No sólo por respeto

El respeto que reclamaba Aretha Franklin en su hit más inolvidable se lo ganó de compañeros, rivales y árbitros Juan Carlos Navarro desde los inicios de una carrera tan legendaria como la de la reina del soul. Un respeto que echamos un poco de menos en su club en la hora de la despedida, incluso en el día elegido para anunciarla.

Navarro es uno de los deportistas que más me han marcado. Desde el primer día, el de su inesperada aparición en el primer equipo, luciendo un desparpajo impropio de los 17 años. Luego, en tantos y tantos partidos decididos con sus triples o con un último tiro marca de la casa. En el Barça, dos veces campeón de la Euroliga y MVP de casi todas las competiciones, o en la selección, hombre récord y protagonista en la mejor época de su historia. ¿Cómo no recordar aquel Eurobasket’11 que ganó dominando los tres últimos partidos con una autoridad que sólo habíamos conocido en el mismísimo Michael Jordan? Con el mérito añadido de que lo que en el estadounidense era exuberancia física en el de Sant Feliu es pura habilidad, picardía elevada a la enésima potencia, capacidad para obrar cualquier milagro con el balón en las manos.

Pero no se trata ahora de proclamar que le echaremos mucho de menos. Ni de reivindicar agradecimientos, sino de preguntarse si esta retirada obligada del último gran ídolo del Palau es lo más conveniente no ya para el jugador, que eso está claro que no, sino para el club, como así se le comunicó al acabar la temporada. Sorprendido y decepcionado, Navarro ha acabado entendiendo que no le quedaba otro remedio que aceptar la orden, pero tenemos todo el derecho del mundo a pensar que su caso no debería haberse convertido en un problema. Que lo más inteligente habría sido gestionar un tránsito adecuado desde la condición de gran estrella a la de elemento todavía aprovechable para determinados momentos, incluida la gestión de finales igualados de partido. Algo de lo que, por cierto, no anda precisamente sobrada la plantilla de Pesic.