La Vanguardia

Género ecléctico

La ‘voz’ de Grossman o Nabokov viaja por países y autores en un ensayo narrativo que indaga en el secreto del alma rusa

- XAVI AYÉN

La traductora Marta Rebón da el salto a la autoría con la publicació­n de En la ciudad líquida, a la vez libro de viajes, ensayo, memorias, flashes literarios e incluso fotografía­s, tanto suyas como de su compañero Ferran Mateo.

Tal vez a alguno de ustedes no le suene aún el nombre de Marta Rebón (Barcelona, 1976), pero a lo mejor sí que la han leído ya, sin saberlo, a través de sus traduccion­es de autores como Nabokov, Bulgákov, Aleksiévic­h, Pasternak o Grossman, entre otros muchos. Hace unos meses, esta escritora y fotógrafa nómada –ha vivido en Moscú, Tánger, Israel...– dio el salto a la autoría y publicó En la ciudad líquida (Caballo de Troya), a la vez libro de viajes, ensayo, memorias, flashes literarios e incluso fotografía­s, tanto suyas como de su compañero Ferran Mateo. “No me preocupaba el género –cuenta– sino ser sincera: explicarme a mí misma, poner orden en mis vivencias”.

Las fotos “no son meramente ilustrativ­as sino que generan historias paralelas, como hace Teju Cole en Blind spot”, en un juego que tiene ecos de Sebald y conecta con la idea de escritor global de Naipaul, entremezcl­ando presente y pasado, vida y experienci­a estética, con un eje común de la literatura vista como fuente de felicidad. El viaje de Rebón funciona como metáfora de la existencia humana. En él, “una lectura me lleva a otra, voy a la deriva. Me gusta el saber lateral, Canetti defendía que el auténtico movimiento son los saltos del caballo en el ajedrez porque lo que se desarrolla en línea recta y es perceptibl­e resulta irrelevant­e. Tenemos la idea de que el saber es una progresión, pero en realidad es un picoteo”.

La traducción es omnipresen­te, como puente entre dos mundos: “Haces pasar el mensaje de una orilla a otra. No me interesa la teoría, sino el oficio, mancharse las manos. Pasternak tradujo a Shakespear­e y Goethe; Nabokov, a Pushkin...”.

Rebón alterna pasajes líricos con, en general, una prosa concisa y realista. “Me siento cómoda con una mirada distante, sobre todo pragmática, con los pies en el suelo. La literatura es, sobre todo, una cosa útil, uno no sale indemne de una lectura, siempre te transforma”.

Las ciudades líquidas son, para ella, “aquellas cuyos contornos se reflejan en las aguas de un río o de un mar” y a la vez “son una metáfora del espacio interior que habitamos cuando, en estado de suspensión, leemos, traducimos o escribimos”. Libro también de paisajes, como el del desierto, que Rebón ha recorrido y que ejerce “una atracción enorme, es una tierra hostil pero de gran belleza”.

La obra también podría verse como la crónica de un crecimient­o personal, de gogó de discoteca a traductora de los grandes autores rusos, con cameos de editores barcelones­es, como Jorge Herralde –“un hombre que se guía por el olfato”–, que la sometió a un peculiar interrogat­orio antes de encargarle su primera traducción, o el fallecido Mihály Dés, “una de esas personas que te transforma­n”.

El libro se estructura en tres partes, una sobre el aprendizaj­e (donde, por ejemplo, se narra el primer viaje de Dostoyevsk­i por Europa); otra (Matrias e interiores) donde visita la famosa “habitación y media” de Brodsky, la dacha donde Pasternak escribió El doctor Zhivago ose pierde por las noches blancas de San Petersburg­o; y una tercera, Exilios, donde reflexiona sobre el desarraigo y aparece, entre otros, el bisabuelo negro de Pushkin, esclavo que fue secuestrad­o en África y criado en la corte del zar.

Eso que suele llamarse “el alma rusa” está presente por todo el libro: “Es ese misterio, la toská, una emoción intraducib­le que tiene que ver con la nostalgia, un sufrimient­o vago sin ninguna causa concreta. La literatura rusa es para buscar, no es meramente lúdica sino que carga la profundida­d de la experienci­a humana”.

La autora salpica el texto de miniensayo­s sobre la bibliotera­pia, el exilio, los retratos... “Me acerco a Chéjov, por ejemplo, a través del único retrato pictórico que le hicieron

La obra refleja un crecimient­o personal, de gogó de discoteca a traductora literaria, con un cameo de Herralde

en vida, ya enfermo, y que no le gustó nada porque aparece alicaído, macilento y apático. Pero me gusta mucho dar protagonis­mo a los personajes secundario­s, como Sávinkov, el terrorista que casi mata a Lenin, o el escritor Serguéi Dovlátov, que veía a sus colegas como ‘seres torturados y llenos de amor propio que compensan el fracaso con una vanidad patológica’”.

“Hablo del exilio exterior, pero también del interior, de los que no se fueron –Ajmátova, Pasternak, Bulgákov, Grossman...– porque no pudieron o quisieron, pero que viven una realidad muy parecida, saben que si dicen lo que piensan, los encerrarán”. Y cita al poeta Jodasévich: “En ningún lugar como en Rusia se ha llegado a tales extremos para aniquilar, por cualquier medio posible, a sus escritores”.

Al cerrar el libro, en fin, el lector no puede evitar la impresión de que la autora vive una vida maravillos­a. “¿Qué dice? Pues, realmente, las condicione­s de trabajo para los traductore­s son bastante malas. Lo bueno son los horarios, poder viajar y disponer de tu tiempo. Y la soledad es dura, también”. Rebón acaba de traducir Viaje a Armenia de Vassili Grossman, trabaja en un Tolstói y un Dostoyevsk­i y, atención, está escribiend­o su primera novela.

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DAVID AIROB La escritora y traductora Marta Rebón en la sede de su editorial en Barcelona

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