Roth y la tiránica corrección
Cuando Anthony Hopkins, trasmutado en la piel del profesor Coleman Silk, lanza, con desganado sarcasmo, la maldita pregunta “¿alguien puede decirme si estas personas existen o son oscuros espectros?”, no puede imaginarse que pronto lo perseguirá la furia de los dioses. Sólo expresa el enfado por el absentismo de unos alumnos, a los que no ha visto durante semanas. Pero los alumnos son afroamericanos, y la expresión en inglés que utiliza, spook , es un escurridizo término que puede prestarse al juego de los malentendidos. Ciertamente quiere decir “espectro”, pero al ser una palabra muy usada en la época de la segregación racial, puede ser interpretada como una expresión racista. Y es así como el respetado profesor entra en una delirante espiral de rechazo que lo conducirá a una situación vital insostenible: habrá sido víctima de la tiranía de la corrección política.
La película, coprotagonizada por Nicole Kidman y Ed Harris, parte de la novela La mancha humana, que Philip Roth escribió en pleno escándalo del caso Lewinsky, “la chica que ha revelado más de Estados Unidos que nadie, desde Dos Passos. Ella sí que le ha puesto un termómetro al culo del país”. Y el termómetro, después de las alegrías bucales de la joven becaria judía con el venerable habitante de la Casa Blanca, se dispara en una ola encolerizada de puritanismo, que Roth enmarca sin eufemismos: “El verano de 1998 fue el del puritanismo. Después de la caída del comunismo y antes de los horrores del terrorismo, hubo un breve periodo en que el país estuvo muy preocupado por las mamadas”. Una preocupación que Roth considera la quintaesencia de la hipocresía. Y es así como, asqueado por esta hipocresía de una América sometida a una corrección política que le permitía ejercer, sin complejos, una feliz doble moral, Roth hizo uso de su alter ego literario, el escritor judío Nathan Zuckerman, para explicar la historia del decano Coleman Silk, viudo, odiado, sin familia, negro blanqueado y falso judío.
Silk había nacido blanco en una familia negra con antepasados holandeses y suecos, y, asediado por la marginación racial, se autoexpulsa de su raza para inscribirse
“en el ejército de los blancos”, que lo aceptarán sin saber su secreto. En búsqueda, pues, de una nueva identidad, será su entrenador de boxeo quien le dará la clave, al aconsejarle que sea lo que parece: “Un chico judío”. Y convertido en judío, se enrola en la Navy, estudia clásicas y consigue ser el primer profesor judío de clásicas de una universidad norteamericana, con una larga vida de decano universitario reconocido y respetado, hasta que un simple error de corrección política lo convertirá en proscrito y lo retornará a la segregación y al gueto. El negro que se había inscrito en el ejército de los blancos y se había inventado una falsa judeidad, viviendo una mentira durante toda la vida –“me retiré de mí mismo”–, será expulsado del paraíso blanco, acusado de la mentira de ser un racista. Triunfador, porque se ha hecho a sí mismo, y perdedor, porque se ha negado, Coleman es, sobre todo, un ser mimético, adaptado al medio para poder sobrevivir.
Con este vitriólico argumento, y con precisión literaria quirúrgica, Roth destripa las entrañas de una sociedad norteamericana que se apunta al eslogan de la corrección, porque así lo imponen los cánones, pero mantiene intactos los prejuicios atávicos e incorpora nuevos, hasta el punto de convertir lo políticamente correcto en una nueva forma de censura social. Por La mancha humana circula todo, el moralismo religioso, el fanatismo, la segregación racial, el camuflaje de lo políticamente correcto, la fractura del sueño americano, las relaciones sexuales en la senectud con jovencitas, los traumas de los excombatientes, las miserias del mundo universitario y el choque adusto entre la categoría intelectual y la altura ética. En el trasfondo, el círculo infernal de una mentira que las engloba todas, en el marco de una sociedad envanecida, llena de dioses menores. Así lo expresa Roth en boca de su yo literario: “Como dice la fantasía de nuestro orgullo desmesurado, estamos hechos a imagen de Dios, de acuerdo, pero no del nuestro..., sino del dios de los antiguos griegos. Dios vicioso. Dios corrompido. Un dios de la vida si nunca ha existido. Dios a imagen del hombre”.
Es indiscutible que Roth es el escritor más born in the USA de todos sus contemporáneos, porque tanto la temática, como la mirada, como la acidez crítica llevan el sello de las barras y estrellas. Pero, como pasa con todo gran escritor, la mirada local se convierte en mirada universal, y es así como todos nosotros podemos encontrarnos atrapados en la telaraña social del prejuicio y el estigma, además de negarnos mil veces antes de aceptarnos. Cualquiera puede ser Coleman, “debilitado por la naturaleza aterradoramente provisional de todo”, exiliados de nosotros mismos, inadaptados al medio, hambrientos de reconocimiento y susceptibles, al primer error, de convertirnos en el hereje que morirá en la hoguera. Es la insostenible levedad del ser, que diría Kundera.
Cualquiera puede ser Coleman Silk, “debilitado por la naturaleza aterradoramente provisional de todo”