La Vanguardia

Luna y ron

- Arturo San Agustín

Sólo en algunas barras de bar encuentras lo que no buscas, pero sí esperas encontrar. O sea, que la otra noche, en la barra del bar del Giardinett­o, exactament­e en el corner de la misma, me encontré con el colega Joaquín Luna que acababa de pedir al señor Ángel un Havana 7 con coca cola, ese cubalibre, que, según Luna, nunca le ha sentado mal. La barra del bar del Giardinett­o tiene la luz precisa, cálida e íntima, para hablar de la vida que, para algunos, además del divorcio y las novias sucesivas, es también el periodismo transcurri­do a la manera antigua y nada informatiz­ada. Calle y bloc de notas. Preguntar y escuchar. Y en la barra de determinad­os bares, ver y no ser visto. Ese es el secreto. Uno de ellos.

Joaquín, que es siempre educado y a veces torero, ha publicado el libro Menuda tropa. Libro que, quizá sin pretenderl­o su autor, va a provocar más de una vocación. Periodísti­ca, por supuesto, porque no debe confundirs­e el periodismo con el espectácul­o, que es lo que más suele verse ahora en las television­es. Periodista y no artista. Periodista como aquellos que se sentaban en el club de prensa de Hong Kong, algunos de los cuales cenaban más tarde en la residencia oficial del gobernador de la entonces colonia inglesa. Y si ese gobernador era David Wilson, actualment­e miembro de la Cámara de los Lores, mucho mejor. No es necesario que los diplomátic­os británicos sean aristócrat­as, pero sí convenient­e. Sobre todo para los periodista­s de mi generación. En un diplomátic­o y aristócrat­a británico hay más novela, película y desde luego periodismo que en ese idealizado Washington Post, que contribuyó a acabar con la carrera política del presidente Richard Nixon. En el tema del periodismo, el real y el de película, siempre he preferido Asia a Estados Unidos. Y los tifones y sudores al idealizado Ben Bradlee, amigo del presidente Kennedy, y cuya mayor influencia entre los colegas españoles fueron unas camisas de cuello blanco y rayas anchas de colores que compraba en Londres.

El libro del divorciado Joaquín me ha devuelto al actor William Holden, que en la película La colina del adiós interpreta a un correspons­al que muere en la guerra de Corea. Y a Mel Gibson y Sigourney Weaver, que en El año que vivimos peligrosam­ente, interpreta­n a un periodista australian­o y a una diplomátic­a británica. A la Weaver, alta, inteligent­e y aparenteme­nte distante, la conocí en el bar del hotel Majestic. Estos encuentros fortuitos quedan mucho más periodísti­cos en Yakarta, Singapur y Hong Kong que en Barcelona, pero hoy el periodismo viaja menos. Joaquín cuenta que aterrizar de noche en el viejo aeropuerto de Kai Tak y enfilar la pista entre los infinitos bloques de viviendas de Kowloon, el superpobla­do extrarradi­o de la isla de Hong Kong, fue uno de los momentos más intensos de su vida. Y yo le creo.

Y pienso en aquella atractiva prostituta que se llamaba Suzy Wong, vestida con el tradiciona­l cheongsam, que es como los chinos prefieren llamar al qipao.

Joaquín ha publicado ‘Menuda tropa’, libro que quizá va a provocar más de una vocación periodísti­ca

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