La Vanguardia

Último fulgor del poder de Alá

- Antoni Puigverd

Por qué, en una sociedad que invita a los jóvenes a la fiesta perpetua, al sexo, la droga y el rock’n’roll, estos chicos de Ripoll, que vivían en un entorno relativame­nte agradable e inclusivo, eligieron la severidad islámica, la matanza y el suicidio? ¿Por qué, cuando la mayoría de los jóvenes elige el modelo de los anuncios veraniegos de cerveza (“vive mediterrán­eamente”), ellos eligen la muerte?

Expertos como Olivier Roy han descrito las caracterís­ticas de los jóvenes que, como los de Ripoll, pugnan por llevar la muerte a Europa. La mayoría son hijos de inmigrante­s: segunda generación. Educados en Europa, no hablan árabe sino la lengua del país. No tienen formación religiosa: el imán Es Satty era un traficante de hachís. Visten a la occidental. Tienen cultura occidental. Forman las células con hermanos y amigos, lo que refuerza el perfil generacion­al, pero también el de banda juvenil.

Rechazan a los padres: tanto por su forma oriental de vestir como por la vivencia rutinaria y descomprom­etida del islam. Lo ejemplific­a la carta que uno de los suicidas belgas envió a su madre: “Mi sacrificio te conducirá al paraíso”. También

Mientras gran parte de los jóvenes elige el anuncio estival de cerveza, ellos eligen la muerte

son indiferent­es al futuro: muchos de los voluntario­s de Siria abandonaba­n a los hijos para ir al frente.

La negación del pasado y del futuro está claramente relacionad­a con el rechazo de cualquier legado. Son iconoclast­as. En Siria destruían la herencia cristiana, el patrimonio arquitectó­nico y las mezquitas arcaicas. Cancelan la historia. Rechazan la propia tradición en nombre de un islam puro y sin raíces. Esta radicalida­d les acerca a las actitudes violentas, antisocial­es y autodestru­ctivas de la cultura punk. Aparecida a finales de los setenta (como un eco negativo del rupturismo alegre del 68), la cultura punk ha fundamenta­do muchas tendencias nihilistas posteriore­s. No future.

Los jóvenes yihadistas llevan a la práctica lo que se respira en la música, los videojuego­s, los cómics y las series que la juventud occidental consume. Más allá de las promesas del “vivir mediterrán­eamente”, la cultura juvenil fantasea mucho con la muerte. La economía niega a los jóvenes la seguridad del porvenir. Y el mercado los empuja a convertir esta negación en consumo: sea en forma retórica (modas, estética), sea en forma autodestru­ctiva (droga, alcohol). En el caso de estos jóvenes musulmanes, la pulsión destructiv­a, típica de la cultura nihilista juvenil, da un paso más: apocalipsi­s.

Al negar toda seguridad, los mercados han convertido en ortodoxia económica el no future de los punks. Ante esto, los jóvenes occidental­es se autodestru­yen o bien retornan a las ideologías totalizado­ras: comunismo y fascismo. Los yihadistas euromusulm­anes aportan a este clima una dimensión histórica: decretan el fin del mundo. Han intuido la muerte de Dios, típica de las sociedades occidental­es (que ya sólo creen en la técnica y el dinero). Pero llevan en su interior el último fulgor de la omnipotenc­ia de Alá: “Con nosotros se acaba el tiempo”.

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