El sillón vacante de Aretha
La muerte de Aretha Franklin, considerada por algunos la voz del siglo XX, pone en evidencia la ausencia de sucesoras
Desde el día en que Dinah Washington me dijo por primera vez que Aretha era ‘la próxima’, con sólo doce años, hasta el día de hoy, Aretha Franklin puso el listón con el que cualquier cantante femenina se tendrá que medir”. Las palabras del productor Quincy Jones incluidas ayer en un comunicado a raíz del fallecimiento de la considerada reina del soul, no sólo redundan en el extremo unánimemente aceptado de su calidad como intérprete sino que la sitúan como referencia, como modelo donde reflejarse y, si es posible, al que superar.
Lo que en sí mismo es una loa insuperable para cualquier artista, y más si se refiere a Aretha Franklin, que era mujer, negra, cantante y habitante de unos Estados Unidos donde el racismo era cotidiana moneda de cambio, no deja de ser también un desafío insuperable para el resto de la profesión. La historia de la música vocal popular tuvo, pues, desde los albores de los años cincuenta una senda marcada por las aptitudes y, poco después, la obra de la diva no sólo del soul. Tampoco hay que olvidar que se trataba de un terreno de juego con unas coordenadas históricas y sociales que convirtieron aquellos tiempos estadounidenses en extraordinariamente prolíficos en ese aspecto. Nombres coetáneos o ligeramente anteriores en términos cronológicos como Dinah Washington, Ella Fitzgerald, Sarah Vaughn, Billie Holiday, Etta James, Dionne Warwick, Diana Ross o Roberta Flack forman un capítulo vocal histórico difícilmente superable.
Considerada incluso la cantante del siglo XX, Aretha Franklin deja tras de sí un reguero de nombres que aspiraban y aspiran, no ya a ser sus sucesoras, sino simplemente a estar a la altura de las comparaciones. Su combinación de técnica, precisión, matiz y potencia pura ya la hacían bastante inalcanzable, a lo que había que añadir una intuición privilegiada (bien conducida por algún productor, también es verdad) para llegar a una tipología muy variada de público... aunque hasta entrada la veintena no enganchó con este, coincidiendo con su fichaje con el sello Atlantic tras un tránsito por Columbia que no cumplió con las expectativas.
El imparable funcionamiento de la industria exigía, exige, que el listado de heroínas se renueve periódicamente. En el caso de Aretha Franklin los intentos han sido variados. Uno de los más significativos, curiosamente, lo protagonizó su ahijada Whitney Houston, una artista también surgida vocalmente del ámbito religioso. Poseedora de una muy bella voz que le permitió brillar en el soul, el r&b, el blues, el góspel y algo de pop, le faltó siempre ese furioso vaciado emocional que Aretha tenía. Calificada en su día como La Voz, la también actriz se convirtió
La suma de virtudes y el tiempo histórico hizo y hace difícil que aparezcan artistas de un nivel similar
en breve tiempo en una insuperable vendedora de discos, aunque su quebradiza vida particular afectó definitivamente a su carrera y trágicamente a su vida.
Otros nombres han ido surgiendo con el lapso de los años bajo los marchamos de “la reina de...”, “la princesa de...” y similares. Llamativas artistas escénicas en muchos casos que en alguna ocasión cuentan con nada desdeñables voces, como Patti Labelle, Beyoncé, Alicia Keys o Lauryn Hill en sus respectivos ámbitos, o las también contemporáneas Amy Winehouse –con la negritud bien asimilada en su sangre blanca británica– o la temperamental Adele, que no pocos consideran la gran voz de la actualidad. Pero quizás, mirando un poco en el pasado y sin salir de esas tierras británicas, también no pocos quedaron fascinados en su día con Dusty Springfield o, especialmente, con Julie Driscoll, la extraordinaria vocalista de amplio registro tanto a solas como junto a Brian Auger.