Fractura abierta
Sergi Pàmies escribe: “Hace unos años teníamos la esperanza de que dialogaran y ahora, quizás porque somos más viejos y realistas, se nos pide que nos dejemos emocionar. Haciendo balance de un día como ayer, la auténtica emoción fue la de los familiares de las víctimas y no la relativa buena voluntad de unos políticos que no pudieron disimular en qué tiempo y en qué país vivimos”.
Hay una fatídica simetría entre la demanda de diálogo de Gemma Nierga en la manifestación contra el asesinato de Ernest Lluch y, ayer, en la plaza Catalunya, su ruego de “dejaos emocionar” por una selección de canciones tan discutible (¿anglocéntrica?, ¿hispanofóbica?, ¿provincianamente hipster?) como todo el resto del acto de homenaje a las víctimas del 17-A. Un acto saboteado por las tensiones protocolarias y el esfuerzo de combatir la realidad de una discordia creciente, que no se puede maquillar con el analgésico de acrobacias partidistas o de una sobria y catártica performance. Igual que el año pasado, las medidas de seguridad desmovilizaron a los ciudadanos y los meses pasados y sus interferencias han enfriado la capacidad de emoción y calentado el mecanismo de, por convicción o hartazgo, refugiarse en un legítimo: “Ya os apañaréis”.
La sabiduría es diversa. Lo confirma que parte de los familiares de las víctimas no quisieran asistir a un acto fácilmente manipulable en manos de los buitres de la propaganda. La bandera de España que intentaba tapar el encuadre de la cámara de TV3 y los gritos vocingleros de unos hooligans del españolismo
La realidad de una discordia creciente no se puede maquillar con el analgésico de acrobacias partidistas
más ultra e intransigente sólo eran una parte del amplio repertorio de recelos. Unos recelos encarnados por pancartas o marchas antiborbónicas. Secuestrada por varios niveles de politización, la Rambla sólo se abrió cuando la política desmontó su tinglado. Unidad y respeto, sí, pero con fisuras. Este es uno de los posibles balances de un esfuerzo titánico por evitar lo que, viendo el vaso medio lleno, sólo podrá considerarse un éxito pensando que podría haber sido peor. Los sonidos tampoco engañan: silencio contenido, aplausos reactivos, música concebida como sedante de cohesión y, por encima de todo, el ruido del helicóptero policial. Desvalidos y aceptando la falsa intimidad consensuada por los equipos de protocolos, los familiares de las víctimas encontraron el modo de superar los obstáculos, que incluyen gritos, escupitajos y el ya crónico combate entre banderas y pancartas, colores y deliberadas ceremonias de la confusión.
Las buenas intenciones no se pueden menospreciar, pero el acompañamiento y el recogimiento que, con buen criterio, las administraciones han intentado tejer au-dessus de la mêlée no acabaron de funcionar. Y en el ámbito de la escenificación, cuando las buenas intenciones se traducen en lo que podríamos denominar gemmanierguismo, la experiencia demuestra que la voluntad de concordia y diálogo sin un manual preciso de instrucciones tampoco funciona. Hace unos años teníamos la esperanza de que dialogaran y ahora, quizás porque somos más viejos y realistas, se nos pide que nos dejemos emocionar. Haciendo balance de un día como ayer, la auténtica emoción fue la de los familiares de las víctimas y no la relativa buena voluntad de unos políticos que no pudieron disimular en qué tiempo y en qué país vivimos.