Por respeto a las víctimas
LOS días previos al aniversario de los atentados de Barcelona y Cambrils, este diario fue publicando reportajes en la sección de Vivir con víctimas y afectados que aceptaron compartir su terrible vivencia. La lectura de esos retazos de historias personales es desgarradora y les puedo garantizar que los periodistas que las firman no quedaron indiferentes. Como la narración del mosso Francesc, a quien alcanzó una explosión mientras trabajaba entre los escombros de la casa de Alcanar. “No consigo sacarme esa sensación de culpabilidad, ese dolor al imaginar que pude haber dejado a mis hijos solos…”, decía. O el pequeño Iván, de 11 años, que salía de la Boqueria con su madre, su hermana y su abuela. La furgoneta le pasó rozando. Se refugiaron en un local y al cabo de unas horas les rescataron los dos guardias urbanos a los que Iván ha convertido en sus héroes, sus protectores. O la entereza del discurso de Fiona Wilson, que perdió a su padre en la Rambla y que explica cuánto deseaba su madre volver a Barcelona. O el recuerdo de Fede Uharte, que celebraba su cumpleaños en Cambrils: “Oímos muchos tiros… no sabíamos quién había abatido a quién…”. A Fede se le quedó grabado el grito de un padre llamando a su hijo: “¡Danieeel!”. Y el silencio posterior.
Los actos conmemorativos de ayer se desarrollaron de manera correcta y respetuosa hacia las víctimas, y con todas las autoridades presentes. Los episodios disonantes fueron residuales. Si acaso, faltó algo de la entrega y calidez que la ciudad ha demostrado muchas veces que es capaz de ofrecer, seguramente porque había muchos resquemores incubados, demasiadas prevenciones. Supuran las heridas en la sociedad catalana. Costó que se abriera un paréntesis de sosiego entre el ruido ensordecedor al que nos hemos acostumbrado, pero el silencio se impuso al fin. Por respeto a las víctimas.