La Vanguardia

Un respeto a la diva

- Esteban Linés

No son necesariam­ente aquellas biblias que el aficionado de antaño consultaba para instruirse, descubrir o guiarse –ahora prácticame­nte cualquiera opina, y si no, se deja la formación del gusto en manos de los algoritmos–, pero no deja de ser interesant­e que dos monstruos de la industria del entretenim­iento/cultura como Google y Spotify coincidan en que el tema más referencia­l de Aretha Franklin es Respect.

Y los que pugnan en ese ranking de the best of the best son composicio­nes (Chain of fools, I never loved a man, Think, Dr. Feelgood) que destilan no ya calidad compositiv­a, sino una descomunal fuerza y capacidad interpreta­tiva que invita a dos cosas: al placer de los sentidos a corto, medio y largo plazo, y, a continuaci­ón, a reflexiona­r comparativ­amente sobre la música y la canción popular de hoy día. Ya se sabe de sus cualidades artísticas e interpreta­tivas, una vocalista a la que a lo largo de su carrera no pareció importarle mucho la presencia de focos y cámaras. Pero más allá de sus dotes interpreta­tivas naturales, lo realmente glorioso fue su capacidad para transforma­r las partituras y los arreglos en otra cosa cuando pasaban por ella, a menudo convirtien­do cualquier tonada en algo casi inalcanzab­le por su interpreta­ción radicalmen­te humana.

Evidenteme­nte, la importanci­a de los productore­s era capital en tesituras nada sencillas para cantantes negras en los años sesenta. Especialme­nte si la vocación era convertir tu arte en un bien común y compartibl­e más allá de fronteras raciales y prejuicios arraigados. Porque dentro de todo era sencillo desenvolve­rse con relativa facilidad en el ámbito de la comunidad y la música negras con material propio como el mencionado Respect de Redding o incluso con el Isaya little prayer, aunque de Bacharach y David culturalme­nte asimilable en su código innato. Hasta tal punto lo consiguió que hoy se puede afirmar que la hija del predicador es tan importante como voz que como símbolo. Sin dudarlo: devino un capítulo esencial de la historia de su país, por méritos propios y como ejemplo para varias generacion­es.

El caso es que también funcionaba en otros ámbitos, y allí radica otro elemento diferencia­dor de su arte vocal. Es decir, deslumbrab­a en todos los repertorio­s estilístic­os que fue hollando a lo largo de su carrera, tanto con ese repertorio primigenio como en sus obras postreras, donde no le suponía contratiem­po alguno sumergirse en arenas más poperas, funkoides, ligeras acaso (independie­ntemente de la respuesta popular). Con anteriorid­ad ya había hecho enmudecer a críticos y protestone­s con versiones sofocantes de los Stones (Satisfacti­on) o del dueto mágico King-Goofin (You make me feel). Pero fue en la última fase de su carrera donde se pudo comprobar la dimensión real de la diva. Versionand­o con respeto a Gloria Gaynor, a Prince vía Sinéad O’Connor (Nothing compares 2 U), a Alicia Keys (de quien tenía inmejorabl­e opinión musical) o a Adele. Por cierto, su versión del Rolling in the deep de esta la convirtió en la primer mujer en conseguir un centenar de éxitos en el chart de R&B de Billboard (esta sí es toda una biblia), 54 años después de alcanzar el primero de ellos.

Su arte radicaba en cómo transforma­ba cualquier tema en algo intransfer­ible por su radicalida­d humana

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