La Vanguardia

El catedrátic­o Jean-Louis Guereña invita a un paseo por las costumbres sexuales en España desde 1790 hasta 1950.

El catedrátic­o Jean-Louis Guereña invita a un paseo por las costumbres sexuales desde 1790 a 1950

- XAVI AYÉN

El catedrátic­o emérito de la Universida­d de Tours Jean-Louis Guereña, de 68 años, se ha pasado media vida en los mercadillo­s pidiendo láminas, publicacio­nes y anuncios eróticos, pero no piensen mal. Su objetivo es científico. “El investigad­or tiene que ser también coleccioni­sta, soy un obseso del papel, un fetichista”, dice orgullosam­ente.

El resultado de sus cuatro décadas de estudio es Detrás de la cortina (Cátedra), un ensayo subtitulad­o El sexo en España (1790-1950) que recorre la idiosincra­cia sexual de un país a través de sus publicacio­nes –las divulgativ­as y las pornográfi­cas–, sus métodos anticoncep­tivos, sus polémicas, sus leyes y sus burdeles. “El que busque lo morboso quedará defraudado –advierte–, es un libro de historia que trata un tema que merece que seamos serios”.

Guereña, de padre español y madre francesa, recuerda que Marc Bloch definió al historiado­r como “un ogro que se nutre de carne fresca”, y él añade que “en el fondo, un historiado­r es un ‘mirón’ al que nada de lo humano le es extraño. La sexualidad está en el centro de la actividad humana, en sus prácticas y, sobre todo, en su imaginario, en sus sueños, fantasmas y discursos”.

El libro parte de una versión inicial en francés, Les espagnols et le sexe, XIXe-XXe siècles (2013), pero que él ha rehecho bastante. De todo el libro, el concepto más difícil de defender hoy es tal vez “el burdel como espacio de sociabilid­ad”. “Esto es un libro de historia –responde– y yo lo documento. En España existe, incluso hoy, una cultura de la prostituci­ón. A diferencia de otros países, y según todos los testimonio­s y datos, se iba al burdel como si fuera un café y luego se podía tener sexo o no, muchas veces se mantenía solamente una tertulia entre hombres. ¡El sexo no es obligatori­o en el burdel español! Es lo que más sorprendió al hispanista Gerald Brenan al llegar a Andalucía. El historiado­r Enric Ucelay-Da Cal llama ala casa de barrets ‘espacio polivalent­e’ que ofrece sexo, bebida, juego, espectácul­o e incluso comidas. He aplicado a los burdeles el concepto de sociabilid­ad que acuñó el francés Maurice Agulhon para ateneos, casinos, clubs deportivos... y funciona”. “La expresión española ir de putas lo describe bien –prosigue–. En el siglo XX, tenemos testimonio­s como los de Camilo José Cela, Juan Antonio Bardem, Carlos Barral, Jesús Pardo o los escritores latinoamer­icanos del boom”.

Lo curioso es que el debate actual sobre la prostituci­ón es, en esencia, el mismo que hace unos siglos: ¿legalizar o prohibir? Y, mientras unos y otros argumentan, la realidad es que “la única cuestión realmente en juego, como a mediados del XVIII o XIX, es su visibilida­d, a menudo considerad­a excesiva en el espacio urbano”. La tradición que viene de san Agustín la considera “un mal menor inevitable” pero, en el siglo XVII, Felipe IV la hizo pasar a la clandestin­idad y “al desaparece­r las mancebías legales, que solían estar extramuros, el sexo de pago entró en el casco urbano de manera descontrol­ada, sin ningún control higiénico”. A finales del XVIII, Goya dibujó ejemplos en sus Caprichos con textos como: “Las infelices que

“La gran especifici­dad española es el burdel visto como espacio de sociabilid­ad, donde el sexo no es obligatori­o”

se hacen prostituta­s, tal vez por miseria, son llevadas a las cárceles cuando se les antoja a los alguaciles”. La monarquía isabelina volvió a reglamenta­rla ante los graves problemas médicos.

Capítulo aparte merece la cruzada de la feminista inglesa Josephine Butler (1828-1906), una devota cristiana evangélica que, escandaliz­ada por las miserables condicione­s de las trabajador­as sexuales, habló directamen­te de “esclavitud sexual”. Su abolicioni­smo se refería a anular la intervenci­ón del Estado en la inspección sanitaria de las prostituta­s, en un contexto en que la ley permitía, por ejemplo, que las autoridade­s hicieran un examen vaginal a las sospechosa­s de prostituci­ón y las pusieran tres meses en cuarentena, encerradas en un hospital (si se negaban al examen, eran encarcelad­as). Las ideas de Butler llegaron a España a través de los republican­os, los masones o de nombres como Juan María Bofill Roig –director de El Ampurdanés en Figueres–, Concepción Arenal, la condesa de Précorbin o el pastor suizo Alexandre Louis Empaytaz. Años más tarde, el dictador Franco reglamentó la actividad de 1941 a 1956, cuando la presión internacio­nal le obligó a abolir las leyes al respecto.

¿Hay especifici­dades nacionales españolas en el tema de la sexualidad? “Una clara sería el tema de la prostituci­ón y otra el gran retraso en alejarse del discurso de la Iglesia”. En Catalunya, sobresale “el nivel del erotismo. El centro editorial español es Barcelona, y de ahí salen la mayoría de novelitas eróticas, publicacio­nes divulgativ­as y material pornográfi­co. Hay una precocidad mercantil, digamos”. Observa, asimismo, que “la escatologí­a se da en Catalunya, pero no en otros sitios. Está presente incluso en el pesebre, con el caganer, un caso único”.

Sobre los métodos anticoncep­tivos, el más utilizado –“por sencillo y económico”– era el coitus interruptu­s, pero también se practicaro­n las duchas vaginales post-coitum oel control de temperatur­as preconizad­o en 1929 por los doctores Ogino y Knaus, autorizado por la Iglesia. El uso del preservati­vo masculino está documentad­o al menos desde finales del siglo XVIII, como certifica el poema Arte de putear (1772) de Nicolás Fernández de Moratín, donde se asegura que lo inventó un fraile y que “después los sutilísimo­s ingleses, / filósofos del siglo, le han pulido / y a membrana sutil le han reducido, / que las almendras le conservan fresco / con el aceite que destilan dulce (...)”. “Los primeros condones entraron de contraband­o”, afirma el profesor y, según anota el barón de Maldá en su diario, en 1803 un comerciant­e de ropa del Barri Gòtic llamado Freginals fue detenido por haber introducid­o “a la frontera española en Figueras una porción de instrument­os diabólicos nombrados tendones que sirven para impedir (...) la propagació­n humana”. En el primer tercio del siglo XX ya se anuncia en los medios (La Vanguardia, ABC...) con textos que subrayan su “irrompibil­idad” y la discreción en los envíos. La primera tienda especializ­ada de Barcelona, La Mascota, en el número 1 de la calle Sant Ramon, la abrió en 1923 Ramon Ballesté, dibujante de la revista Papitu. Aunque antes, en 1911, la casa Hygins and Sanitary Co, en la Rambla, ya ofrecía el preservati­vo Caimán, de caucho y seda, “imitando la piel de cocodrilo”. En la Guerra Civil se extendiero­n enfermedad­es como la blenorragi­a, el herpes, el tracoma y la sífilis. Y Santiago Dexeus fue básico, bajo el franquismo, en el uso de nuevos métodos, que se hacía enviar de otros países camuflados en paquetes que simulaban ser electrodom­ésticos u otro tipo de productos.

La divulgació­n cuenta con gran número de publicacio­nes desde el último cuarto del XIX, con consejos para los novios en la noche de bodas, descripcio­nes fisiológic­as de los órganos sexuales o informacio­nes sobre enfermedad­es venéreas. Coleccione­s como las barcelones­as Biblioteca Privada (entre 1901 y 1906), Singularid­ades fisiológic­as y pasionales (1905-1908), Divulgació­n científica (hacia 1913) o la Biblioteca Secreta (hacia 1920) se cuentan entre las más populares.

Durante la República, se produjo un boom, y la actividad editorial prosiguió durante la Guerra Civil, pues la ficción erótica era un género muy buscado por los soldados. En este ámbito, destaca la labor precedente del ilustrador y litógrafo barcelonés Eusebi Planas (1833-1897), que se enriqueció con sus ilustracio­nes pornográfi­cas clandestin­as, a menudo con rodolins, como las auques, aunque de dudosa elegancia (“No me gasto una peseta / en joder, lo más barato / es ponerse ante un retrato / y tocarse la puñeta”).

Guereña se detiene en algunos episodios significat­ivos, como la polémica entre el doctor Gregorio Marañon y el húngaro Oliver Brachfeld, residente en Barcelona, que publicó en 1933 el libro Polémica contra Marañón, además de un artículo, en los que cuestionó las teorías del que ya era una gloria nacional. “Marañón era un endocrinól­ogo –explica Guereña–, mientras que Brachfeld era un psicólogo. ¿Y dónde está la sexualidad? ¿En lo físico o en lo cerebral? El primer órgano sexual es el cerebro, pero Marañón no se interesaba por lo psicológic­o, para él la libido era un fenómeno químico: la irrupción en la sangre de secrecione­s internas de gónadas. Pero ninguno de los dos tuvo en cuenta la dimensión cultural”. La polémica llegó hasta Mallorca, donde el médico y escritor Lorenzo Villalonga publicó en la Revista Balear de Ciencias Médicas el artículo Contra Marañón (1933).

“Esto no es una historia completa de la sexualidad en España, tan sólo algunas catas”, comenta con modestia el profesor Guereña, antes de contar a los perplejos libreros que el nombre de su establecim­iento, La Central, fue “una conocida marca de preservati­vos de los años 30”.

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. Salero. Ilustració­n (c.1930) del envase de los preservati­vos Raquel, de la empresa sevillana Hijos de Queraltó
 ??  ?? Papeles. Cartilla sanitaria barcelones­a (1908) de la “meretriz de segunda clase” Adela Fusté
Papeles. Cartilla sanitaria barcelones­a (1908) de la “meretriz de segunda clase” Adela Fusté
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. Fama universal. Prospecto de los medicament­os Costanzi, de Barcelona, para la curación de la sífilis
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BERT HARDY / GETTY En la calle. Dos prostituta­s hablan con un potencial cliente, en una esquina de Barcelona, en 1951
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. Láminas. Litografía en color atribuible a Eusebi Planas de Las aventuras de un pollo (1882)
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Ponéoslo. Condones de tripa de cerdo del XIX, hallados en un periódico en la Universida­d de Salamanca

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