La Vanguardia

La camiseta de Ripoll

El Consistori­o trabaja en un plan de convivenci­a porque la idea que tenía de integració­n era errónea

- Sílvia Oller Ripoll

“A diario tenemos flashes de cómo era la vida con nuestros amigos de antes, es imposible olvidar”, explican Diego, Atef y Usma desde un muro de la pista polideport­iva donde a menudo se encontraba­n con sus amigos que resultaron ser terrorista­s. Hablan con pocas ganas de recordar y sin apenas apartar la vista de sus teléfonos móviles. “Habían cambiado. Estaban diferentes. ¿Más nerviosos? Al contrario, estaban mucho más relajados. De un día para otro uno dejó de salir de fiesta. Otro empezó a frecuentar la mezquita. Atribuimos ese cambio de comportami­ento a que tenían algún problema en casa. Pero jamás sospechamo­s lo que estaban tramando”, explican los chicos, que aún no han cumplido los veinte.

Aquellos jóvenes aparenteme­nte “integrados” que se criaron en Ripoll, que hablaban perfectame­nte el catalán, que trabajaban en industrias de la comarca, algunos de ellos con puestos de responsabi­lidad, y que no provenían de familias desestruct­uradas burlaron la confianza de sus amigos y de todos aquellos vecinos que los conocían porque nadie fue capaz de detectar ningún comportami­ento sospechoso. “Si aquellos chicos que tan bien conocías han sido capaces de matar, es normal que la desconfian­za se haya acrecentad­o”, se justifica una panadera del barrio Ripoll 60, donde residen algunas familias de los jóvenes que perpetraro­n la masacre. Algunos marroquíes como Bassou, un vecino de Sant Joan de les Abadesses que visita con regularida­d Ripoll, asegura haber notado miradas recriminat­orias. “Es fácil ponernos a todos los musulmanes en el mismo saco”, indica una joven con hiyab que en cambio dice haber recibido numerosas muestras de apoyo desde los atentados tanto en el trabajo como en sus clases de administra­tiva. “Para mí ha sido una sorpresa, pensé que la gente se cerraría pero no ha sido así”, afirma.

Dos caras de una misma moneda que demuestran que en Ripoll la he- rida aún no ha cicatrizad­o. “Todavía no se ha pasado página”, afirma Montserrat Mioche, trabajador­a de una inmobiliar­ia. El recelo y el resentimie­nto existen. También la rabia y el enfado, que parecían haber desapareci­do meses después de los atentados, han vuelto a aflorar en el sentimient­o colectivo de Ripoll tras hacerse público el sumario y haberse conocido detalles de cómo aquellos hermanos, liderados por el imán Abdelbaki es Satty, prepararon los atentados.

Detectar cualquier síntoma de radicaliza­ción y prevenirlo es el objetivo que persigue la administra­ción desde entonces: la policía local ha recibido formación específica y los profesores y profesiona­les de los

servicios sociales están más atentos a cualquier síntoma. También se incidirá en las familias, las primeras en observar comportami­entos extraños de sus hijos. El Consistori­o trabaja en un nuevo Plan de Convivenci­a, consciente de que la idea de integració­n que tenían hasta entonces ha resultado ser errónea.

El alcalde Jordi Munell (PDESi Cat) apela al “concepto de pertenenci­a”, a la necesidad de sentirse reconocido, valorado y no excluido de la sociedad. Considera que es el “eslabón perdido” de la integració­n y pone como ejemplo el Barça, un colectivo en el que conviven muchas nacionalid­ades y religiones pero que cuando sus integrante­s salen al campo lucen y se sacrifican por la misma camiseta. “Aquí deberíamos conseguir lo mismo: que en los patios, en las escuelas, en los equipos deportivos, en el trabajo... todos salgan con la camiseta de Ripoll”, dice. Sin embargo no resulta fácil interioriz­ar la idea de pertenenci­a cuando se tiene la sensación de no ser ni de un sitio ni del otro. El portavoz de la mezquita Annour, Ali Yassine, explica que cuando va de vacaciones a Marruecos, allí le consideran como “el de aquí” y en cambio aquí, sus vecinos catalanes, siguen viéndole como “el otro”.

La plataforma Som Ripoll, creada de forma espontánea días después del 17-A por un grupo de vecinos, aporta su pequeño grano de arena a la causa. El nuevo plan de convivenci­a deberá dar las herramient­as para fortalecer el sentimient­o de pertenenci­a. Que los nuevos catalanes participen con normalidad en juntas deportivas, en las AMPA de las escuelas o en otras entidades serían algunos de los éxitos de un plan que busca cohesionar a los 11.000 habitantes de 58 nacionalid­ades que viven en Ripoll. Ayer se conmemoró el aniversari­o de los atentados con unas jornadas de convivenci­a, pero hay tarea para todo el año.

No es fácil interioriz­ar la idea de pertenenci­a si se tiene la sensación de no ser de aquí ni de allí

La publicació­n de una parte del sumario ha hecho aflorar rabia, enfado y decepción

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Ripoll celebró ayer una jornada participat­iva con talleres y actividade­s que tuvieron la convivenci­a y la diversidad cultural como ejeUn año después
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PERE DURAN / NORD MEDIA

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