rambla se lo come todo.

“Sí, la mayor parte de los floristas continuamo­s viviendo de la venta de souvenirs –reconoce tratando de mantener su sonrisa, intentado que no se le descuelgue–, de las tacitas, de las semillas de plantas con forma de pene, de los turistas que todo el rato vienen y van... aquí las cosas siguen más o menos igual. Bueno, estos dos días están siendo diferentes: estamos vendiendo más ramos, y sobre todo muchas rosas, tanto a barcelones­es como a turistas, pero durante el resto del año...”.

Entre tanto, una docena de italianos ataviados con la camiseta conmemorat­iva de la boda de un amigo caminan comiéndose sendos trozos de pizza servidos para llevar, un vendedor ambulante de castañuela­s y abanicos pide a un paseante boquiabier­to que no le pise la mercancía dispuesta en el suelo, dos agentes de los Mossos d’Esquadra cachean a dos carterista­s disfrazado­s con camisas hawaianas que protestan de un modo muy rutinario y cotidiano, cámaras de televisión graban desde diferentes ángulos los primeros ramos deposilo tados sobre el mosaico de Joan Miró, un hombre susurra a los viandantes “coffee shop, legal marihuana...”, uno de los italianos que come pizza se interesa, una pareja que llegó ayer de Valladolid deja dos rosas en el mosaico de Miró, una señora mayor del Gòtic se santigua... Hoy todo será diferente. El goteo de barcelones­es dispuestos a mostrar sus respetos es desde ayer constante.

Jorge Matamala montó el restaurant­e Moka hace 32 años. “Entonces, recuerdo, la gente mayor ya se quejaba de que la Rambla había cambiado mucho, de que no era lo que fue”. Entonces, por aquellas fechas, incluso la escritora Maria Aurèlia Campany lamentaba que la gente de la ciudad ya no bajaba tanto a la Rambla, que su paseo ya no era el mismo. “Me acuerdo de que aquella tarde la gente entraba aterrada en el restaurant­e. Yo, cuando me enteré, vine corriendo de la oficina, que la tengo aquí al lado... y lo que hice fui dividir a la gente en grupos por idiomas, para que al menos pudieran hablar entre sí. Pensé que así estarían más tranquilos. Afortunada­mente nuestros camareros hablan un montón de idiomas. Siempre saludan al cliente en catalán, pero hablan un montón de idiomas. Estuvimos todos encerrados hasta la medianoche”.

A Matamala tampoco le apetece mucho hablar sobre el tema. “A veces, sale... sale el tema, entre los que trabajamos aquí todos los días... pero a la gente de la Rambla no nos gusta hablar de ello, aún nos produce demasiada rabia e indignació­n. Es cierto que durante un tiempo los barcelones­es bajaron un poco más a la Rambla, pero aquí el bullicio diluye todo. La Rambla no es sólo un lugar de Barcelona, es un lugar del mundo. No sé si me entiende. Lo que ocurre aquí ocurre en el mundo”. En verdad la Rambla se convirtió hace mucho tiempo en un no lugar. Como un aeropuerto cualquiera, como una fiesta de fin de año en Times Square...

Change. Fermín Villar, presidente de la asociación de vecinos y comerciant­es Amics de la Rambla, explica que el negocio que más creció en el paseo durante el último año fue el de cambio de moneda. “Aquí en el Moka aún hay ofertas para desayunar –sigue Villar–, pero la mayor parte de la oferta comercial de la Rambla continúa orientada al turismo, y los locales emblemátic­os no tienen suficiente protección. La librería Free Time es hoy un negocio de cambio de moneda, el Musical Emporium también... Son establecim­ientos que abren porque vienen muchos turistas, pero también porque los únicos que quieren vivir en la Rambla son estudiante­s de másteres con cierto poder adquisitiv­o. Son los únicos dispuestos a pagar lo que hay que pagar por vivir aquí. La Rambla ya no es de la ciudad, es universal. Para lo bueno y para lo malo”.

UNA JORNADA DE CONTRASTES Una señora del Gòtic se santigua mientras el captador de un ‘coffee shop’ persigue a un italiano

UN RECUERDO DOLOROSO Mucha gente que trabaja por aquí quiere que estos días pasen muy deprisa

 ?? LLIBERT TEIXIDÓ ?? Souvenirs de la Rambla Estos días la venta de rosas se está disparando, pero las tacitas con cactus de recuerdo se imponen el resto del año
LLIBERT TEIXIDÓ Souvenirs de la Rambla Estos días la venta de rosas se está disparando, pero las tacitas con cactus de recuerdo se imponen el resto del año
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