La canción poética que arraiga en el sur
El lied experimenta un auge en España, que se convierte en refugio de artistas sensibles
El género del lied, asociado eminentemente a la producción poética de Franz Schubert, no está viviendo su mejor época en el corazón de la vieja Europa. No es que decaiga como propuesta de música en vivo en las principales salas de cámara de Alemania, pero sí que podríamos decir que el país que más ha cultivado y cuidado esta escena durante doscientos años está asistiendo a su estancamiento.
Mientras tanto, en el último cuarto de siglo, España ha prendido la llama de la canción poética gracias a dos polos notables de programación liederista: el ciclo que Antonio Moral impulsó en Madrid y que hoy día se ha estabilizado con diez conciertos anuales, los mejores liederistas del mundo y 600 abonados, y la Schubertíada de Vilabertran y su embrión en Barcelona, por las que han pasado, en 25 años, 70.000 espectadores en un total de 350 conciertos. En la actual 26.ª edición, Vilabertran se mantiene como la cita prescriptora del género.
“Este fenómeno no se ha producido en ningún otro país del sur de Europa, ni en Francia ni en Italia ni en Grecia hay un ciclo de estas características. Y a cualquier alemán que se precie le parece tan raro que triunfe un ciclo de lied en Madrid como que de repente en Finlandia se mueran por ver toros y tengan ahí a los mejores maestros de la tauromaquia”, dice el programador Antonio del Moral, artífice del éxito del género en la capital de España y responsable del ciclo de lied.
Hablamos, claro está, de tendencias, pues el gran mercado del género sigue siendo el germano, con Franz Schubert como referencia principal, mientras aquí se cuece un mercado pequeño. Por otra parte, hay que entender el fenómeno del lied en Madrid en el contexto de la época: cuando hace 25 años, Del Moral enciende la llama, la meseta es un desierto musical en cuanto a voces. Su apuesta con Caja Madrid es muy fuerte, y el primer año tiene una temporada espectacular, con leyendas como Victoria de los Ángeles. Pero es que ni siquiera el Teatro Real existía como casa de ópera todavía. El público quería escuchar voces.
“El motor en Catalunya es Jordi Roch desde la Schubertíada –apunta el actual director del festival, Víctor Medem–, que ha logrado que desde las instituciones sean conscientes de que el género atrae a un público, pequeño pero fiel, y de que en Catalunya debe haber una buena programación de lied. Además ha habido la sensibilidad de hacer cantera, de crear una academia asociada
Los artistas europeos del lied agradecen un mercado español creciente; es aún pequeño, pero fiel
al festival, con las masterclasses de Wolfram Rieger. Barcelona tiene en la Esmuc el único lugar de Europa con un master de lied. Impulsado por los artistas que tuvieron que salir a formarse fuera y que han estado actuando en las diversas ediciones de la Schubertíada”.
Así, la Schubertíada programa tanto a estrellas internacionales como Matthias Goerne, que se mantiene fiel a la causa, como a jóvenes la escena local –Anna Alàs, Josep Ramon Oliver...– con los que además quiere abrir el concepto de lied y llamarlo canción poética.
“Es mejor utilizar este término, de lo contrario dejas fuera la mélodie française , la song inglesa, la cançó catalana, la sudamericana... No hay que olvidar que lo que presentamos es música y poesía. Mucha gente entra primero por la palabra y después por la música, de manera que esta apertura de concepto podría hacernos ganar público”, añade Medem. “Y aparte de ofrecer el texto con su traducción, es interesante darle al público una etiqueta con la idea base de la obra, para que, en lugar de no entender e ir siguiendo el texto, cada cual se imagine su poema. Es lo que hicimos en esta primera Schubertíada en Euskadi”.
Como es sabido, Medem aboga por deslocalizar la cita de Vilaber- tran, llevar la experiencia a otros puntos del norte del Península y del sur de Francia. Es más, apunta ideas avanzadas, como abrirse a otros formatos, por ejemplo, que artistas del jazz canten canciones de Schubert. Cree que “saldríamos ganando”.
Sea como sea, los artistas europeos del lied agradecen esta bocanada de aire peninsular, en la que también tiene un papel importante el ciclo Live Victoria. Pues los programadores cuentan en Alemania con plazas muy interesantes, como el Heidelberg Frühling, el festival de Baden-Württemberg, pero en el plano general el lied está desapareciendo de la programación. Para muchos no es negocio y lo eliminan de las salas, reduciendo la propuesta a cantantes muy conocidos, como el barítono Matthias Goerne o el tenor Jonas Kaufmann, que quieren hacer lied, pero la gente va a verlos a ellos más que a escuchar lied. El círculo se reduce, y a los artistas jóvenes no se les abren puertas.
“Diría que el porcentaje de música de cámara que se hace en Alemania es el mismo de cincuenta años atrás –apunta Goerne, a quien se verá la próxima semana en Vilaberde
tran–. Programar un concierto para piano de Beethoven o Chaikovski es menos arriesgado para ellos: antes te ponen una gran orquesta en el escenario que sólo a un cantante. Y este ha de ser un gran nombre. Incluso el pianista ha de ser reconocido. Y lo que pasa es que se confina a los jóvenes con talento pero sin nombre. Incluso se produce una paradoja: las salas pequeñas no tienen presupuesto y lo dedican a unos pocos grandes nombres que revientan la taquilla o a jóvenes con caché inexistente. El lied forma parte de la educación humanista de la ciudadanía en Alemania... Pero, claro, ahora todo se reduce a la economía. Importa antes pagar el alquiler”.
Por lo que respecta al público, Michael Gassmann, el responsable del festival de Heildelberg –una cita dedicada al lied que esparce workshops y masterclasses por toda la ciudad y cuenta incluso con un concurso–, sostiene que “hay un nuevo interés por la experiencia íntima de la música en vivo entre la juventud”. ¿Ah, sí? “En el círculo del pop-electrónica-clásica detecto jóvenes con ganas de escuchar y no solo consumir música. Y eso hace el lied más accesible a esta gente”.
“La gente está menos asustada”, conviene el pianista británico Malcolm Martineau, que hoy toca en la Schubertíada. “Hubo una época en que el lied era cosa de una élite, nadie pensaba que lo entendería. Además, los cantantes eran icónicos, Elisabeth Schwarzkopf, Fischer Dieskau... Maravillosos, pero también personalidades distinguidas si los comparamos con un Simon Keenlyside de la actualidad, mucho más natural. Escuchándole, la gente se siente menos intimidada, es como si un amigo te estuviera contando una historia. Una historia íntima sobre emociones importantes: el amor, la muerte, la soledad... El público ha de poder escuchar a dos intérpretes en armonía”.
En Alemania, fuera de lugares como el festival de Heidelberg, el lied está desapareciendo de la programación