El espíritu y la letra
‘Suite Iberia’ por José Maria Duque
Lugar y fecha: Festival Albéniz Monasterio de Sant Pere, Camprodon (15/VIII/2018) En 1985, Alicia de Larrocha celebró en Camprodon los 125 años del nacimiento de Isaac Albéniz, con un recital que marcó –sin pensarlo inicialmente– el comienzo del festival que aún se celebra en la villa natal del gran músico. En el 2004 fue la propia pianista la que recibió la medalla Albéniz que Camprodon entrega desde entonces cada año a quien interpreta allí la Suite Iberia. Y en este año el pianista que se enfrentó a la compleja partitura concebida en cuatro cuadernos de tres piezas cada uno fue José María Duque (Badajoz, 1970), discípulo de Esteban Sánchez, el otro gran intérprete –junto a Alicia– de la música de Albéniz, La muerte prematura del compositor en 1909 quizá determinó que la serie de piezas ahora conocida como Suite Iberia quedasen tal como se fueron editando, aunque creo que hubiese modificado su contenido con el tiempo.
Su interpretación es uno de los retos para los mejores pianistas ya que es técnicamente un tour de force al que pocos se enfrentan al que hay que sumar una enorme sensibilidad para, a partir de su transcripción al piano, situarla en el terreno pensado por el compositor, que es –como la primera pieza indica– el de la “evocación”, muy distinto a la descripción literal–. “Vale más el espíritu que la letra”, sostenía su discípulo Manuel de Falla. Y aquí está la clave de una de las grandes dificultades, la capacidad de conmover, de expresar, de cautivar. Es una obra más cerca al pianismo de Debussy –fueron figuras paralelas con Albéniz– que a la efervescencia del españolismo que aún reinaba entre virtuosos de aquellos años. Así fue que el gran esfuerzo que supone su interpretación le valió al pianista extremeño el reconocimiento de la sala llena de público entendido y la recepción de la medalla Albéniz en- tregada en esta ocasión por el Ayuntamiento en manos del biznieto del compositor Alfonso Alzamora.
En el plano reflexivo de la crítica, la versión tuvo momentos muy brillantes, en un sonido más bien amplio en el contexto armónico, con la proyección del pedal, y buenos rasgos melódicos, por ejemplo en Almería, quinta pieza de una serie que comienza con Evocación, interpretada de forma algo literal, como casi toda la obra, clara la dicción aunque por momentos falta de unidad. El espíritu contrapuntístico de Albéniz es tan fuerte en piezas como Corpus Christi en Sevilla que se hace necesario un trabajo de diferenciación de las voces muy profundo y meditado; la complejidad métrica y el sonido se muestran en la Rondeña, y una aventurada muestra que precede al cubismo de Picasso lo tenemos en los planos controvertidos de El Polo. Mientras que el monumento que es Lavapiés exige contrastes muy sutiles. Algunas de estas consideraciones fueron surgiendo en los más y los menos al correr de la interpretación, que al final ya mostraba cierto cansancio.
Otro año más de esta especialísima experiencia que se da tan pocas veces en nuestra vida musical y que Camprodon renueva cada año.