Fallece Kofi Annan, un líder de la paz
Su liderazgo, indiscutible. Su elegancia, impresionante. Su experiencia, inigualable. Kofi Annan fue arquitecto de importantes reformas en la ONU con las que logró adaptar la organización del final de la guerra fría y del bipolarismo a un mundo más convulso y donde la intervención se hacía más necesaria y a la vez más reclamada que nunca. Pero sobre todo, Kofi, como le llamaban desde los líderes del G-7 hasta sus compañeros en el emblemático edificio de la Primera Avenida de Nueva York, pasará a la historia porque su suave voz se alzó como la conciencia moral del mundo. Fue un Papa laico.
Por ello, hoy es un día especialmente triste para un multilateralismo fuerte y eficaz, más necesario que nunca, para embridar a una globalización que requiere normas y gobernanza. El séptimo secretario general, que lo fue todo en la ONU, desde joven contable y responsable del presupuesto cuando en 1962 entró en la Organización Mundial de la Salud, hasta jefe de uno de los departamentos clave, el de Mantenimiento de la Paz, deja marcas indelebles. Me dicen mis antiguos colaboradores en Nueva York que les abriga un gran sentimiento de pérdida, de vacío. “Estamos como huérfanos”, comentan al otro lado del teléfono. Todos recuerdan cuando con su tono calmado dijo a Estados Unidos y a la coalición que Washington lideraba que la guerra de Irak era ilegal. Estaba profundamente frustrado y abatido por la incapacidad del Consejo de Seguridad de mantener la negociación con el dictador Sadam Husein.
Pocos años antes, había llevado a la ONU, precisamente creada en 1945 para salvar a la humanidad de otra guerra atroz como la que se acababa de dejar atrás, a lo más alto del reconocimiento mundial: al premio Nobel de la Paz, en el 2001, después de diseñar la modernización de los planes y la movilización de recursos para acelerar el desarrollo de los países más pobres, rezagados del impacto positivo de los primeros años de la globalización. Siempre dijo que los Objetivos del Milenio (2000-2015), cuya aplicación abanderó, era lo que más le enorgullecía de sus dos mandatos.
Sus grandes áreas de reforma llevan además otros dos nombres: derechos humanos y mantenimiento de la paz. Anhelaba que la ONU ganara eficacia en la protección y defensa de los derechos humanos. Con este fin diseñó la creación del Consejo de Derechos Humanos, un organismo pensado y estructurado para ser más incisivo contra los numerosos abusos persistentes. Igualmente inspiró fórmulas para facilitar las intervenciones internacionales en lugares donde el desmoronamiento social y político lleva al caos y a la guerra. Para ello modernizó los mecanismos de despliegue y presencia de los cascos azules, un área que conocía especialmente bien y que le deparó heridas nunca superadas, a él personalmente y a la organización. Era el responsable del departamento de Mantenimiento de la Paz cuando se produjeron los dos genocidios de finales del siglo XX, Ruanda (1994) y Srebrenica (1995).
Si estos dos gravísimos episodios marcarán su acción, al brillante Kofi se le recuerda también profundamente abatido y turbado en el 2005, en plena investigación sobre el programa Petróleo por Alimentos, que durante años había permitido a Sadam Husein exportar petróleo para obtener bienes básicos y medicinas para su población. Ni él ni la ONU habían estado nunca sometidos a tan severísimo escrutinio para probar o desechar las acusaciones de malversación y enriquecimiento que pesaban sobre ella y en las que figuraba de cómplice su hijo Kojo. La comisión de investigación lo exoneró, y al final de su segundo mandato Kofi volvió a brillar.
Hoy más que nunca recordamos su voz serena e impactante, su elegancia innata, su esfuerzo inagotable para construir colectivamente un mundo mejor con las armas del diálogo y la cooperación. “Más que nunca, ahora, en la historia compartimos un destino común. Podemos dominarlo sólo si lo afrontamos juntos. Y eso es porque tenemos las Naciones Unidas”. Kofi Annan era, es y será la ONU.
Su suave voz se alzó como la conciencia moral del mundo; el ex secretario general de la ONU fue un Papa laico