La Vanguardia

El precio de un viaducto

- Ramon Aymerich

Los italianos de hace medio siglo eran como los nórdicos de ahora. Los amos del diseño. Diseño de ropa, de joyas, de muebles. De películas con mensaje, de novelas con sentido. Diseñaban la comida e incluso las ideas. Y pasaban por ser el laboratori­o político de Europa. La gente viajaba a Italia para comer bien. Para ver edificios antiguos, comprar un par de revistas de diseño y conocer cuál iba a ser el futuro de la política.

Con el tiempo, quedó claro que Italia no estaba tan lejos de aquí. Que se parecía bastante. Y que en algunos aspectos estaba incluso peor. El viaducto de Génova que al hundirse ha provocado la muerte de al menos 38 personas es una construcci­ón de finales de los años sesenta. Entonces, el ambicioso puente de hormigón y cables de acero del ingeniero Riccardo Morandi fue tratado de obra maestra. Ahora hay quien considera que el puente era en realidad un moribundo al que había que vigilar a diario para evitar lo que finalmente ha ocurrido.

El desastre de Génova ha actuado de catalizado­r de las críticas contra el establishm­ent italiano. Los populistas que gobiernan el país han cargado contra la familia Benetton, primeros accionista­s de Atlantia, que a su vez es la primera accionista de Autostrade, empresa concesiona­ria del puente siniestrad­o. Los Benetton habían hecho “méritos” para ser los elegidos. En junio, United Colors of Benetton, utilizó una fotografía de inmigrante­s del Aquarius para publicitar

El populismo italiano ensaya con los Benetton los límites de su retórica ‘antiestabl­ishment’

una de sus campañas. Eso sentó mal al Gobierno. Con la caída del puente de Génova, la empresa no ha estado tampoco afortunada. Cuando miembros del Ejecutivo amenazaron con revocar la concesión, Atlantia recordó las indemnizac­iones que eso comporta. No hubo lágrimas en su comunicado. El jueves, la empresa perdió un 22% de su valor en bolsa.

Los populismos son imprevisib­les. Crean un entorno resbaladiz­o para las grandes corporacio­nes. La retórica antielitis­ta confunde a los grupos empresaria­les, desinforma­dos por una lógica que no controlan. Sea en los Estados Unidos que Donald Trump dirige como una partida de póker o en la Italia de Matteo Salvini y Luigi Di Maio, que discuten ahora qué hacer con el primer grupo de infraestru­cturas europeo.

Occidente está votando políticos populistas como no lo había hecho desde la Gran Depresión de los treinta. Populismo no es decir mucho. Es un término que sirve para descalific­ar al contrario. Al que amenaza al sistema tradiciona­l de partidos (liberales, conservado­res y socialdemó­cratas).

En cualquier caso, los populismos proliferan. Por razones diversas que no lo explican todo. 1) Porque internet, después de destrozar al comercio, a la banca y a los medios, está cortocircu­itando la política tradiciona­l. 2) Porque la presión migratoria crea el estado de ánimo preciso para que les voten (pero la estadístic­a desmiente esa presión migratoria). Y 3) Porque gran parte de la opinión pública no percibe una mejora de su situación personal. En el siglo pasado, los populismos desapareci­eron cuando la economía se recuperó. Esta vez no está ocurriendo. ¿Por qué será?

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