Luna y ron
Sólo en algunas barras de bar encuentras lo que no buscas, pero sí esperas encontrar. O sea, que la otra noche, en la barra del bar del Giardinetto, exactamente en el corner de la misma, me encontré con el colega Joaquín Luna que acababa de pedir al señor Ángel un Havana 7 con coca cola, ese cubalibre, que, según Luna, nunca le ha sentado mal. La barra del bar del Giardinetto tiene la luz precisa, cálida e íntima, para hablar de la vida que, para algunos, además del divorcio y las novias sucesivas, es también el periodismo transcurrido a la manera antigua y nada informatizada. Calle y bloc de notas. Preguntar y escuchar. Y en la barra de determinados bares, ver y no ser visto. Ese es el secreto. Uno de ellos.
Joaquín, que es siempre educado y a veces torero, ha publicado el libro Menuda tropa. Libro que, quizá sin pretenderlo su autor, va a provocar más de una vocación. Periodística, por supuesto, porque no debe confundirse el periodismo con el espectáculo, que es lo que más suele verse ahora en las televisiones. Periodista y no artista. Periodista como aquellos que se sentaban en el club de prensa de Hong Kong, algunos de los cuales cenaban más tarde en la residencia oficial del gobernador de la entonces colonia inglesa. Y si ese gobernador era David Wilson, actualmente miembro de la Cámara de los Lores, mucho mejor. No es necesario que los diplomáticos británicos sean aristócratas, pero sí conveniente. Sobre todo para los periodistas de mi generación. En un diplomático y aristócrata británico hay más novela, película y desde luego periodismo que en ese idealizado Washington Post, que contribuyó a acabar con la carrera política del presidente Richard Nixon. En el tema del periodismo, el real y el de película, siempre he preferido Asia a Estados Unidos. Y los tifones y sudores al idealizado Ben Bradlee, amigo del presidente Kennedy, y cuya mayor influencia entre los colegas españoles fueron unas camisas de cuello blanco y rayas anchas de colores que compraba en Londres.
El libro del divorciado Joaquín me ha devuelto al actor William Holden, que en la película La colina del adiós interpreta a un corresponsal que muere en la guerra de Corea. Y a Mel Gibson y Sigourney Weaver, que en El año que vivimos peligrosamente, interpretan a un periodista australiano y a una diplomática británica. A la Weaver, alta, inteligente y aparentemente distante, la conocí en el bar del hotel Majestic. Estos encuentros fortuitos quedan mucho más periodísticos en Yakarta, Singapur y Hong Kong que en Barcelona, pero hoy el periodismo viaja menos. Joaquín cuenta que aterrizar de noche en el viejo aeropuerto de Kai Tak y enfilar la pista entre los infinitos bloques de viviendas de Kowloon, el superpoblado extrarradio de la isla de Hong Kong, fue uno de los momentos más intensos de su vida. Y yo le creo.
Y pienso en aquella atractiva prostituta que se llamaba Suzy Wong, vestida con el tradicional cheongsam, que es como los chinos prefieren llamar al qipao.
Joaquín ha publicado ‘Menuda tropa’, libro que quizá va a provocar más de una vocación periodística