Katharina Konradi
El Empordà vive una velada de contrastes, con el hermoso recital de Konradi en Vilabertran y el hip-hop con barroco que cierra Peralada
SOPRANO
La soprano Katharina Konradi, sólido valor en alza de la escena alemana, fue la encargada ayer de inaugurar una nueva edición de la Schubertíada, con un recital de lied en la canónica de Santa
Maria de Vilabertran.
Una buena tarde lluvia –que tuvo la delicadeza de amainar en cuanto se acercó la hora del espectáculo– ponía el broche final ayer la actividad artística en el Auditori del Parc durante esta 32.ª edición del Festival Jardins de Peralada que hoy llega a su fin. La incertidumbre meteorológica llegó a sus niveles máximos, pero finalmente el público pudo disfrutar del hip-hop del francoargelino Mourad Merzouki, que ofreció su insólito espectáculo Folia, un baile sobre música barroca que adquiría aires de cumbia, jazz, electrónica... lo que fuera necesario para convertir los trescientos años que separan los tiempos de Vivaldi de los presentes en un instante.
Interpretada por el ensemble Concert de l’Hostel Dieu, la combinación de esta música abre profundos y amplios caminos en la investigación de la danza llamada callejera y en sus posibilidades como arte digno de los coliseos.
Un momento importante dentro de la programación de esta edición, que se despide después de haber brindado cuatro títulos de ópera y cuatro de danza. Carmen Mateu de Suqué, fundadora del festival, a cuyo recuerdo se dedicó la edición, no podría estar más orgullosa. Su cita pisa fuerte como referencia de la lírica y la danza en el sur de Europa.
La euforia se hacía notar anoche en los húmedos jardines de Peralada. Aunque no menos que en la Canónica de Santa Maria de Vilabertran, donde una hora antes daba comienzo la 26.ª edición de la Schubertíada, con un recital de lied en el que los programadores dieron a conocer a un valor en alza de la escena alemana: Katharina Konradi. Soprano de voz dulce, colores irisados y excelente técnica, Konradi, una cantante de 30 años pero de carrera tardía, demostró su encanto junto con el siempre sensible y sabio Wolfram Rieger al piano. Nadie podría adivinar que se habían conocido hacía una semana, o acaso ese es el métier de un maestro como Rieger, mantener fresco el encuentro íntimo entre ambos artistas para brindar al público lo que podría entenderse por una primera lectura de una obra maestra del lied.
El recital comenzó con Mendelsohnn, un compositor que a Konradi le hace sentir como en casa por razones de comodidad vocal. Y no se hizo esperar Schubert, en el que quiso explayarse ante el público de Vilabertran. De padre rusogermano y residente en Alemania desde los 15, Konradi –quien de hecho es original del Kirguistán– posee unas cualidades idiomáticas muy especiales para interpretar a este compositor. E incluso su niñez como aventajada cantora de canciones tradicionales la ayuda a viajar a un pasado bicentenario, en el que el amor, la muerte, la alegría y la tristeza se digerían en un campo emocional acaso más genuino.
Fue en la media parte del recital que esta cronista se desplazó a la vecina Peralada –cuatro kilómetros separan ambos paraísos artísticos– para cambiar de registro y asistir al circense y marcial hip-hop de Merzouki. Cuatro kilómetros para cambiar de chip. Aunque quizás anoche más que nunca se demostró que, como pasa con los buenos licores, la mezcla de estilos no crea indigestión si hay excelencia. Y realmente, la energía reivindicativa de estos jóvenes del siglo XXI que apuntan al futuro no desmerecía en absoluto. Al contrario. Dieciocho bailarines –entre ellos, una clásica–, y una orquesta de ocho músicos y una soprano contaron con recursos escénicos que combinaban las colchonetas hip-hoperas con esferas en las que el tiempo (el mundo) se expandía y comprimía. El tema, luego, se prestaba a una conversación sobre lo cuántico aplicado al arte.