Òmnium y el turismo
En estos últimos tiempos estamos viviendo una etapa de turismofobia que se ha acentuado desde que yo usé por primera vez esta palabra en estas mismas páginas.
Lo que ocurre es que la cuestión se ha ido agravando, pues no sólo hay aversión de algunos grupos sino que además el independentismo está aprovechando la llegada masiva de turistas para hacer su campaña en contra de España y del Estado de derecho que somos.
Las disputas políticas derivadas de la presencia de los Reyes y miembros del Gobierno español –encabezados por el presidente Sánchez– en la conmemoración del atentado de la Rambla del 17 de agosto y todas las acusaciones al equipo de la alcaldesa Colau por permitir incivismos de todo tipo no son lo más adecuado para tratar de atraer turismo de calidad en vez del turismo low cost que parece avanzar en Barcelona.
Y por si estas realidades fueran poco, ahora nos encontramos con la campaña anunciada por la entidad antes cultural (Lengua, Cultura, País) y ahora independentista Òmnium, que aprovechará dos de las semanas más turísticas del año para movilizar tres autocares que pedirán la “libertad para los presos políticos y exiliados catalanes”, como si en esta tierra no hubiera otra forma de hacer política sin molestar a los turistas.
Es una pena que en vez de aprovechar
Deberíamos evitar dar la imagen de que Catalunya y Barcelona se han convertido en una realidad inestable
los activos que Barcelona y Catalunya pueden mostrar para atraer de forma racional al turismo aquí lo estemos politizando todo a unos niveles que van más allá de lo razonable y que van desde las cruces en las playas hasta muchas pancartas en los edificios municipales o en espacios públicos en ciudades y pueblos catalanes con ayuntamientos con peso del independentismo.
Si de por sí las huelgas en el sector aéreo o en los taxis –seguramente razonables por lo que suponen de respuesta a determinadas injusticias– ahuyentan una parte del turismo, no nos falta nada más que en las fiestas mayores, las fechas en que habrá celebraciones independentistas como los días 7 y 8 de septiembre en que algunos celebrarán las ilegales leyes del Referéndum y de Transitoriedad –culminada en la declaración fallida de independencia el 27 de octubre con la consabida aplicación del artículo 155– o el 1 de octubre del referéndum ilegal, todas ellas sumadas a la gran manifestación en la Diagonal el 11 de septiembre, vayan mostrando al mundo que Catalunya y Barcelona se han convertido en una realidad inestable.
Todos tenemos derecho a hacer política gracias a la Constitución y al Estatut que tenemos, pero no es razonable que en vez de aprovechar la llegada de los millones de turistas que nos visitan para hacer propaganda de los activos que tenemos –que son muchos– nos desacreditemos a nosotros mismos presentándonos como un área problemática e inestable. Ni las entidades independentistas ni todos nosotros deberíamos olvidarlo. Politizándolo todo nos estamos jugando el 12% del PIB.