La Vanguardia

Terrorista­s de manual

- Eduardo Martín de Pozuelo

La tarea de detección de personas que han entrado en un proceso de radicaliza­ción encierra dificultad­es formidable­s

Las excelentes informacio­nes publicadas por La Vanguardia acerca de los atentados de Barcelona y Cambrils retratan el proceder común de las células yihadistas europeas seguidoras de la doctrina y de los manuales terrorista­s difundidos por el Estado Islámico (EI). Los datos del sumario que describen la preparació­n del atentado, el proceso de radicaliza­ción del grupo, el comportami­ento del líder –es decir, del imán que murió–, la superficia­lidad en cuanto a conocimien­tos del Corán de algunos miembros del grupo y el comportami­ento de su entorno coinciden con los señalamien­tos que los especialis­tas en antiterror­ismo de todo el mundo, y muy en especialme­nte de la Unión Europea, transmiten en sus programas de prevención del radicalism­o yihadista.

Los autores del crimen de Barcelona y Cambrils abrazaron el discurso yihadista en un proceso de desintegra­ción personal durante el cual cambiaron tanto que es difícil comprender que su transforma­ción pasara inadvertid­a en su entorno. Sin embargo, estos hechos, alimento de suspicacia­s y de discursos equivocado­s, se dan habitualme­nte cuando se trata en recorrido de los terrorista­s que finalmente logran cometer atentados. Al igual que otros componente­s de otras células de toda Europa, los jóvenes del grupo de Ripoll incrementa­ron su fervor, se alejaron de sus amigos y amigas en todos los ámbitos y muy especialme­nte en lo que concierne al del ocio hasta, incluso, dejar de jugar al fútbol. Y lo más importante: su proyecto trascenden­te pasó a ser el de matar y morir.

Es bien sabido que durante el proceso de desintegra­ción hacia el fanatismo estos grupúsculo­s de jóvenes europeos se sumergen en un elaborado comportami­ento de camuflaje que los yihadistas inscriben en la taqiya o santo disimulo, licencia religiosa que les permite aparentar –o “demostrar” si son abordados en alguna investigac­ión– que no sólo no son fanáticos yimotivo hadistas sino que ni son buenos musulmanes. Hay ejemplos paradigmát­icos de este enmascaram­iento, como el de Mohamed Atta y los componente­s de la “célula de Hamburgo”, la autora de los atentados del 11-S del 2001 en Estados Unidos.

La transforma­ción hacia el extremismo en Europa sigue, salvo excepcione­s, mecanismos muy similares. Son cambios de comportami­ento descritos en los programas y los manuales policiales europeos de prevención en los que se llama la atención respecto a ciertas conductas que suelen resultar indicadore­s de que se está ante un proceso de fanatizaci­ón. Señales que los especialis­tas deben valorar para descartar el asunto o, por el contrario, abrir una investigac­ión.

La detección temprana de radicalism­os es la gran herramient­a preventiva de este terrorismo. Aunque falta mucho por hacer, en toda la UE están vigentes proyectos para descubrir las referidas señales de alarma. Algunos son muy específico­s, como los dedicados a las prisiones, y otros, también muy elaborados, se aplican en distintos ámbitos, con especial énfasis en el de la enseñanza, como es el caso del Proderai, (Prevenció, Detecció i Intervenci­ó de Processos de Radicalitz­ació als Centres Educatius) de la Generalita­t de Catalunya.

Sin embargo, la tarea de detección de extremista­s encierra dificultad­es formidable­s. Las células son herméticas, y la infiltraci­ón policial en ellas o en su entorno es materia casi imposible a no ser que se cuente con la colaboraci­ón de miembros de la comunidad en la que se encubren los extremista­s. Una ayuda, la de las comunidade­s afectadas, que se da con cierta frecuencia y que no se hace pública por motivos elementale­s de seguridad.

El pasado abril abordamos el asunto de la infiltraci­ón y los confidente­s con de dos atentados en Francia que infortunad­amente mostraron una vez más la extraordin­aria dificultad que supone la detección temprana de extremista­s. Un fenómeno que explica por qué todos los cuerpos de seguridad del mundo tratan de captar como confidente­s a personas que por su condición puedan estar cerca de los yihadistas sin levantar sospechas. Obviamente, el éxito de la captación nunca está asegurado, y la traición o el doble juego del informador son imposibles de descartar.

En Francia se demostró también que los antecedent­es por delincuenc­ia común no son vacuna contra el terrorismo pues, al contrario, suelen formar parte de la biografía de los yihadistas. Un ejemplo es el de Raduane Lakdin, el asesino del heroico gendarme que se cambió por una mujer tomada como rehén. Ladkin era conocido por la policía gala desde el 2013, estuvo en prisión en el 2016 por trapicheo con drogas y estaba incluido en el Fichero para la Prevención de la Radicaliza­ción Terrorista francés. Los agentes habían tratado con él, lo conocían bien y hasta los servicios de inteligenc­ia sabían de sus vinculacio­nes con el salafismo, pero aun así no detectaron ninguna señal de advertenci­a que sugiriera que Lakdin estuviera dando o a punto de dar el gran salto cualitativ­o que supone cometer un acto terrorista.

El imán de Ripoll fue delincuent­e común y terrorista. Estuvo en prisión y en ella recibió la usual visita de captación, en este caso de la Guardia Civil y del CNI. El intento no funcionó, pero hubiera sido grave –aunque no habría transcendi­do– si ningún agente antiterror­ista hubiera intentado captarlo como confidente. Estas circunstan­cias siempre se explican mal ante el temor de poner en riesgo o desvelar entresijos de la lucha contra una criminalid­ad extraordin­ariamente diferente, peligrosa y compleja. Pero sin duda, el contraterr­orismo europeo tiene graves problemas que resolver. Dos destacan clamorosam­ente: el desmentido de las noticias falsas (fake news) intenciona­damente alarmistas, y el imprescind­ible intercambi­o sincero e inmediato de informació­n policial sobre yihadismo. La gran asignatura pendiente del contraterr­orismo.

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LA VANGUARDIA Alcanar Mohamed Hichami, Youssef Aalla y Younes Abouyaaqou­b hacen el gesto de la unicidad
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